Volver con la frente marchita para terminar una temporada entre rejas. Es lo que le ha pasado a un indiano asturiano, de San Martín del Rey Aurelio para más señas, que venía tan necesitado de México que al poco de aterrizar con su avión se dirigió a un banco para cometer un atraco. Antes había pasado por la Seguridad Social para que le tramitasen una pensión, pero se ve que la gestión no fue como él esperaba. Eso sí, en el banco dejó su impronta. Y es que Arturo G. G., de 67 años, se comportó de forma tan caballerosa que ya le han bautizado como "el ladrón educado". Y un tanto inocente.

Arturo G. G. se marchó de Asturias hace tres décadas. En San Martín del Rey Aurelio, donde su padre vendía chucherías y su madre tenía una tienda de ultramarinos, le recuerdan como un hombre alto y de porte señorial. Le quedan dos hermanos. Este hombre, que había trabajado en un banco en la región -de hecho se marchó posiblemente por un problema en la sucursal-, volvió el año pasado para enterrar a su madre.

En México se convirtió en empresario, cultivando y vendiendo aguacates, pero, como explicaría más tarde a la Policía tras su detención, lo había perdido todo a manos de una banda de narcotraficantes. Arturo, con un hijo de 20 años en México, decidió volver a su patria natal. Al menos cabía la posibilidad de que le diesen una pensión, ya que había trabajado unos años en Asturias.

Aterrizó en Barajas el 10 de junio del año pasado. Con su maleta en la mano se fue a una oficina de la Seguridad Social para explicar su situación. Allí le dijeron que era posible que le diesen una pensión, pero que antes tenía que presentar la solicitud y tramitarla iba a llevar un tiempo. Y lo que Arturo no tenía era tiempo.

Tan necesitado estaba que decidió regresar al aeropuerto. Quizá tenía en la cabeza al Tom Hanks de la película "La terminal", que logra sobrevivir durante años haciendo pequeñas faenas y ganándose la complicidad de los trabajadores aeroportuarios. Pero a Arturo le esperaba otra cosa. Los derivaron al Samur social, donde le dieron alojamiento, pero solo por una noche. No debió gustarle lo que vio allí porque tomó una de esas determinaciones que las más de las veces suelen salir mal.

Pistola de plástico

Con el poco dinero que le quedaba fue a un bazar chino y se compró una pistola de juguete que solo podía disparar balas de plástico. La metió por dentro del cinturón, se abotonó su impecable traje azul y se dirigió a una sucursal del Banco Popular en el paseo de Santa María de la Cabeza, muy cerca del paseo del Prado y el Centro de Arte Reina Sofía. Escogió el Popular porque, según diría tras ser detenido, le habían estafado 12.000 euros. Cumplida venganza.

Eran las nueve de la mañana cuando entró en el banco, le dio los buenos días a una de las cajeras y preguntó por el director. Ella le indicó que el responsable del banco no estaba, pero que le atendería el interventor cuando acabase con un cliente. Arturo esperó su turno tranquilamente, sentado en un sofá. Cuando el interventor quedó libre, el asturiano se levantó y se sentó ante él. Fue en ese momento cuando sacó un cartel en el que podía leerse, con letras grandes: "Esto es un atraco". Añadía que era un profesional y que no dijera nada porque de lo contrario todo aquello acabaría muy mal. Por si no había sido lo suficientemente convincente, Arturo se levantó un poco la chaqueta y dejó ver la empuñadura de la pistola. Era palabras mayores.

Según declararía el interventor en el juicio celebrado el pasado 19 de diciembre en el Juzgado de lo penal número 24 de Madrid, el asturiano quería una cantidad concreta, 40.000 euros. El interventor le dijo que no tenía ese dinero en efectivo y que las cajas tenían un sistema de apertura retardada. Primer contratiempo. El interventor fue hasta las cajas y cogió 1.500 euros, la cantidad máxima que podía coger sin que saltase la alarma. Con tan magro botín, Arturo se marchó, no sin antes decir al bancario que no avisase a la Policía en diez minutos.

A un hotel con la maleta

Con el dinero que llevaba encima, Arturo, que había dejado su maleta en algún lugar cercano, se dirigió a un hotel en la zona de Atocha, donde al parecer pernoctó. Mientras tanto, el Grupo XII de la Policía Judicial de Madrid, especializado en atracos, se puso a investigar el caso. Al ver las grabaciones del banco, les extrañó el personaje, tan mayor y atildado, un delincuente desconocido para ellos. Fueron a otra sucursal y al mirar las imágenes de las cámaras de seguridad vieron pasar a Arturo con una maleta en la mano, como si tal cosa, instantes después de cometer el atraco.

Enviaron a dos agentes y se lo encontraron en la calle, saliendo del hotel en el que había pernoctado. Llevaba encima la maleta, y dentro de esta el traje azul con el que había cometido el atraco, así como 1.050 euros y la pistola de plástico. Su carrera criminal había terminado tan rápido como había comenzado.