La actitud de los demócratas ante el nuevo populismo debe encontrar un justo punto: por un lado, estar alerta ante el evidente riesgo que esos nuevos nacionalismos suponen para la pervivencia de Europa, y combatir el fenómeno con los votos (la abstención les hace el juego); por otro, evitar cualquier sobreactuación, pues colgarles ya el rótulo de fascismo es precipitarse. Un viejo amigo profesor, a quien conocí como europeísta hace más de medio siglo, alerta del peligro de llamar fascistas a los nuevos populistas de derecha radical: muchos jóvenes que no lo han conocido de cerca pueden llegar a pensar que el fascismo es lo que estas personas muestran, con sus caras, modales y actitudes, y hacerse una idea más benigna del verdadero, que evidentemente es otra cosa. O sea, el profesor alerta del peligro de blanquear (sin querer) al fascismo real por la vía de usar en vano el término.
