Podemos tener muchas figuras por duplicado (dos Papas, dos reyes, dos presidentes de Venezuela), pero al final solo uno tiene firma y mando, o sea, solo uno lo es de verdad. Que además de ser de verdad sea legítimo, en términos democráticos, es otra cosa: de hecho, una buena parte de los países con los que España mantiene relaciones políticas y económicas son dictaduras, o al menos no pasan la prueba del algodón de la democracia plena. Se puede querer que Guaidó sea presidente de Venezuela (yo quiero) e incluso fingir durante un tiempo que lo es para presionar en favor de un cambio, pero sin llevar la cosa tan lejos que nos coloque fuera de la realidad, y la realidad es que allí por ahora y por desdicha manda Maduro. Aunque el baile entre el ser y el deber ser sea complicado, montar una crisis política sobre un paso mal dado o un pisotón es una tormenta en un vaso de agua.
