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La crónica de la captura de un monstruo

Manuel Marlasca relata la caza al hombre que desató el depredador sexual de Ciudad Lineal

Manuel Marlasca

Manuel Marlasca (Madrid, 1967), reportero de sucesos desde hace tres décadas, abre su cuarto libro 'Cazaré al monstruo por ti' con una cita de Dennis Lehane en 'Después de la caída': «Los monstruos […] no van vestidos de monstruos, sino de seres humanos. Y lo que es más curioso, no suelen saber que son monstruos». Por monstruos entienden los asesinos en serie, los terroristas, depredadores sexuales y todos aquellos criminales con delitos horrorosos en su haber. Es la situación en la que, cuando se les localiza y detiene, siempre sale en la pequeña pantalla la vecina o vecino ante un micrófono y repite aquello de «parecía normal». Y es que no van vestidos de monstruos, como decía Lehane.

Estamos acostumbrados a que las series televisivas, las cintas cinematográficas o ciertas novelas se recreen con este tipo de personajes, sobre todo en Norteamérica, ya que en Europa son menos frecuentes. Sin embargo, todas suelen tratar el fenómeno en la ficción, pero pocas se han metido en las verdaderas tripas de la realidad. Lo que sí dibujan a la perfección es la citada cuestión de que estos delincuentes se mimetizan con el ambiente que les rodea y que no tienen conciencia de que son unos monstruos para la sociedad. De eso trata 'Cazaré al monstruo por ti', de cómo se investiga y detiene por parte de la policía a uno de estos monstruos, en concreto al depredador sexual de Ciudad Lineal, lo que se conoció como ‘Operación Candy’ y que resultó ser la mayor caza del hombre llevada hasta este momento por agentes policiales en Madrid.

El libro cuenta el testimonio de los agentes que intervinieron directamente en la ‘Operación Candy’ y del desgarro que les produjo ver a las víctimas

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El libro cuenta el testimonio de los agentes que intervinieron directamente en la ‘Operación Candy’, del desgarro que les produjo ver a las víctimas y la impotencia que sentían al no avanzar en el caso desde el 24 de septiembre de 2013, cuando se tuvo conocimiento del primer abuso a una niña de cinco años. En total fueron cuatro niñas entre cinco y once años.

Marlasca dibuja a la perfección varias cuestiones: la primera es la tensión en la que viven los investigadores, intuyendo que es posible que la próxima víctima termine en asesinato; la segunda, la empatía de esos agentes con las víctimas, no son capaces de mantener la distancia, de tal manera que el título del libro es la promesa de un policía a una de las niñas; tercero, que no hay intuiciones extrañas, ni malabarismos deductivos ni otras cantinelas de las novelas detectivescas cuando nos sumergirnos en la realidad; cuarto, a veces los casos se prolongan en el tiempo y no son cuestiones de unas horas o unos días; quinto, el análisis de los medios ante estos hechos, la relación entre la ética periodística y el secreto profesional de los policías. Y último, la implicación, el compromiso personal que se autoimpusieron los investigadores, componentes de la Brigada de Policía Judicial de Madrid, que les hacía olvidarse de horarios con tal de avanzar en la captura del pederasta de Ciudad Lineal, como se le conoció en los medios, porque estaban seguros de que trabajaban contra reloj ante la aparición de otra víctima.

Lo narrado no deja lugar a concesiones, es posible que algún lector cierre el libro y no pueda seguir avanzando en la lectura, al sentir esa tensión, el compromiso, la desesperación y hasta la impotencia. Es un trabajo de lujo que los amantes de la ficción criminal no deben dejar pasar, pues pueden poner en comparación esas dos caras de la vida: lo real y lo ficticio.

Mención especial merece el detalle de la página 165, en ese momento el jefe de la Brigada, José Luis Conde, infiere de los datos aportados por una de las niñas sobre el pederasta –aspecto, sudoración, toalla, mochila, botella de agua–, que ha salido de un gimnasio. Ese es el punto en el que la investigación da un giro. O el detalle de la magistrada Antonia de Torres convirtiendo su despacho en un salón de juegos para las niñas y prometiéndole a una de ellas, después de identificarlo en rueda de reconocimiento, de que no tendría que volver a verle jamás. La obra no les defraudará, estoy seguro, pues es el compromiso de los hombres y mujeres que participaron en la cacería del monstruo.

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