Era 4 de enero cuando se promulgó la ley para la Reforma Política que permitió la eliminación de las estructuras franquistas. Obviamente de forma no tan radical, pero Adrián Barbón y Ximo Puig abogan por pegar una buena sacudida al sistema autonómico actual, devenido precisamente de aquella Transición. Ambos, nacidos como aquella ley un 4 de enero, consideran pertinente tomar "lecciones" tras el test "de estrés" al que está siendo sometida España con la crisis sanitaria.

Los dos presidentes autonómicos, que podrían formar "el club del 4 de enero", ven necesario realizar importantes ajustes en aras de mejorar la coordinación entre las regiones y entre estas y el Estado. Lo dejaron claro en el provechoso encuentro digital organizado por LA NUEVA ESPAÑA. "Claro que hay que reforzar el sistema", enfatizó el presidente asturiano. El máximo representante de la Comunidad Valenciana no dudó en advertir que "un estado autonómico no es que cada autonomía se mira al ombligo y está en permanente discusión con el Estado".

Barbón y Puig, uno algo más móvil y bravo como el Cantábrico y el otro más calmo y quieto como el Mediterráneo, no tienen grandes divergencias. O si las hubiera, ayer las escondieron en un cajón. Coincidieron hasta en el código de vestimenta para la ocasión. Juntos dieron un capote a la gestión de Pedro Sánchez, destacando que ha convocado la Conferencia de Presidentes autonómicos más que nadie. "En este tiempo se ha hecho el ejercicio más grande de cogobernanza de toda la época democrática", recalcó Puig. Juntos también le dieron un capón a las autonomías (no socialistas) que han mostrado una actitud más beligerante con el Ejecutivo central. "Debemos ejercer cada uno nuestras responsabilidades y no echar balones fuera", advirtieron. Y unieron aún más sus fuerzas para replicar a la líder madrileña Isabel Díaz Ayuso, que advirtió de que es "probable" que la mayor parte de los niños se infecte. "Genera miedo e incertidumbre", coincidieron ambos.

Curioso -o quizás ya no tanto- fue que Barbón, a la hora de dar su opinión sobre Ayuso, iniciase su frase con una coletilla cimentada en sus ya sonoras discusiones cibernéticas: "A riesgo de que me acusen de madrileñofobia, algo muy común...", dijo antes de atizar a la presidenta madrileña. Perlita de cara a la galería multimedia. Gustoso de bajar al barro a hacer política, ya sea en la caleya de una aldea o en la jungla de las redes, el de Laviana permaneció sentado frente a un escritorio lleno de documentos, con solo la enseña asturiana detrás y bebiendo agua de un vaso. Enamorado de la "institucionalidad", el presidente valenciano optó por una sobria silla en una estancia con las tres banderas de rigor detrás -autonómica, nacional y europea-, y, de fondo, un muro de piedra y muchos aires de palacio presidencial; para refrescarse, directamente de un brick. Barbón, que cuando escucha se toca las patillas -rojas, como no- de sus gafas o juega con el bolígrafo, ladea su silla para ponerse rotundo y dotar de firmeza a su mensaje más repetido: "Sí ofrezco una certeza: el gobierno de Asturias antepone la salud a cualquier otra cosa". Ximo Puig, más rígido cuando escucha y que tan solo inclina un poco la mirada, inculca a su mensaje un tono de llamada a la calma: "Tengamos fe en nuestro pueblo y en nuestros ciudadanos, pero con responsabilidad siempre".

Aunque para hombre de fe, el presidente asturiano. Ya se sabe. Pero nadie está exento de que su fe sufra crisis. Así lo reconoció ayer, cuando contó haber estado a punto de caer en la tentación del euroescepticismo ante la deriva que, por momentos, tomó la UE. Pero ya vuelve a ser europeísta de convicción tras ver que todo se resolvió con el mayor paquete de ayudas de la historia. Y también ha ganado en fe en sí mismo, como muestran los recordatorios que hizo de sus proféticas declaraciones: "recibí la del pulpo cuando dije que sin salud no hay economía", recordó; o cuando pidió alargar el estado de alarma. "Quizás estamos en Asturias con los mejores datos porque adoptamos medidas drásticas o muy drásticas", sentenció.