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Las hazañas de Pedro Menéndez

Prisionero de corsarios franceses en el Caribe

El respeto y consideración de los enemigos por el marino avilesino

Pedro Menéndez había estado acumulando conocimientos y experiencia en el arte de navegar y va forjando con la práctica su innata capacidad de mando. Desarrolla unas aptitudes sorprendentes en el diseño de soluciones para la orientación marina, confección de cartas náuticas o la creación de nuevos modelos de buques, especialmente adaptados a los inéditos escenarios y necesidades de navegación con los que se va encontrando. Menéndez es intrépido, pero no temerario. Es audaz y no se arredra ante las dificultades, sabiendo afrontarlas de forma inteligente. Es capaz de analizar los escenarios con los que se encuentra y sacar conclusiones para actuar de forma eficaz y con suma rapidez. Algo para lo que otros necesitan mucho más tiempo y reiteración. Al final, los que le acompañan acaban aceptando su juicio, que siempre es acertado y, por tanto, la confianza en las decisiones que adopta el avilesino es total.

En estos momentos en el que se están produciendo las grandes epopeyas de los descubrimientos y la colonización de nuevas tierras, los gobiernos de las potencias europeas autorizan la práctica corsaria. España también pero, a diferencia de otros países de su entorno, solo con carácter defensivo, es decir, para proteger sus costas y puertos de las acciones de los ataques y saqueos de buques y armadas extranjeras. Pedro Menéndez es uno de los marinos que, a lo largo del siglo XVI, obtiene de la corona esa patente que le permitía, con sus propias naves, ejercer el control de las aguas para evitar los ataques, sustanciados sobre todo por franceses, aunque también y en menor medida por marinos de otras nacionalidades.

El avilesino se va forjando, a través de la práctica corsaria, en el arte de la navegación, de la guerra en el mar y el mando de soldados y marinería. El Emperador Carlos y su hijo Felipe II, éste especialmente, serán sus aliados y protectores, reconociéndole el valor y la capacidad para afrontar las misiones más arriesgadas y de mayor responsabilidad. Cuando había alguna misión arriesgada y difícil de hacer, la solución era siempre Pedro Menéndez de Avilés, que corresponderá a la Corona dedicándose en cuerpo y alma a su servicio. Siempre estaba dispuesto, con prontitud y entusiasmo, para cumplir la misión que su Rey le encomendase.

En 1550 Pedro Menéndez recibe, del propio emperador Carlos I, su segunda "Patente de Corso", con orden de enfrentarse a los piratas que frecuentemente atacaban a los barcos españoles que hacían la ruta de las Indias. Eso sí, sin recibir ni un solo ducado, es decir, afrontando con su bolsillo y patrimonio todos los gastos de aportación de buques, equipamiento de los mismos, y gastos derivados del enrolamiento de las tripulaciones. Con esta encomienda real realiza su primer viaje a América, regresando a Avilés en 1551. Contaba entonces 32 años. Después de visitar a su mujer, familiares y amigos, parte al año siguiente nuevamente hacia el continente americano.

Se producirá entonces el único episodio en el que Menéndez vivirá la experiencia triste de la derrota. Navegaba frente a las costas de La Española cuando dos buques franceses se acercan a su nave. Eran una galeaza y un patache. La paz entre Francia y España se había roto y habían comenzado de nuevo las hostilidades entre ambos países, pero Pedro Menéndez desconocía esta circunstancia. Así que Menéndez se acerca confiado a los navíos franceses y, tras los saludos de rigor, es invitado para pasar a bordo de uno de los navíos galos, cosa que acepta gustoso, entendiéndolo como un educado cumplido. Pero nada más que pone sus pies en cubierta, los franceses empuñan sus armas y lo conminan a entregarse. La superioridad numérica y la sorpresa de tan artera acción no le dejan tiempo a reaccionar. Menéndez es pues es reducido y hecho prisionero. A continuación, y ante el desconcierto de sus hombres, la nave del avilesino es abordada y capturada. Todo se produce muy rápido y Menéndez maldice su decisión de haber confiado en los franceses. Desde entonces los considerará mentirosos y traidores y nunca más actuará de buena fe ante ellos o ante otro enemigo. Será una experiencia que no se repetirá jamás.

Los galos habían actuado quizás, de la única forma en que podían reducir a Menéndez, y una vez encadenado y encerrado en la bodega del buque, ponen rumbo con el preciado botín hacia Santiago de Cuba. Cuando llegan a puerto, alardean públicamente de su captura y se ponen en contacto con el Obispo de la ciudad, Fernando de Uranga, con la intención de iniciar con él negociaciones para, a cambio de un suculento rescate, ofrecer la liberación de Menéndez.

Pero ese fue su error, ya que más les hubiese rentado no proceder a su liberación. Ciertamente, el dinero obtenido en la operación no compensará a Francia las acciones que Menéndez realizará contra ellos en el futuro. El caso es que avisado por el obispo, Bartolomé, su hermano, rápidamente se reúne con importantes personas y algunos prestamistas y consigue reunir el precio exigido por los corsarios. El rescate fue de 1.000 pesos de oro por el avilesino y 98 por su nave. Estas cantidades nos revelan claramente la consideración que, ya en ese momento, tenían sus enemigos de Menéndez. El avilesino tenía para ellos diez veces más valor, que el navío en el que viajaba, incluida la tripulación y las armas y bastimentos que transportaba.

Menéndez escarmentará. Tomará nota de este pasaje de su vida y no volverá a dejarse sorprender. Una vez libre, decide estudiar a fondo la situación de la zona y, desde Santiago de Cuba se traslada hasta Veracruz y de allí a ciudad de México, donde se entrevista con el Virrey don Luis de Velasco. También se reúne posteriormente con Juan de Rojas, personaje de gran prestigio y poderío en La Habana. Estos contactos, especialmente el último, le serán de gran utilidad en el futuro, cuando esté en pleno desarrollo su encargo de colonizar Florida.

Pedro Menéndez explora todos los recovecos del mar Caribe y obtiene información en cada puerto que visita, de cómo operaban, los refugios que tenían, y cómo planeaban sus actividades los piratas y corsarios que infestaban aquellas aguas. Lo observa todo con minuciosidad y detenimiento. Pero lo más importante es que después, elabora un detallado plan, en donde sitúa las zonas más vulnerables para la navegación, las mejoras que habrían de hacerse en las defensas de los asentamientos hispanos, y también la forma de combatir todas estas amenazas para los intereses económicos y políticos de la Corona en la zona.

Entre las propuestas más importantes que formula está la construcción de un puerto refugio para la Armada Real en la isla de la Dominica, en las Antillas menores, entre las islas de Guadalupe y Martinica. Todos sus análisis y recomendaciones los recogerá en un extenso Memorial que entrega a la Corona por medio del Virrey de Nueva España, Luis de Velasco el cual, a su vez, lo remite al Consejo de Indias y a la Corona. En el documento queda plasmada la autoridad y conocimientos del avilesino sobre la región, y supone un diagnóstico fidedigno y exacto de la situación de la zona del Caribe en aquel momento. De su lectura se deducía el evidente peligro que suponía la creciente presencia francesa para los buques y posesiones españolas.

No hay duda de que, sus aportaciones, tuvieron una valoración favorable y el reconocimiento de la Corona. También que obtuvieron inmediata recompensa ya que, de forma prácticamente inmediata y recién cumplidos los treinta y cinco años de edad, es nombrado, por el entonces príncipe Felipe, Capitán General de la Armada y Flota de las Indias. Este hecho, realizado sin el conocimiento ni el visto bueno de la Casa de Contratación de Sevilla, sería el inicio de la inquina de los oficiales de la institución contra el asturiano, y también de las tortuosas relaciones que mantuvo con la Casa durante toda su vida.

Sin embargo, este nombramiento de la Corona, en el año 1554, significó también el comienzo de una relación especial con el Príncipe heredero, que fue haciéndose cada vez más estrecha y fuerte, y que duró hasta la muerte del avilesino en Santander, en el año de 1574.

La leyenda de Pedro Menéndez seguía agrandándose y también la confianza de la Casa Real. Hasta tal punto que, en ese mismo año, el Emperador Carlos decide trasladarse a Bruselas para abdicar de la corona imperial. Pedro Menéndez es el elegido para escoltar hasta Flandes la nave del Monarca. Al año siguiente, el día 25 de octubre y tras casi cuarenta años de reinado, Carlos I abdica y entrega el trono de España a su hijo Felipe II.

El nuevo Rey, que confía plenamente en el asturiano, le nombra su Consejero y le pide que le acompañe en el viaje que va de realizar a Inglaterra, para su boda con María Tudor. Así lo hace Menéndez, que parte con la comitiva real desde La Coruña, rumbo a Londres. Una vez celebrado el desposorio, el Monarca le ordena dirigirse a Sevilla para que comience a ejercer su empleo de Capitán General de la Armada y Flota de Indias.

Menéndez regresa a España y hace escala en Laredo, localidad en la que pasa varios días para descansar y reabastecerse. Desde allí zarpa nuevamente con rumbo a la capital andaluza, pero la travesía no iba a desarrollarse con la tranquilidad esperada. Los franceses seguían alterando la paz de nuestras costas y, un grupo de piratas de aquella nacionalidad, atacan la nave de Menéndez. El asturiano, al divisarlos y observar que se dirigen hacia su barco con intención hostil y escarmentado por su experiencia anterior, llama a la tripulación a la faena general para desplegar todo el velamen, vira el rumbo para dirigir la proa de su nave contra la embarcación capitana de los piratas y ordena zafarrancho de combate. Cuando la proa de la nave del avilesino encara a los buques franceses, queda al descubierto y perfectamente visible su estandarte y al identificarlo, tal era el temor que desataba en sus enemigos, que los franceses maniobran rápidamente con sus buques, viran en redondo y largan todo el trapo de que disponen para huir despavoridos.

Menéndez, que era un hombre frío y disciplinado, en vez de perseguirlos como le pedía su corazón, es consciente del mandato que le ha encomendado el Rey y, al ver a los franceses maniobrar en franca retirada, ordena a sus oficiales cambiar el rumbo y seguir su ruta hacia Sevilla para así cumplir la orden del Monarca y hacerse cargo de su empleo de Capitán General de la Armada y Flota de Indias.

Solo su amago de acometerlos y la vista de sus emblemas hizo que los piratas franceses huyesen despavoridos. Ese era Menéndez, y su leyenda seguía aumentando?

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