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Crítica / Arte

Pretérito presente

La muestra de Carlos Suárez en el Museo Barjola de Gijón

Desde la década de los ochenta, aunque hunde sus raíces en los periodos de descolonización y los movimientos sociales de los años sesenta, la memoria se concibe como una preocupación central de la cultura, desplazándose el foco "de los futuros presentes -según señala Andreas Huyssen- a los pretéritos presentes". Estos desplazamientos de la experiencia, la revisión del Holocausto, con la construcción del Museo del Holocausto de Washington, inaugurado en 1993, las matanzas de Ruanda, la guerra de Kosovo, el genocidio de Bosnia, las dictaduras militares de Argentina y Chile, no pueden entenderse como una revisión de la memora global, homologable, sino como memoria nacional y local, la memoria que lleva cada uno de los familiares o amigos a la búsqueda de "mis" muertos, como las madres de la Plaza de Mayo gritando para que les devuelvan a sus hijos y sus nietos, convirtiendo el llanto en una oposición frente al olvido al que nos impele la globalización económica.

Miedo al olvido, temor al recordar, terror incluso, que se articula de manera paradigmática alrededor de las temáticas del Holocausto en Europa y en los Estados Unidos o de los "desaparecidos" en América Latina. Ambos fenómenos comparten, por cierto, la falta de sepulturas, tan importantes como fuente de la memoria humana, un hecho que acaso contribuya a explicar la fuerte presencia del Holocausto en los debates argentinos. En este sentido, el proyecto de Carlos Suárez participa de estas geografías de la memoria, de una dialéctica que alienta el pasado y el recuerdo, construyendo desde la individualidad una relectura histórica.

Como referentes cabe citar las propuestas de Francesc Torres, Francesc Abad, Ana Navarrete, Ángel de la Rubia, Montserrat Soto, Jorge Barbi, la Plataforma de Artistas Antifascistas, algunos de los nombres que, a partir del año 2000, realizaron diversos programas y acciones en la reconstrucción de la memoria, la recuperación de lugares de la ignominia y el sufrimiento, acciones contra la maleza del olvido. Hay que tener en cuenta que la primera fosa que se abrió fue en el año 2000, la conocida como Los Trece de Priaranza en El Bierzo, y pasaron "tantos años y en el corazón tan pocos", le dijo Belia, la hija de Enrique González a Emilio Silva, nieto de Emilio Silva Faba, también represaliado.

La exhumación del 20 y 21 de mayo de 2017 de la fosa común de Las Candasas en el cementerio de Bañugues (Gozón) fue la primera que se llevó a cabo en el Principado de Asturias en casi una década, a pesar de que, en el territorio asturiano, quedan cientos de cuerpos a quienes devolverles la dignidad. Resulta curioso que aunque los pactos entre PSOE e IU han facilitado, en el Principado, la gobernabilidad de la izquierda desde el inicio de la democracia, las fosas, la memoria, a la vista de la desafección demostrada, nunca se consideraron un tema prioritario. Los hechos se remontan a la jornada del 2 de junio de 1938 en el Cabo Peñas, fecha en la que tuvo lugar el asesinato de, al menos, cinco hombres y cuatro mujeres, arrojando sus cuerpos al acantilado. Los cuerpos que fueron devueltos por el mar a playas y pedreros son recogidos por varios vecinos de la zona, según cuentan varios testigos, que les dan sepultura. Las mujeres que aparecen en el mes de junio, las encontradas en la playa de Bañugues y la de Las Botadas, fueron enterradas en el cementerio parroquial de Bañugues, mientras que la localizada en la playa de Moniello (Gozón) recibió sepultura en un campo próximo. Las dos encontradas en el mes de julio, un mes después de los crímenes, fueron trasladadas al cementerio de Viodo, donde les dieron sepultura.

Carlos Suárez asistió, junto con testigos y familiares, a la exhumación de la fosa de Bañugues, bajo la coordinación del profesor Franciso Etxebarria y la sociedad ArANZADI. Y allí recopiló numeroso material sonoro y gráfico que junto con la documentación aportada por ARMH (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica) fue el inicio de un proceso en el que el pasado volvía a modelar el presente. Esa "Cita con la Historia", título de la presente muestra, continúa el camino emprendido con la exposición "El vacío de la huella Belga" (Museo de Bellas Artes de Asturias, 2016) en torno al archivo de la Real Compañía Asturiana de Minas, y en cierta manera, también dedicada "a la memoria de los sin nombre".

La concesión del I Premio Barjola ha hecho posible que en la capilla de la Trinidad del museo, desacralizada, pero no exenta de simbolismos invisibles y canónicos, se aúnen los espectros de los vencedores y los silencios de los vencidos. La capa de tierra que cubre el suelo de la capilla, con el terreno reticulado simulando los procesos ordenados de excavación e investigación científica, mantiene, con gran fuerza, la capacidad evocadora, convocando los recuerdos, estableciendo vínculos entre nuestro presente dinámico y un pasado traumático varado en los crímenes.

Las capillas e iglesias que, durante siglos, albergaron las tumbas de reyes y nobles devienen en este lugar en fosa común, homenaje a los que perdieron sus nombres, a los derrotados por la Historia. Envuelta en esta tierra se encuentra la memoria de Rita Fernández Suárez, conocida por el apodo de "La Camuña", Rosaura Muñiz González natural de Candás, Ángel López Artime, también conocido como "Ángel de Áurea" o "Ángel de Emeterio", Pío Solís González, nacido en Pravia, Daría González Pelayo, hija de Félix González Posada y Rufina Pelayo Mantecón, y María Fernández Menéndez, apodada "la Papona" nacida en Candás. En este espacio, en este recogimiento está todos los torturados y asesinados por las fuerzas franquistas vencedoras.

La instalación se complementa con imágenes de las excavaciones en la fosa común de Bañugues, situadas en el muro de acceso a la capilla y un archivo sonoro en el que trabajó Juanjo Palacios a partir de grabaciones realizadas en el momento de la exhumación en la fosa.

Esta pieza es una parte fundamental de la propuesta, con sonidos procedentes de la excavación, de las palas removiendo la tierra que se superponen a las voces de quienes trabajan en la extracción, a los comentarios de los testigos, al sigilo de los familiares. Este ambiente sonoro, la introducción de estos sonidos, renueva el deseo de cancelar las ausencias, allí donde fueron más silenciadas, ignoradas, objeto de escarnio. Y en este territorio de memoria, el sonido penetra en la porosidad de la tierra, reforzando los ecos y los espectros, los ruidos, los recuerdos que quieren crear al otro, envolviendo la capilla en un duelo que no conseguirá hacer (re)aparecer a los represaliados pero, que sin dejar de hurgar en las heridas abiertas, configura un tiempo de respuesta a cualquier barbarie.

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