La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Algunos recuerdos de una vieja amistad

Éramos aún relativamente jóvenes en aquellos finales años sesenta y con hijos en edad escolar, alumnos del Colegio Santo Ángel de Avilés. Coincidimos en la Asociación de Padres, a la que Manuel Ponga me llevó por una oreja y en la que ambos trabajamos duro. Destaca el firmante este detalle para poner el acento en una antigua relación de matrimonios y de profunda y sincera amistad.

Años de aquel Avilés siderúrgico, de intensa actividad industrial y cultural, polo de atracción laboral para muchos españoles de otras tierras que poblaron sus barrios. Manolo Ponga era en aquellos años finales de la dictadura agente del consignatario de buques Paquet y, lógicamente, aún muy ajeno a la política activa.

Viajamos juntos, asistimos a cursillos y actividades educativas relacionadas con las tareas colegiales y sellamos una relación leal y auténtica. Mediada la década 70, la vida nos llevó por sendas diferentes y distantes. Reunidos después en su casa de El Pozón, comprobamos que algo había cambiado en nuestra relación, acaso entintado por las opciones de la reciente democracia.

Hago este apunte para subrayar el impacto que tuvo entonces la política aún en los comportamientos y en los afectos personales. Ponga era un hombre eficaz y recio de carácter que llegó a Delegado del Gobierno en Asturias, a presidente del Puerto de Avilés y que sonó con fuerza para ser ministro del Gobierno. Su mujer, Juana Mari Esparta, activa y apasionada por las causas sociales. Pero nuestras manifiestas ideologías parecían ir ya por diferentes caminos. No éramos los mismos.

No trata el firmante de componer una necrología al uso, ni de valorar distintas actitudes entre ellos y nosotros, ni entiendo necesario resaltar los muchos valores humanos y políticos de Manuel Ponga, que los tenía sin duda, y el dinamismo social de su mujer. Pero sí de apuntar en su memoria una tardía melancolía personal ante actitudes políticas o ideológicas que a veces injustamente nos separan. Y que, sin embargo, no pueden borrar lo ya vivido en los afectos personales que sin duda permanecerán siempre en la memoria.

Aún impresionado por la inesperada muerte de mi amigo Manolo Ponga, vaya el sincero afecto de aquellos viejos días de relación sincera. Y también el posible deseo de consuelo a Juana Mari y a sus hijos Paula, Belén y Bernardo, con la seguridad de mi oración. Todos, siempre en el mejor de los recuerdos.

Compartir el artículo

stats