La organización territorial del Principado (II)

Una canción desesperada

La necesidad de un modelo metropolitano que no implique más burocracia

No estamos para tristezas depresivas que paralizan las acciones que se precisan. Los datos son lo suficientemente esclarecedores y preocupantes como para no permitirnos aplazar decisiones. Alarmante pérdida de pujanza económica, pérdida de relevancia política, pérdida demográfica, huída de recursos financieros, (datos analizados en el preámbulo del documento 22 medidas ineludibles para el progreso de Asturias elaborado por FADE y las cámaras).

El bienestar social no es consecuencia de una ley física universal, ni algo que caiga del cielo como el maná divino. Es el fruto de conquistas sociales que requieren una condición previa imprescindible: una economía próspera y bien desarrollada. Esa, es nuestra responsabilidad, y requiere un fuerte compromiso, pero no hay alternativa; hay que atender a las señales y a los indicadores adelantados de cuál es la situación, y hacia dónde camina. De nada vale esconder la cabeza bajo el ala, tratando de que la realidad desaparezca por no querer verla.

Jóvenes capaces, bien formados, que se marchan por falta de oportunidades -no hay perdida demográfica más dolorosa- ¿Por qué será? ¿Por qué se van, generalmente a ciudades grandes? ¿Por qué no se van a pueblos, ciudades pequeñas, o zonas con baja densidad habitacional?

El mundo se desplaza hacia las grandes áreas urbanas; concentran y concentrarán aún más, la mayor parte de la población mundial, porque permiten la especialización, atraen talento, generan oportunidades, fomentan la diversidad y la participación, multiplican las relaciones, ofertan más empleo y de mayor calidad, facilitan la implementación de los plenos derechos de ciudadanía, potencian la creatividad?

Manuel Pimentel, en un reciente artículo titulado "El implacable declive de las ciudades medias ¿Una maldición sin remedio?" Dice lo siguiente: "Por todo ello, estamos ante una dinámica general que determinará la evolución de muchas de nuestras ciudades. Por supuesto que existen excepciones y que la buena gestión de una ciudad mejorará frente a la mala gestión de la vecina. Así es. Pero se trata de excepciones que confirman la regla general, que es igual de simple de anunciar que de inexorable en su resultado: las ciudades medias pierden... Así de sencillo, así de duro? Las ciudades medias languidecen sin que nadie alce la voz en su defensa. Hace unos años, nos escandalizamos al descubrir la España vacía, esos inmensos páramos de densidad siberiana. Ojalá algún día, al despertar, no nos percatemos de la España de las ciudades muertas. Que entre todos la matamos y ellas solas se murieron. Abramos el debate, ahora que aún estamos a tiempo. ¿O ya no lo estamos? Quién sabe, quién sabe".

Laboratorio de gobernanza. Los modelos de gobierno de las diferentes sociedades han ido evolucionando a lo largo de la historia. Ante los nuevos desafíos, disrupciones tecnológicas, económicas y sociales de todo tipo, se deben explorar nuevos sistemas de gobierno (siempre basados en la profunda convicción democrática), muy participativos, pero adaptados a las posibilidades y retos actuales. Si cambian las cosas, hay que cambiar la forma de pensar, y como consecuencia, la forma de actuar y gobernar. Liderazgos comprometidos, basados en la capacidad de movilizar, de convencer y de construir consensos, de trabajar juntos, resistentes a los fracasos y a las dificultades. Representantes políticos con altura de miras, con el bien común como bandera, por encima, incluso, de sus organizaciones partidistas, que se han de entender como un medio y no como un fin. La acción de los gobiernos debería estar dirigida por la razón y el interés general y no por la ideología de partidos ni por sectarios intereses.

Las decisiones deben estar basadas en razones y lógicas inspiradas por investigaciones, análisis, debates. Más método científico que intuiciones e inspiraciones, que muchas veces esconden intereses confusos. Más cultura científica y más pensamiento crítico.

Para empezar a construir nuestra metrópoli no se necesitan grandes estructuras de gobierno, menos aún, pesados aparatos burocráticos, el recurso material más importante: una mesa, preferiblemente redonda, y muchas sillas alrededor, lo que sí se necesita es mucha voluntad de diálogo, de convencerse con paciencia y respeto. Son necesarias muchas ganas de trabajar juntos, con generosidad, desde la confianza. Somos parte de un mismo equipo. Imprescindible la colaboración entre las distintas administraciones públicas, entre unas empresas con otras, entre las diferentes organizaciones sociales, entre lo público y lo privado, hay que tejer una extensa red de colaboraciones y de participación, basada en las relaciones de confianza, y en defensa del interés general.

Bastaría empezar con algo tan útil y práctico, como desarrollar un plan del que cuelguen proyectos concretos, y ponerse a trabajar. No es tiempo de excusas, sino de ponerse manos a la obra: más hacer/hacer, pasar de las musas al teatro, que de perderse en densos documentos estratégicos y elaborados modelos organizativos que lleven la polémica hasta el agotamiento.

Una gestión sencilla, eficiente, ágil, transparente, simplificada, modernizada, digitalizada y muy al servicio de las buenas ideas.

Lo que sí resulta muy conveniente, casi necesario, es la participación y la responsabilidad compartida de las distintas administraciones públicas en colaboración con las organizaciones civiles -la complejidad de los intereses a perseguir así lo determinan- pocos proyectos se pueden desarrollar con rapidez y eficacia sin la colaboración de todos; más consensos y menos votos, más convencer que ordenar. En esto consisten los modernos modelos democráticos de gobernanza.

No valen procedimientos administrativos disuasorios por lentos, complejos, difíciles, con alto riesgo jurídico. No valen excesos de normas, en no pocas ocasiones contradictorias entre sí, farragosas, incompresibles.

No valen sistemas fiscales que además de justos, claros, comprensibles y fáciles de gestionar no sean eficientes, oportunos y competitivos con respecto a los competidores nacionales y mundiales.

La burocracia administrativa tiene que estar al servicio de los proyectos social y económicamente útiles y no al revés, esto es, que los proyectos se diseñen para sortear todos los obstáculos administrativos, hasta conseguir que pierdan su energía original, cuando no su desaparición, por la desesperación de sus promotores.

Una de las más importantes ventajas competitivas y que hacen más atractivas las áreas urbanas más eficientes es, precisamente, su facilidad y agilidad en la tramitación de las licencias y permisos, la red de grandes ciudades compite por captar proyectos empresariales y equipos científicos y tienen que hacerlo con inteligencia, ofreciendo oportunidades para fichar a los mejores.

Pero, por el momento, no solo no somos capaces de atraer, sino que somos incapaces de evitar la sangría de la huida de talento, recursos financieros y empresariales que se van en busca de mejores oportunidades.

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