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Vita brevis

El canto de los himnos

Un somero análisis de las letras de las canciones de los países que compiten en el Mundial de fútbol

Durante estos días del Mundial de fútbol hemos visto cómo los partidos comienzan con que ambos equipos salen de los vestuarios en sendas filas. Cada jugador da la mano a un niño rubito lugareño y todo el cortejo va precedido por el equipo arbitral. Se colocan los árbitros en la raya que delimita el centro del campo, mirando hacia la grada donde se ubica la tribuna de las autoridades. A derecha e izquierda se despliegan en hilera los jugadores de los equipos y, delante de cada uno de ellos, las inocentes criaturas que los acompañaban. Una vez completada la formación comienzan a sonar, sucesivamente, los himnos nacionales de cada equipo. Cuando suena el propio, todos los jugadores, el cuerpo técnico y los espectadores llegados de la nación correspondiente acompañan las notas del himno que se oye por la megafonía cantando su letra con reverente fervor.

Cualquiera que tenga la humorada de buscar la traducción de la letra de estos himnos comprenderá inmediatamente que está justificado el fervor militante que induce a quienes lo entonan. Todos contienen numerosos vítores y glorias a la patria propia, llaman a sus hijos a la unidad y al combate, y anuncian victorias memorables. En esa constante los hay que aprovechan también para ensalzar las bellezas naturales de la tierra, pero la mayoría no se entretiene en esas sutilezas ecologistas, sino que, por el contrario, salpican de sangre el paisaje, las banderas y hasta los surcos de los caminos.

No cabe duda de que esa llamada a la lucha y a la victoria, que contiene la letra de casi todos los himnos, enardece el ánimo de los deportistas, sobremanera si retumba en el estadio con el coro de los espectadores propios. El canto colectivo que llama al esfuerzo por los colores patrios produce la suficiente adrenalina para salir a por todas, porque toda una nación les contempla y les espera pasar a su historia.

Naturalmente no todos los himnos tienen el mismo poder de exaltación. Es que la mayoría tiene una música de romería y un gran número de ellos se acompaña con una letra llena de ripios románticos y grandilocuentes que hoy producen más risa que enardecimiento belicoso. Seguramente esto es lo que haya podido influir en que hayan quedado eliminadas a las primeras de cambio las selecciones africanas y sudamericanas, con cuyos himnos no apetece ni salir de casa para comprar el pan. Por el contrario, eso mismo podría justificar los logros de la selección francesa, porque su Marsellesa está llena de hijos de la patria que cogen las armas, marchan y dejan todo perdido de sangre que no se quita ni aunque lo mandes al tinte. Aunque su himno hable de amores a sus montes y ríos, Croacia tampoco se anda chica con su himno que, traducido, se llama "Hermosa nuestra patria" Tampoco la Brabanzona, que es el himno belga, se queda muy atrás en referirse a la patria sagrada, a la que se ofrecen los corazones, los brazos y la sangre. Inglaterra es otra cosa, porque su himno es una oración imperial para que Dios salve a la reina, le dé victorias, felicidad y gloria, que por algo tiene el título de Defensora de la fe, anglicana, por supuesto.

Tras el desbarate de la Unión Soviética, Rusia se quedó sin himno y el presidente beodo Boris Yeltsin estableció uno sin letra del compositor Glinka. Los deportistas rusos protestaron por no poder cantarlo y así estuvieron diez años, hasta que Putin resucitó el que lo fuera desde Stalin, que es una composición del genial músico Alexander Alexandrov, eliminando de la letra las referencias al Partido Comunista. Así lo cantaron en el Mundial y no quedaron tan mal. Mejor que España, cuyo himno no tiene letra y, cuando sonó, parecía que los jugadores estaban en un funeral.

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