Esta semana, el "caso Cursach" ha vuelto al primer plano con el juicio al juez Miquel Florit, acusado de prevaricar y atentar contra el secreto profesional por incautar los teléfonos móviles de dos periodistas. El juez quería saber quién les había facilitado un informe policial que salpicaba al empresario de la noche de Palma Bartolomé "Tolo" Cursach y a su segundo Bartolomé Sbert, aunque finalmente no se sustanció en proceso alguno. El juicio ilustra el ambiente enrarecido que rodea el "caso Cursach" de presuntos sobornos a policías, funcionarios y políticos con dinero y orgías de 36.000 euros.

Uno de los testigos que contribuyó a apuntalar las investigaciones contra Cursach -investigado por 17 delitos, desde corrupción de menores a narcotráfico, tenencia de armas y hasta homicidio- fue un camarero asturiano de la discoteca Tito's, quien ofreció datos al juez Manuel Penalva sobre lo que se cocía en los reservados. A este asturiano, el testigo protegido número 29, o simplemente "el 29", su colaboración con la Justicia le trajo la ruina, hasta el punto de que tuvo que buscar asilo en Suiza para alejarse de Mallorca, debido al inmisericorde acoso al que le sometieron y que el propio instructor de la causa atribuyó al entorno de Cursach.

El acoso a este camarero buscaba un cambio en su testimonio, como el experimentado por la "madame" que corroboró inicialmente las orgías pagadas por Cursach, para luego desdecirse. En el caso del camarero, se ensañaron. Finalmente, dijo basta. Cambió de nombre y aspecto y buscó refugio en Suiza, tras dejar en el juzgado el teléfono de un despacho de abogados asturianos. Ahora vuelve a España de vez en cuando.

La agresión más grave se produjo en junio de 2017 -tres meses después de la detención de "Tolo" Cursach-, cuando dos rumanos, uno de ellos Florian Bogdan Puscasiu, abordaron al camarero asturiano en el garaje de su casa. Allí le dieron patadas y le arrastraron por el suelo, al tiempo que le gritaban: "O te marchas de Mallorca o morirás". Pretendían que no declarase contra un rumano que participaba en la red de sobornos. El asturiano sufrió policontusiones en la región cervical, hombro y fractura de varias costillas. Tras esta agresión, vinieron otras, cometidas por personas relacionadas con Puscasiu. En una de las ocasiones llegaron a marcarle con un hierro candente y le partieron varios dientes. El camarero llegó a presentar hasta 24 denuncias. En el buzón de su domicilio le dejaban anónimos a diario con las letras RIP (Requiscat in pace). Le arrojaron una vez hasta excrementos en el coche. Y llegaron a molestar a sus hermanas.

Además, los abogados de Cursach revelaron públicamente su identidad y le reclamaron judicialmente cantidades millonarias por denunciar a sus agresores. Uno de ellos presionó a una testigo para que le facilitase algo con lo que destruirle. A consecuencia del acoso, llegó a desarrollar un trastorno adaptativo mixto ansioso-depresivo por el que tuvo que medicarse.

El sicario rumano fue condenado a tres años y dos meses de prisión por un juzgado de Palma, condena que ratificó el Tribunal Supremo el pasado mes de septiembre. Pero para esa época, el camarero asturiano ya había puesto tierra de por medio, al sentirse totalmente desamparado por la Justicia y la Policía.