El profesor Novalín y el Seminario de Oviedo

La evocación de una personalidad intelectual y académica que traspasó el Pajares y los Pirineos

Hay una orfandad intelectual y académica que, sin ser tan dramática como la que se deriva de los vínculos familiares, quebranta el espíritu de ánimo de quienes la sufren. Desde ese estado anímico quisiera evocar su personalidad intelectual y académica, que traspasó el Pajares y los Pirineos. El Seminario de Oviedo fue siempre el centro académico que él más amaba y al que estuvo vinculado casi cincuenta años. Hace unos meses (24 de junio de 2019) el Seminario de Oviedo presentaba tres volúmenes que, a modo de homenaje al profesor José Luis González Novalín, había coordinado la revista italiana "Anthologica Annua". Más de sesenta investigadores le reconocían, de esta manera, como un verdadero maestro. Con motivo de esta presentación tuve el honor de hacer una muy breve semblanza estrictamente académica y universitaria del profesor asturiano como investigador, docente y gestor, tres aspectos que definen el currículum universitario (LA NUEVA ESPAÑA, "Homenaje a monseñor González Novalín (3-V-2020). "Me gusta mucho tu artículo, aunque presagio que pueda ser una excelente necrológica", me dijo. Con frecuencia hablaba, con serenidad extrema e incluso con humor, del final de su peregrinación existencial; sin embargo, poco a poco, se fue recuperando. Su lucidez mental y su buen humor permitieron a quienes le tratábamos más de cerca seguir disfrutando de su magisterio en su apartamento, incluso con salidas en su silla de ruedas por los alrededores de la iglesia de San Pedro de Gijón. El tratamiento que le dispensó la diócesis a través de Javier Gómez Cuesta merece también ser reconocido. A pesar de su deseo, no voy a repetir en esta necrológica lo que se puede leer en internet. En mi vida universitaria (cuarenta años), tan solo utilicé el apelativo de "maestro" para dirigirme a dos grandes profesores que marcaron mi vocación universitaria: el catedrático y rector de la Universidad de Oviedo José Miguel Caso González y monseñor José Luis González Novalín. Para no caer en repeticiones ya publicadas, quisiera evocar un ayer ya muy lejano en el que conocí por primera vez al profesor Novalín. Fue un cuadro costumbrista muy frecuente en los años 40, 50 y 60 del pasado siglo y que vivieron algunos miles de jóvenes asturianos que por aquellas fechas tuvimos el privilegio de estudiar en los seminarios de Covadonga y Oviedo. La gratitud debe incluir a aquellos curas y maestros de la Asturias rural, donde no había institutos ni colegios.

Permítaseme personalizar unas circunstancias que sin duda compartirá una pléyade de adolescentes asturianos, hoy en la tercera edad, como homenaje al profesor Novalín y a la institución en la que inicié mi andadura intelectual y académica. El 5 de junio de 1957 un niño de 12 años que en su pueblo tan solo era conocido por el apodo de "Cuqui c'al sastre", nacido en el seno de una familia muy humilde ("de pobreza extrema" la calificó en uno de sus informes nuestro "Pepito", administrador, otro de los pilares de la época áurea del Seminario), salía de su pueblo, Lavio, con su párroco don Francisco Rodríguez Suárez (Pachín o Paco para familiares y compañeros; para Gonzalo, Ismael y Cuqui, el hermano mayor), en dirección a Oviedo porque quería ser cura, y era normativo hacer un examen de ingreso para quienes, como Cuqui, procedían de las escuelas rurales. Las peripecias de aquel viaje se mantienen grabadas con toda su frescura y detalle en la mente de este hoy aldeano jubilado. En aquella época muchas aldeas asturianas no conocían coche alguno; el caballo y los carros llamados "carros del país" eran los únicos medios de transporte; en Lavio tan solo había un vehículo: la moto todoterreno de don Francisco. La referida fecha del 5 de junio de 1957 era el día señalado para hacer el examen de ingreso en el Seminario. A las seis de la mañana, don Francisco y Cuqui toman la salida. Era la primera vez que aquel "nenu" iba a Oviedo. Como único equipaje llevaban un fardo, colocado entre el párroco y su monaguillo, que contenía el manteo y la teja, porque era preceptivo este atuendo cuando un sacerdote viajaba a Oviedo. Cien kilómetros separan a Lavio de Oviedo. Para coger la carretera N-634 había que recorrer varios kilómetros por un "camín de carro", lleno de baches, que don Francisco sorteaba magistralmente y que obligaban a Cuqui a agarrarse bien a su párroco. A la entrada de Oviedo, en lo que hoy es la Gruta, don Francisco aparca la moto y se reviste con su manteo y su teja. Y los dos bajan camino hacia lo que el sacerdote llamaba el "Prau Picón". Superada la larga escalinata que asciende desde la plaza San Miguel, se adentran en aquel enorme edificio. "Tenemos que pasar por una oficina. Yo conozco mucho al jefe de estudios. Es un sacerdote muy inteligente y muy preparado que está estudiando en Roma. Se llama don José Luis González Novalín". "Hola, Paco, ¿qué nos traes por aquí?, pregunta el joven sacerdote. Don Francisco, hombre atlético, corpulento como los robles de una carbayera, deportista nato, pero a la vez rústico y rural, utilizaba con frecuencia una imaginería léxica muy popular. "Aquí vos traigo este potrín; ta un poco asilvestráu, pero ye muy listu". Muy amablemente aquel sacerdote, don José Luis González Novalín, les acompaña al aula donde iba a tener lugar el examen. Más de un centenar de adolescentes venidos de toda Asturias allí estaban. Durante dos horas se hace el examen. A los ocho días don Francisco recibe una carta del Seminario en la que se dice que "El alumno Jesús Menéndez Peláez ha sido declarado apto". La carta estaba firmada por el "Licenciado José Luis González Novalín, jefe de estudios". De esta manera, como si de un cuento se tratara, quien esto subscribe conoció por primera vez al profesor González Novalín, uno de aquellos inolvidables profesores del Seminario de Oviedo (una oración por don Ezequiel y don Victoriano, fallecidos estos días) que dejaron una impronta imborrable en aquel "potrín un poco asilvestráu". El profesor Novalín fue siempre un referente en la carrera universitaria del que con el tiempo sería no especialista en Patrología, como él hubiera querido, sino profesor de la Universidad de Oviedo. A él se dirigía siempre con el apelativo de "maestro" en el sentido más universitario de la palabra.

Durante sus últimos años en Gijón, disfruté y aprendí de él, casi a diario, hasta la víspera de su último ingreso hospitalario. Esta semana le llamé al hospital y se despidió con estas palabras: "Dentro de poco tendrás otras noticias de mí". Su muerte me relega a la condición de huérfano intelectual y académico.

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