Fue Adolfo Posada quien con la publicación, en 1899, de un libro explícito, que llevaba "Feminismo" por título, popularizó la palabra en España. Posada, el prestigioso jurista y sociólogo asturiano, hizo popular el término en un contexto cultural estructuralmente patriarcal y misógino, y en medio del cual se muestra como un decidido partidario de la coeducación y del derecho al voto de las mujeres. En dicho libro, Posada escribía que "la marcha que sigue en todas partes el llamado movimiento feminista es de tal naturaleza que se puede afirmar, con entera seguridad, que es una de las cuestiones del día en todos los países cultos". Procediendo imparcialmente -continúa Posada- hay que reconocer que es una de las revoluciones más grandes que en este siglo ha empezado a cumplirse, y hay que admitir el evidente número de reformas efectuadas en el sentido aconsejado por el feminismo. Y explicaba el autor que publicaba ese libro porque (y cito textualmente) "no puede a mi ver, parecer inoportuno, llamar entre nosotros una vez más la atención de las gentes, hacia un asunto que apasiona de tal manera en todos los pueblos cultos y que tanto se estudia en todas partes".
Justo diez años después de que Posada publicara su libro, en 1909, se celebraba por primera vez el Día de las Mujeres, en apoyo de las jóvenes obreras, especialmente del sector textil, que se estaban jugando la vida por conseguir condiciones dignas de trabajo. Hubo que esperar hasta 1975 para que, coincidiendo con la Declaración de Año Internacional de la Mujer, las Naciones Unidas institucionalizaran el Día Internacional de las Mujeres, y lo fijaran el 8 de marzo. Dos años después, en 1977, en la calle y de forma unitaria, se celebró por primera vez en España.
Que Posada dijera hace 121 años que el feminismo era el tema de actualidad en medio mundo y lo continúe siendo hoy, o que hace 111 años que se celebra el Día Internacional de las Mujeres, evidencia la seriedad y solidez del feminismo como teoría política, de su consistencia intelectual y de su potencia como movimiento social. Además, que sea un movimiento internacional desde sus inicios, nos habla de su capacidad de diálogo.
Sin embargo, vivimos tiempos confusos en los que se pretende desarticular la fuerza del feminismo manoseando su significado y pretendiendo frívolamente que exprese cualquier cosa a la medida de cualquiera. Tras décadas de intentos de demonizar el término y a sus militantes sin conseguirlo, hoy la estrategia es la contraria, todo puede ser feminismo, cualquiera puede identificarse así; por lo tanto, nada y nadie lo es.
Adrienne Rich reflexionaba sobre esta facilidad con la que se borran datos y nombres de las genealogías feministas en el prólogo de "Sobre mentiras, secretos y silencios": "Toda la historia de la lucha de las mujeres por su autodeterminación ha quedado sepultada una y otra vez. Un grave obstáculo con el que se topa cualquier autora feminista es la tendencia a recibir cada obra feminista como si surgiera de la nada; como si cada una de nosotras hubiera vivido, pensado y trabajado sin un pasado histórico y sin el contexto de un presente. Este es uno de los procedimientos por los que las obras y el pensamiento de las mujeres se han presentado como algo esporádico, accidental, huérfano de tradición propia".
Así pues, como decía Posada, no puede parecer inoportuno reivindicar en este 8 de marzo nuestra genealogía. El feminismo actual, alimentado por sus tres siglos de historia, las redes sociales y la toma de conciencia de las generaciones más jóvenes está removiendo los cimientos patriarcales como nunca. Hoy, el feminismo es polifónico, el sonido de sus múltiples voces se escucha, simultáneamente, en todos los rincones del mundo, en distintos tonos y registros. Una melodía con distintas letras, pero con la misma música, la de un proyecto colectivo y emancipador al que nada humano le es ajeno. Un proyecto que alimenta y mejora nuestra democracia.
