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Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

El judío de Venecia

Un espectáculo simplemente genial

Que la función que se representó antes de anoche en Avilés no iba a ser como todas las demás, no fue sorprendente. Cuando Carlos Cuadros, el director del Niemeyer, presentó hace unos meses la programación de este trimestre que ya está finiquitado lo había adelantado: que la compañía del teatro londinense The Globe viaja con tres funciones bajo el brazo, que será el público el que elegirá cuál es la que quiere. Habló de urnas, pero finalmente fueron los aplausos. Estuvo reñido: "El mercader de Venecia" o "La fierecilla domada". La tercera -"Noche de reyes"- es la menos conocida, la menos representada y, quizá, la más rollo. Las ovaciones y, sobremanera, la intervención última de la actriz Cris Puertas, jueza, jurado y espectadora en la primera fila- fueron decisivas: "El mercader de Venecia" fue la que salió elegida, la que los ocho actores de Brendan O'Hea representaron como una delicia, una verdadera fiesta, un jolgorio para recordar, para decir "yo estuve allí"...

El mejor teatro del mundo tiene en sus agendas la ciudad de Avilés. Desde "The Tempest" (2010), pasando por "Richard III" (2011), "Forests" (2012) o "Winter's tale" y "La danza de la muerte" (2017). Funciones como la del sábado crean afición y afianzan amores entre el respetable convencido. El teatro es un veneno delicioso si lo sirven actores como estos de "The Globe".

El espectáculo comenzó en el foyer: siete de los actores también son músicos y, como el flautista de Hamelin, con sus notas atraparon a los espectadores que llenaron el patio de butacas del Niemeyer. Cuando todos subieron a las tablas, interpretaron una pieza (flauta, acordeón, saxofón y hasta cucharas?) Dos se dirigieron en español a la sala. Que había que votar, que la ganadora sería la que más aplausos obtuviera... Sin solución de continuidad, sin que se apagaran las luces de la sala (es lo habitual), los actores se transformaron en los personajes de William Shakespeare. En un segundo, sin problema, Russell Layton se convirtió en Antonio, en el mercader que da título al montaje. O Sarah Finigan (que sale en "28 semanas después", la película de zombis de Juan Carlos Fresnadillo), en el judío Shylock, el hombre humillado que busca la salvación. Todo esto fue posible porque el conjunto de los actores es gigante y de la vieja escuela (sin voces amplificadas) y también porque la escenografía destilada podía valer para un roto o para un descosido. En "El mercader de Venecia" sirvió como palacio del dogo, como casa del judío...

Harold Bloom, que es el crítico que más sabe sobre Shakespeare, sostiene que la historia del mercader es una comedia. Bah. Está Shylock, que es el judío que busca venganza por las humillaciones continuas. Bloom dice que uno tendría que ser "ciego, sordo y tonto" para no descubrir que la función es antisemita y que Shlylock es un villano grotesco, que así lo pintó Shakespeare. A continuación reconoce que desde principios del siglo XIX nadie -salvo en la Alemania nazi- lo ha representado como dice que el bardo lo pintó. Me cuesta seguir este planteamiento. Pero ya saben aquello que dijo Calvino de los clásicos: que son los libros que nunca terminan de decir "lo que tienen que decir". El caso es que el judío plantea un asunto grave: los límites de la justicia y la clemencia ("El don de la clemencia no se impone, se concede", dice Porcia; "Si me pinchan, ¿no sangro?", dice el usurero). Todo lo demás son asuntos ligeros e intercambiables ("El mercader de Venecia" guarda semejanzas con "Mucho ruido y pocas nueces", por ejemplo). Shakespeare, cuatro siglos después, lo permite todo, incluso seguir haciendo felices a todos cuantos se acercan a los teatros para volver a ver de nuevo uno de sus espectáculos. Me pasó a mí.

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