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Crítica / Teatro

Un tsunami gestual

El Off Niemeyer no es un buen espacio, los techos son demasiado bajos y el escenario es mínimo. Pero, paradojas de la vida -lo vengo observando también con la música-, ocurre a veces que es precisamente en antros y tugurios parecidos donde se producen los mejores milagros. El espectador avilesino lo sabe, el Off nunca defrauda, y acude porque no quiere perderse algunos de los mejores espectáculos de pequeño formato que hay en España. Con "Interrupted" lo hemos vuelto a confirmar.

Es probable que la pieza propicie múltiples entradas para una valoración general, aunque se evidencian tres: una mecánica unitaria y compacta de relojería, un ritmo endiablado y una prodigiosa construcción de tipos caricaturizados donde confluyen, concentrados, gestos y contorsiones con lo mejor de Chaplin, Keaton, técnicas de clown, torrenciales pantomimas abiertas con subidas y bajadas y hasta picos donde puede apreciarse la impronta de Chiquito de la Calzada o de Michael Jackson. Porque nada de cuanto acontece escapa a la mirada de sus creadoras. Todo ha sido pesado y valorado escrupulosamente para que no sobre ni falte un gesto, un movimiento, un detalle en la composición del conjunto. "Interrupted" es un trabajo en equipo elaborado en el taller de pruebas. Un resultado así no puede concebirse de otra forma. Lo que vemos es el final de un vasto proceso de cribas al servicio de una máxima efectividad.

La historia que se cuenta, dos días en la vida cotidiana de Anabel, una frenética ejecutiva que cree tenerlo todo bajo control hasta que de pronto pierde los papeles, es un tanto endeble y baladí -aunque la competitividad laboral, el estrés y la incomunicación están en el punto de mira- y tal parece que las jóvenes artistas son tan grandes que en vez de esa vida podrían contarnos cualquier otra sin que el trepidante ritmo y el humor gestual pierdan un ápice de contundencia. A veces el impacto de la forma lleva tanto peso que eclipsa el fondo argumental. No obstante, a medida que transcurren las acciones nos damos cuenta de que éstas van dejando poso y que lo que le ocurre a la protagonista, por exagerado y cachondo que se nos presente va ganando enjundia, pues no es moco de pavo lo que le sucede a la desgraciada. Por eso la reflexión pertinente aquí no viene dada tanto por el calado de la fábula como por las sensaciones que propician la fisicidad y el "Gestus" fragmentado conseguido por las intérpretes.

El espectáculo ya ha sido representado más de cien veces. El virtuosismo de las jóvenes actrices, Ariana Cárdenas, Andrea Jiménez, Esther Ramos y Noemi Rodríguez, está fuera de dudas. Son un prodigio en la profusión inteligente de giros inesperados y en la exageración de tipos con variedad de acentos. La crítica y el público ha sido unánime en el reconocimiento de su envergadura.

El alto grado de sofisticación conseguido también dice mucho de la importancia que tiene una buena formación. Describir la originalidad de esas secuencias encadenadas frenéticamente no ayuda a hacerse una idea cabal del acontecimiento, porque la obra entra por la vista y no se puede contar. Es para ver. Ni tan siquiera los momentos más chocantes y divertidos -como cuando a Rafael, el jefe de Anabel, se le descuelga una teta- tendrían razón de estar en una crónica.

Y todo se resuelve y plantea como un ejercicio que se muestra con un poco de atrezo en un espacio sacralizado de cuatro metros cuadrados, donde las manipuladoras forman parte también de la representación, ejecutando así de manera brillante una partitura corporal con situaciones extremas que permanecerán en nuestras retinas por mucho tiempo.

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