Mundo rural, tierra con pan

El problema de la Asturias vacía y sus posibles soluciones

Ainielle, la aldea del Pirineo oscense donde Julio Llamazares desarrolla su novela "La lluvia amarilla", se deshabitó en 1970. Las políticas para frenar la despoblación en el mudo rural llegan tarde, en demasiadas ocasiones irremediablemente tarde.

El documental "Las Hurdes, tierra sin pan" de Luis Buñel reflejó la miseria que se vivía en esas zonas rurales de España unos pocos años antes de la guerra, donde cada día sus vecinos se afanaban en la mera supervivencia. Poco tiempo después, con el inicio de la postguerra, España comienza su éxodo rural. Hartas de vivir en condiciones famélicas, muchas familias buscaron, cuando no en el extranjero, en Madrid, Barcelona, Bilbao y en menor medida en capitales de provincia, un futuro mejor para sus miembros. También las políticas desarrollistas del régimen franquista alentaron que aldeas y pueblos secularmente incomunicados fueran progresivamente perdiendo capital humano, cediendo espacio a la vegetación sus campos y tierras, cerrando sus escuelas, vaciándose, en definitiva, aquellas comarcas que negaban una vida digna a sus habitantes. A grandes rasgos la situación en Asturias distaba muy poco de la que acontecía en el resto del país. Fundamentalmente en el sur de la región, nuestra orografía montañosa complicaba y complica aún más el escenario moldeando esa imagen de Asturias vacía. Pero además de vacía, vaciada en ocasiones por la misma dictadura que, por ejemplo, a golpe de expropiaciones y sin miramiento alguno, levanta embalses y pantanos que anegan pueblos y valles. Y que, a mayores incluso, eliminaba de un plumazo todo vestigio de actividad económica en comarcas rurales, como sucedió en Casu durante la construcción del pantano de Tanes, cuya puesta en marcha da al traste con una fábrica de muebles y un importante complejo turístico en los que trabajaban más de 60 personas (tesis doctoral de José Antonio González Díaz, "Modelos de gestión del territorio, paisaje y biodiversidad en un espacio de montaña: la Reserva de la Biosfera de Redes").

Cuando avances que desde hacía años se disfrutaban en las ciudades, como las carreteras o la electricidad y agua corriente en las casas, llegaban por fin a esos pueblos y aldeas muchos de sus vecinos ya habían emprendido la huida. En otras ocasiones las propias carreteras sirvieron para acelerar la marcha de aquellos que aún no lo habían hecho.

La Asturias vacía existe por tanto desde hace tiempo, mucho tiempo. Igual que existe desde hace décadas la España vacía. La diferencia estriba en que aparentemente ahora la sociedad en su conjunto parece que ha comprendido la gravedad de esta situación. Es como si de repente gobiernos y habitantes de urbes se dieran cuenta de que con la perdida de la Asturias rural -de la España rural- se perdiera una parte muy importante de nuestra Comunidad -de nuestro país-, como realmente así es: recursos procedentes del sector primario, etnografía, paisaje, usos y costumbres, cultura, lengua?se han ido perdiendo de forma inexorable ante el silencio cómplice de aquellos que veían al mundo rural como algo lejano y ajeno.

Y sí, ahora es tarde. En ocasiones irremediablemente tarde; pero hay que intentarlo porque el mundo rural también es una tierra de oportunidades y aún hay mucho que salvar. El esfuerzo todavía puede merecer la pena, aunque hay que ser conscientes en primer lugar que este esfuerzo ha de ser prolongado en el tiempo, que las políticas públicas que se han de aplicar exigirán compromiso, inversiones, seguimiento y perseverancia a lo largo de años.

Para empezar, hay que garantizar a los asturianos que vivimos en el mundo rural unos servicios públicos de calidad: salud, servicios sociales, educación, escuelas 0 a 3, bonificaciones en el transporte público, suministros eficientes de luz, telefonía e internet, buenas comunicaciones, prestar atención también a la brecha financiera o a las políticas de vivienda? Pero es necesario no quedarse en las meras políticas asistenciales, también hay que facilitar a los pobladores de esas comarcas instrumentos para que generemos actividad económica. Nosotros creemos que estas dos premisas, y no otras, son las fundamentales para empezar a construir una tendencia que frene lo que hoy es una sangría demográfica imparable, con una realidad que aún es peor de lo que el censo refleja, tal y como se empeñan en demostrar los números de las tarjetas sanitarias en centros de salud de concejos de menos de 3000 habitantes (LNE 27-XI-2019, La Tarjeta sanitaria revela "la población fantasma" de la Asturias vaciada).

Tendremos que aceptar también en esta batalla renuncias a una parte del territorio cuya situación es ya irreversible. Probablemente también renuncias incluso a instituciones. Habrá que priorizar espacios físicos y políticos, con sus correspondientes servicios, que requerirán "mano zurda" por parte de los representantes en el medio rural de la administración.

Otro tipo de recetas, las de un mero contenido fiscal y tributario nos hacen recelar. Fundamentalmente porque quienes las promueven, la derecha asturiana en todos sus matices, no creen en el estado como garante de servicios públicos, flirtean de forma constante con las privatizaciones y sus políticas, allá donde gobiernan, pretenden recortar de forma brutal servicios públicos fundamentales como son el 58% de los consultorios médicos en la vecina Castilla-León ("Diario de León", 28-XI-2019, El plan de la Junta golpeará con fuerza a León, que perderá 509 consultorios médicos de los 741 que tiene).

La responsabiliad no debe recaer exclusivamente en el gobierno de Asturias. Los diputados y diputadas que representamos al conjunto de la ciudadanía asturiana en la Junta General tenemos que dar un paso adelante y desarrollar un papel activo, no solo en el debate, también en la implementación de medidas que permitan que esta sea la legislatura del inicio del cambio de tendencia.

Y, sin embargo, la España urbana no se entiende sin la vacía. Los fantasmas de la segunda están en las casas de la primera. (Sergio del Molino, La España vacía)

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