Un grupo de jóvenes con ganas de aventura se atrevió con la gruta del Pozu'l Ramu. Dentro de la sima, alumbrados con luces eléctricas y de carburo, descubrieron un tesoro sobre las rocas: el santuario del arte rupestre que hoy conocemos como cueva de Tito Bustillo.

Ocurrió en abril de 1968, hace 50 años, y hoy aquella pandilla juvenil recibe la Medalla de Oro de Asturias.

Hace más de un siglo, millares de asturianos buscaron una vida mejor lejos de su tierra; la mayoría en ultramar, al otro lado del océano. La aventura de la emigración era incierta, un cara o cruz al destino. Algunos se entrelazaron en asociaciones para sentirse menos extrañados y así surgieron los primeros centros asturianos. Los que han cumplido cien años también merecen esta tarde la Medalla de Oro de Asturias.

Cincuenta, cien años. Ya van dos efemérides en esta intervención. Pienso que tiene cierta lógica, porque toda la celebración está impregnada de los aniversarios de Covadonga y, en especial, del origen del reino de Asturias.

El número da para pensar, ciertamente. Asomarse a las alturas de un período de tiempo tan extenso produce vértigo, pero resulta obligado: conmemoramos nada menos que 1.300 años de continuidad, un camino compartido durante 13 siglos. Poco entusiasta de los fastos, entiendo que estamos en una ocasión especial, en una celebración que nos implica directamente, que apela a cada uno de nosotros y nos recuerda las razones que tenemos para sentirnos orgullosos de ser el presente de Asturias, de una comunidad con 1.300 años de historia.

Pasarán estos días y continuarán las disquisiciones sobre Covadonga. Las relecturas de las crónicas alfonsinas, las dudas sobre la fecha exacta y la categoría de la batalla contra las tropas de Alkama, la incertidumbre sobre la condición nobiliaria de Pelayo, todo eso seguirá dándoles tarea a historiadores y arqueólogos. Son asuntos de relevancia, aunque no los más importantes. Sugiero que pongamos los ojos en toda nuestra trayectoria, esa andadura que alcanza el hoy, la Asturias que vivimos. Es tentador dejarse arrastrar por la épica con su fragor de armas, gestas y héroes, pero no deberíamos reducir esta conmemoración a un capítulo de historia ni a una mirada rendida al pasado.

Podemos repasar ese recorrido y preguntarnos, por ejemplo, cuál debe ser nuestro papel en una España y una Europa donde se agudiza la introspección y se reinventa el feudalismo en una añoranza de fueros y privilegios propios de señoríos, condados y ciudades amuralladas, todo aquel léxico en piedra de las mesnadas y el vasallaje, cuando se nacía siervo y nunca se podía ser ciudadano. Y, llegados a este punto, pienso que debemos estar orgullosos de ser una comunidad autónoma que no se ensimisma, sino que se siente parte activa de un Estado democrático donde el lugar de nacimiento no otorga derechos especiales. Pienso que también debemos estar orgullosos de nuestra vocación europeísta, del compromiso con un proyecto construido sobre la democracia, la justicia social y la disolución de las fronteras.

La trayectoria histórica de Asturias nos otorga un crédito especial para seguir estando al frente de estos principios, los mismos que han guiado la Transición, la superación de la larga noche de piedra de la dictadura, el desarrollo autonómico y la construcción de la sociedad plena de derechos y libertades que vivimos. Reivindiquemos esa Asturias, la Asturias tan abierta como segura de su identidad que siempre ha estado a la vanguardia en la modernización de España y Europa.

Para ello, fijémonos en el ejemplo de los mejores.

Como el de los jóvenes del grupo Torreblanca que tuvieron la inquietud y la iniciativa suficiente para explorar la sima del Pozu´l Ramu un día de Semana Santa de 1968. Dos de ellos han muerto: Celestino Fernández Bustillo, quien le da nombre a la cueva, falleció al poco en un accidente de montaña; y Fernando López Marcos, más recientemente. A ellos y a todos quienes les acompañasteis os debemos un reconocimiento especial. A Ruperto Álvarez Romero, Eloísa Fernández Bustillo, Jesús Manuel Fernández Málvarez, Pilar González Salas, Adolfo Inda Sanjuán, Amparo Izquierda Vallina, María Pía Posada Miranda y Elías Pedro Ramos Cabrero.

Digo que os debemos un reconocimiento especial porque gracias a vosotros hoy conocemos un patrimonio único, el de Tito Bustillo, con una belleza equiparable a su importancia arqueológica. Desde hace 50 años podemos mostrar al mundo esa gran muestra de arte paleolítico. Algunas de las admirables imágenes de ese yacimiento, como los emblemáticos caballos, forman parte ya de los símbolos que identifican Asturias. Es probable que aquel día de abril de 1968 el azar soplase a favor, pero lo cierto es que sin vuestra inquietud, sin vuestra iniciativa no hubiésemos descubierto el tesoro que albergaba la cueva. Y, no lo olvidemos, sin el cuidado con el que posteriormente disteis cuenta del hallazgo. Todo eso es lo que hoy queremos reconocer con la medalla de oro.

Nuestra emigración merece una gran historia. La medalla de oro que concedemos reconoce un capítulo imprescindible de ese relato: la labor desarrollada por los centros asturianos, esos lugares de acogida que han sido, y continúan siéndolo, puntos de encuentro, foros de difusión cultural y embajadas del Principado. El agradecimiento es obligado. Cuando tanto se trae y lleva la expresión "deuda histórica" para envolver con rimbombancia lo que no pasa de ser simple exigencia de dinero, meditemos sobre la importante deuda histórica y afectiva que tenemos con los centros asturianos.

La distinción alcanza a todos aquellos que han cumplido los cien años: el Centro Asturiano de México; el Centro Asturiano de Mendoza; el Centro Juventud Asturiana de Siero y Noreña en Buenos Aires; la Asociación Civil Unión y Progreso Social y Recreativa Residentes del Ayuntamiento de Degaña en la República Argentina; Sociedades, Clubes y Uniones de La Habana; el Centro Asturiano de Buenos Aires; el Centro Asturiano de Mar del Plata; el Centro Asturiano Casa de Asturias de Uruguay; el Centro Asturiano de Santa Fe; el Centro Asturiano de Rosario; el Centro Asturiano de Tampa y el Centro Asturiano de Madrid.

Desde su puesta en marcha, todas estas entidades centenarias han contribuido a conservar la identidad de Asturias y a promover la integración social de las personas emigrantes. Esta medalla supone sólo un reconocimiento insuficiente a esa tarea.

Diego Canga Fano también sabe mucho de embajadas y de otros países. Hablo de un ovetense, funcionario de la Unión Europea con un currículo nutrido de cargos de responsabilidad en el Consejo, la Comisión y el Parlamento de la UE. Actualmente, es jefe de gabinete del presidente de la Cámara, Antonio Tajani. Pero no recibe la medalla de plata por su carrera profesional, por brillante que sea, sino por haberla aprovechado en beneficio de Asturias. Recuerden aquel sarcasmo de Henry Kissinger cuando preguntaba qué número marcaba si quería hablar con Europa. Pues bien, aquí podríamos contestarle que cuando queremos telefonear a Europa llamamos al móvil de Diego Canga. Impulsor de la asociación Compromiso Asturias XXI, nunca ha dejado de atender las peticiones para implicarse, en la medida de sus posibilidades, en la defensa de los intereses de esta comunidad, ya sean sectoriales, institucionales o, con especial ahínco en algún caso, industriales.

La medalla de plata a Jesús María Otero Hernández llega tarde. Chus Otero, como le conocíamos, falleció este año después de haber sido coordinador de trasplantes del Principado durante más de 30 años. La palabra coordinador dice poco, porque Chus Oterono ejercía ese cargo con letra burocrática y ánimo oficinista. La tenacidad con la que se empeñó en su tarea explican en buena medida el éxito de los programas de donación que existen en Asturias. En la donación de órganos, en ceder parte de un ser querido para ayudar a los demás, entra mucho más que una intervención quirúrgica, existe una implicación ética que conlleva generosidad y solidaridad. El Principado está a la cabeza de Europa en tasas de donaciones, y en ese triunfo colectivo le debemos mucho a Jesús María Otero, un médico de cuidados intensivos nacido en Zaragoza que llegó a Asturias para quedarse y hacernos mejores.

La Federación de Cofradías de Pescadores recibe otra medalla de plata. Vivimos asomados al mar, tenemos el litoral mejor conservado de España y los pueblos pesqueros -todo un catálogo de postales- ofrecen uno de los mejores reclamos de nuestro paraíso natural. Sin embargo, es probable que perdamos de vista quiénes han moldeado ese paisaje. Si ha hecho fortuna la idea de que los ganaderos han sido los arquitectos del paisaje de las montañas, concedamos también la relevancia adecuada a los pescadores. Su importancia no se agota en el valor económico de la pesca, existe todo un entramado de industrias auxiliares, de empresas diversas, muchas de turismo y hostelería, que va parejo, abarloado con la flota, mayormente artesanal. Y no son tiempos sencillos: la disminución de las cuotas y el aumento de los gastos aumentan las dificultades. Por eso tiene todo el sentido que la federación de cofradías, fundamental para garantizar la supervivencia del sector, sea distinguida con este galardón.

A la preservación de la vida en los ríos, y especialmente el del Narcea, se dedica la Asociación Las Mestas del Narcea. Los buenos pescadores, como los buenos cazadores, son los primeros interesados en salvaguardar la riqueza natural, y la sociedad que recibe la medalla de plata es una buena prueba de esta certeza: fundada por un grupo de ribereños y con casi un millar de asociados, tiene por principal objetivo la repoblación de salmones y truchas, las especies reinas de nuestros cauces. Con esa voluntad idearon el Proyecto Arca, por el cual los pescadores pueden ofrecer los salmones capturados para, una vez indultados, ser aprovechados en el desove. Así, Las Mestas del Narcea no sólo contribuye a la vida en los ríos, sino que demuestra también la implicación de los pescadores en ese ambicioso propósito.

Reservo la última medalla de plata, la quinta de esta celebración, para otra efeméride: el medio siglo del Hospital Universitario de Cabueñes, una institución señera de la sanidad pública que ya forma parte por derecho propio de la historia, del presente y, queremos, del futuro de Gijón. El centro dio sus primeros pasos en 1968 con la apertura de la Residencia Sanitaria del doctor Gómez Sabugo, un edificio de cuatro plantas, 216 camas y cuatro quirófanos. Ahora, ese hospital, reformado en sucesivas etapas, afronta una ampliación presupuestada en 104 millones para que continúe siendo un centro de referencia para Gijón, Villaviciosa y Carreño durante el siglo XXI. La medalla de plata reconoce a todos quienes han hecho posible ese camino, a toda la comunidad médica y asistencial que con su dedicación ha convertido a Cabueñes en la gran realidad que es hoy.

Son siete medallas y, como ocurre año tras año, la duda no está en quiénes la merecen, sino en cómo justificar que no se otorguen más. Pero ese debate que se repite cada verano sirve también de comprobación positiva: responde a la realidad de una Asturias viva, potente, que encara con decisión su porvenir.

Con 1.300 años de historia, orgullosos de formar parte de la Asturias de hoy, celebremos como merece nuestra fiesta autonómica. La presencia de los Reyes, de la Princesa Leonor y de la Infanta Sofía en los actos del triple centenario de Covadonga constata la trascendencia histórica de esta conmemoración. Son la jefatura del Estado y la Corona las que demuestran cuál es la relevancia de esta efeméride, de los 13 siglos del origen del Reino de Asturias. A toda la familia real, nuestra bienvenida y nuestro agradecimiento.

De nuevo, mi reconocimiento a todos los galardonados. Feliz Día de Asturias.