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Reflexión con matices

La condición humana desde los tiempos pretéritos

Nada es más viejo que lo viejo ni más triste que lo triste; pero no hay nada más claro que el agua aunque tratemos de oscurecerla.

Amigo lector: son estas unas reflexiones de tipo personal (de andar por casa) donde sin petulancia y de forma elemental -por supuesto- rebusco en lo que somos y dónde a pesar del tiempo inmemorial transcurrido desde nuestros orígenes, a dónde vamos.

E$n un programa documental del malogrado y llorado, por tanto, Félix Rodríguez de la Fuente, y con la maestría de la que era habitual, nos mostró cómo un aguilucho nacido y criado en cautividad y, por consiguiente, sin el apredizaje de sus mentores (sólo por instinto natural) empezó a romper huevos de gran tamaño arrojándoles -buscando la altura para precisar el impacto- piedras con el pico que le servían para su sustento alimenticio. Todo ello me lleva a pensar que, en nuestros genes de animales racionales que somos, llevamos una lección aprendida que se transmite y se prolonga a través de los tiempos aunque cambien nuestros rasgos físicos. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que los anhelos de grandeza y miserias que duermen en nuestro interior y que abarcan todo un abanico de sugerencias y deseos, como las riquezas, el poder, la belleza, la notoriedad... entre otras debilidades que llevamos ocultas, están prestas a salir al paso en cuanto olemos el momento preciso para cabalgarnos en ese rápido corcel que nos aleje de una rutina de siervos donde nuestra frustración se agigantaa.

Las raíces del preámbulo dan margen y reflejo para el estudio rudimentario, por supuesto, de una personalidad como la humana propia de unos comportamientos tan sombríos como descarnados donde nos movemos. Los ejemplos de nuestras ejecutorias están ahí; repletos los archivos de circunstancias motrices donde las contiendas, bélicas y no bélicas, precisamente, han sido y son nuestro antojo y circunstancia por los siglos de los siglos.

La comprensión hacia el otro, la solidaridad, etcétera, sólo se muestran participativas (salvo muy escasa excepción) cuando nuestros intereses no resultan encarcelados: la moral va perdiendo rigor y se resquebraja al introducirse nuevos elementos de discordia nacidos en el huerto humano que, bien abonado de perversidad, cultiva la envidia, el rencor... entre otras de las tantas bajas pasiones que nos adornan, sin darnos cuenta, que forman parte desde temprana edad de nuestro equipaje.

Recuerden que los monos son los antepasados del hombre. Y éste ha pasado por diversas etapas evolutivas hasta el hombre de Neanderthal, probablemente el primero de la especie "homo sapiens" pero no el antecesor del hombre moderno ("homo sapiens sapiens) que aparece hace unos 40.000 años desarrollando la civilización paleolítica superior, cuyo representante extinguido más famoso es el hombre de Cro-Magnon o Cromañón.

Pero apartándonos de rigores que puedan dar lugar al cansancio del lector y dando un salto cuantioso sobre la especie humana hasta nuestras civilizaciones más próximas y que, por tanto, podemos objetivar más realmente, vemos cómo el ser humano, más que un dechado de virtudes, ha dejado plasmado en su itinerario la vileza, el escarnio y su pasado y vestimenta inquisitorial.

Un solo vistazo al presente acredita y certifica la aseveración manifestada también en la vida política, financiera y judicial...

El hombre fue pasando por diferentes fases hasta la construcción de un emporio separador con la formación de una pirámide social restrictiva para la inmensa mayoría y, adornada de pleitesía, para su entorno cercano y familiar con rango. De este cultivo aflora, sin pudor, la preeminencia de una llamada "sangre azul" como atributo de corte y cuya función fue y es más bien separadora que reparadora.

El poder y las religiones empiezan a configurar un tándem que alcanzaría cotas de desmesurada fuerza, siendo ambas acuñadas por el hombre como necesidades perentorias confirmando un valor material y, a la vez, divino, que juntos cubran los objetivos que, a la postre, se demandarían de su celo para una sociedad huérfana de conocimientos -en su inmensa mayoría- e instalada en la penumbra más espantosa que, por aquellas calendas, era receta de paso.

Las riquezas estaban muy alejadas de la plebe y era trascendente que lo religioso supliera el consuelo del menesteroso. Pero ni las religiones ni el dinero han solventado, a día de hoy -ni lo arreglarán nunca-, porque está enquistado en una existencia cuyo "carné de indentidad" se pierde en los tiempos pasados y presentes.

Nuevas generaciones ocuparán espacios al desembarcar en esta "jungla" y su caminar será arrastrado y dominado, en su problemática, por la propia arquitectura de sus progenitores.

Todo lo expuesto, y siempre a mi entender, produjo y produce unas elites cuyo segmento principal es acaparar el poder: máximo exponente del hombre de siempre. Sólo la división de sus "liturgias orales" les ocasionan frentes enconados donde prima, irreverentemente, camuflado, el subterfugio (véase la dialéctica política).

El poderoso hombre de hoy se fabrica, lo hacen los medios de comunicación a los que domina y suplanta. Estos grandes "gurús" de la elite ya no emplean la cerbatana para cazar ni las rústicas pieles para tapar su desnudez. Ha enriquecido su exterior con nuevos modales, "ropa de marca y corbatas de seda natural"... Pero su interior -por complejo- sigue siendo oscuro y subterráneo; es decir, una "orfebrería muy difícil de labrar". Y su alma, si se prefiere, un enigma.

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