Un reciente estudio, basado en los genes de ocho individuos hallados en la cueva de El Portalón, en Atapuerca, y datados en un periodo que oscila entre 3.500 y 5.500 años atrás, constata que los vascos no hunden sus raíces genéticas tanto en el pasado como creían. Al contrario, son bastante parecidos a los primeros agricultores que poblaron la península ibérica y que se mezclaron con los anteriores cazadores-recolectores que ya residían en nuestro territorio en el mesolítico. El estudio sugiere que la singularidad genética vasca y, quizás también, su peculiar idioma, se deban al aislamiento provocado por la orografía, lo que impidió que los individuos de esa zona se mezclasen con posteriores oleadas migratorias, provenientes del norte de África o del Mediterráneo. Querer basar identidades culturales en cuestiones genéticas tiene ese riesgo: que los estudios posteriores te lo echen por tierra. Son esas cuestiones que deben hacerse por decreto, como siempre que se establece una frontera.
