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Psicóloga

Las personas que cuidan deben cuidarse

¿Sabían ustedes que la palabra cuidar viene de la antigua coidar y esta del latín cogitare, que significa pensar? Cuidar está relacionado, por tanto, con pensar, con prestar atención, con poner diligencia y esmero. Y resulta un término bien presente en nuestra vida, pues, a lo largo de nuestro desarrollo todos somos cuidados y todos cuidamos en algún momento, no olvidemos que somos interdependientes, y que, de cuando en cuando, necesitamos unos de otros.

Hablar de cuidar es, sin duda, hablar de amor, de generosidad y de entrega, y, sin embargo, en algunas ocasiones, hablar de cuidar también es hablar de estrés, y, por tanto, de incertidumbre, de emociones encontradas, de cambios y pérdidas constantes, de soledad e, incluso, de aislamiento. De hecho, se habla del síndrome del cuidador cuando, en la persona que cuida, se manifiestan síntomas como irritabilidad, insomnio, depresión, agotamiento físico y psicológico, deterioro de la vida familiar, social y laboral...

La calidad del vínculo que se tenga con la persona que necesita cuidados, el grado de dependencia que esta tenga, el carácter temporal o crónico de la situación, los apoyos y ayudas de los que se pueda disponer o las estrategias de adaptación que se pongan en marcha, son sólo algunas de las variables que influyen notablemente en el grado de estrés que pueden desarrollar las personas cuidadoras, que estadísticamente, en nuestro país, suelen ser miembros de la familia y, aunque cada vez hay más hombres cuidadores, por lo general, según datos, tanto del Imserso, como del CSIC, más del 80% suelen ser mujeres, la mayoría cónyuges e hijas.

Frente a las situaciones de sobrecarga y estrés no hay varitas mágicas, pero sí algunas sugerencias que pueden ayudar:

1. Planificar los tiempos. Tener una, no demasiado rígida, rutina de funcionamiento, aprendiendo a priorizar y elaborando una lista de tareas diarias, ayuda a tener cierta percepción de control que contribuye a disminuir el estrés, uno de los objetivos fundamentales para que la persona cuidadora se mantenga bien.

2. No olvidarse de descansar. La falta de sueño reparador aumenta enormemente el cansancio, la irritabilidad y la tensión emocional. Si la persona dependiente necesita cuidados también por la noche, se hace imprescindible la ayuda, por ejemplo, estableciendo turnos de cuidado con otros familiares o contratando a alguna persona cuando sea necesario.

3. Delegar, delegar, delegar... Hace que la tarea de cuidar sea más llevadera. El compartir la responsabilidad de los cuidados puede provenir de otro familiar, de ayuda a domicilio o de un centro asistencial. Por factores educativos, hay muchas mujeres cuidadoras que rechazan la ayuda externa al considerarse principales responsables de atender y cuidar, sintiéndose egoístas y, lo que es peor, terriblemente culpables si su labor la hacen otras personas. Y recibir ayuda nunca es un fracaso personal en las tareas de cuidado, todo lo contrario, es lo más inteligente que se puede hacer para evitar que la persona cuidadora enferme. El autosacrificio total no tiene ningún sentido.

4. Cambiar pensamientos. Hay pensamientos que no ayudan. Algunos se repiten en casi todas las personas cuidadoras: "debo de estar pendiente de todo", "mi familiar sólo quiere que lo atienda yo", "si yo no estoy, todo se hace mal", "soy mala persona si no estoy todo el tiempo... Lo que está claro es que una persona no lo puede hacer todo sola, no a costa de su salud, así que hay que dejar de culparse por no ser Superman o Superwoman y disminuir la autoexigencia destructiva.

5. Llevar a cabo actividades gratificantes. Hacer algo de ejercicio, por ejemplo, pues mejora el estado de ánimo y disminuye la ansiedad y el estrés. O apuntarse a algo que les resulte agradable. También quedar con amistades positivas y reconfortantes o participar en grupos de asociaciones que puedan ayudar a disponer de la información oportuna y a tener un enfoque más adecuado de la situación.

6. No aislarse. Es uno de los temas que más desapercibidos pueden pasar, pues la persona cuidadora no se aísla de la noche a la mañana, sino que va poco a poco dejando de quedar, dejando de salir, dejándose absorber casi sin darse cuenta por la situación derivada de los cuidados. El aislamiento supone uno de los mayores peligros de la persona que cuida, pues acaba perdiendo apoyo, estímulo y diversión, con el riesgo añadido de caer en una depresión.

No descuidemos, pues, a quienes cuidan de sus seres queridos y no lo tengamos en cuenta sólo el 6 de noviembre porque sea el Día Internacional de las Personas Cuidadoras, hagamos todo lo posible, a nivel familiar, a nivel social y a nivel laboral para que puedan cuidar y cuidarse sin perder la salud en el intento.

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