Tini Areces personalizó la pasión política. En la dictadura, durante la Transición y en democracia. Fue envidiable su capacidad para convertirla en lucha por la libertad, primero, y en gestión eficaz, después. Gijón, Asturias y la educación española son testigos de ello.

Recorrimos los tres niveles de la Administración. Juntos en bastantes momentos. En sus dos poderes: el legislativo y el ejecutivo. Coincidimos, nos alternamos y cogimos o entregamos el "testigo" uno a otro.

Creo que, como en mi caso, nunca dejó de ser y de pensar como alcalde. Hay un Gijón después de Tini. Mucho mejor. Más ambicioso, más moderno, más culto, más integrado, con mejores servicios e infraestructuras.

El actual muro de San Lorenzo no es su logro más ambicioso, pero sí uno de los más emblemáticos. Lo inauguramos juntos. Él, Alcalde; yo, Presidente. Recorriéndolo entero. Escalera a escalera. Genio y figura.

Y coraje. Con él afrontó las insidias sistemáticas de adversarios políticos empeñados en destrozar su legado. De aquéllos que "tratan de falsificar la historia y destruir lo que tanto costó conseguir", según sus propias palabras.

Con esa entereza, tan envidiable como su capacidad de gestión, hizo frente a todo. Seguramente con más de un desgarro interior, pero sin que en ningún momento se evidenciara.

Con él se va un amigo. Echaré de menos nuestras parrafadas políticas y sportinguistas. Dos grandes pasiones compartidas.

Hasta siempre, compañero.