La Policía lo tiene claro: las rencillas entre los Bocanegra (o los Mone, según quien hable) y los Canuto (o los Marco, dicen otros) nace de la disputa por el control del tráfico de drogas de alguno de sus miembros; actividad que ha terminado salpicando a las dos familias de la peor manera. Las refriegas en las calles del degradado barrio torrentino del Xenillet se han sucedido desde hace casi una década, pero el primer roce serio se produjo en 2016, con un tiroteo en la calle en la que resultaron heridos un hombre de 29 años entonces, Manuel G. F., y su padre, Ramón G. M., de 57. Ambos son el hermano y el padre, respectivamente, del que ahora busca la Policía Nacional como autor material de los hechos sangrientos del Día de Todos los Santos en el cementerio de Torrent, Ramón G. F., de 43 años, el mayor de los siete hijos de Ramón G. M.

Aquella disputa, que todos los implicados atribuyeron al pedo de un niño que se entendió como una ofensa a los Canuto, acabó en absolución tras un juicio tenso en el que la Policía se tuvo que emplear a fondo para que la venganza no se trasladase a la Ciudad de la Justicia. De hecho, fue un vigilante de seguridad quien impidió in extremis que entrasen en tromba los Bocanegra por el juzgado de guardia de València, tras ver que ese era el acceso a la sede judicial de los Canuto, precisamente para evitar que se encontrasen en la puerta principal con sus rivales.

En realidad, ya en aquel encontronazo a tiros de 2016, dos de las hijas de Ramón G. M. dijeron a Levante-EMV que la verdadera razón del enfrentamiento es que su familia estaba harta de que algunos miembros del clan de los Canuto "le vendiesen droga a uno de nuestros hermanos". Se refería a Luis G. F., un año menor que Ramón. Luis llevaba años enganchado a las drogas, y la familia consideraba culpables a los Canuto.

Tras el tiroteo de 2016, los acusados de disparar, que eran Canuto, se fueron del Xenillet cumpliendo una de las leyes sagradas: el que rompe la convivencia, se va. Se afincaron en Alaquàs.

El día que Luis murió

El 24 de octubre de 2018, Luis G. F., que acababa de cumplir 39 años, fue encontrado muerto en el fondo del barranco de Torrent, a los pies del puente que une este municipio con Alaquàs. La autopsia determinó que se trataba de una caída accidental propiciada por el estado de intoxicación de Luis. Los Bocanegra lo tuvieron claro: venía de que algún Canuto le diera, o le fiara, la última dosis.

El Juzgado de Instrucción número 3 de Torrent archivó la causa como una muerte accidental. Era, tras la absolución de los tres Canuto juzgados por el tiroteo de 2016, el segundo carpetazo judicial, el segundo trago amargo para los Bocanegra, que se volvían a quedar sin la justicia que pretendían habiendo acudido a los cauces ordinarios.

En abril pasado, hubo otra tanda de disparos en el Xenillet. No hubo heridos. Ni detenidos. Pero fue otra escaramuza entre los miembros enfrentados de ambos clanes. La venganza se acercaba.

En junio, el mayor de los hijos de Ramón G. M. abandonó un encierro voluntario de más de cuatro años. Dicen que no salía nunca, que estaba escondido en casa porque la Policía lo buscaba por un caso de tráfico de drogas. A principios de verano decidió romper su clausura, vencida la fecha en que debía responder por un asunto judicial.

El detonante final fue la fecha de la muerte de su hermano Luis. Este año se cumplían tres desde que lo tuvieron que enterrar cuando solo faltaba una semana para aquel Día de Todos los Santos de 2018. El lunes pasado, Ramón fue al cementerio de Torrent a llevarle flores a Luis por primera vez. Iba armado. Con una pistola del 9 corto, posiblemente la misma que le vieron disparar desde su terraza aquél día del tiroteo de 2016, hecho al que acabarían agarrándose las defensas de los Canuto para sembrar la duda —y ganar la absolución— sobre quién había sido en realidad el causante de las heridas de Ramón padre y de su hijo Manuel.

Las tumbas de unos y de otros están cerca. Muy cerca. Tanto, que Ramón, que al parecer iba con dos de sus hermanos y con su padre, se tropezó en la misma calle con uno de los Canuto, pero que nada tenía que ver con el viejo conflicto entre unos pocos miembros de ambas familias. Hubo miradas e insultos. Ramón, presuntamente, sacó la pistola y empezó a disparar. Se llevó por delante a Antonio G. G., de 45 años, primo lejano de uno de los acusados en el tiroteo de 2016, que nada tenía que ver con todo aquello, e hirió a su hijo, de 20. Sus hijas de 9 y 11 años y su padre, también presentes, se libraron.

Quien no se libró fue José Luis P. G., un vecino de Torrent que había ido a llevarle, como cada año, flores a su mujer, fallecida hace años. Recibió una bala perdida en un costado y cayó muerto. Hoy recibirá sepultura precisamente en el mismo cementerio donde fue asesinado por el enconamiento enquistado entre dos familias.