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Vita brevis

Reflexión

Ha tenido usted todo un día para reflexionar, que es hacer una flexión y volver a repetirla. De modo que debería estar usted ya listo para decidir y votar, aunque todavía hoy puede seguir reflexionando hasta llegar a la mesa en que se muestran todas las papeletas de los candidatos y, si quiere mayor intimidad, a la cabina en la que también puede obtener los billetes de los votos.

Esto de la reflexión viene muy bien para saber que la papeleta que usted elija para el Congreso de los Diputados, que es blanca, debe flexionarla, doblándola a la mitad, más o menos, para que quepa en el sobre, también blanco, en el que debe introducirla, cuidando de no ser un manazas y romperla. Sólo tiene que hacer eso, porque las listas de señores y señoras que aparecen impresas en esas papeletas se entienden que están cerradas y bloqueadas, de modo que usted no puede alterarlas de ninguna forma, ni para tachar al que no le guste, ni para modificar su orden. Es un todo o nada, que luego un tal Víctor D'Hont, que era un belga de finales del siglo XIX, se encarga de atribuir los escaños a unos y de mandar al carajo a otros, favoreciendo a los partidos más votados y perjudicando a los más piojosos.

La cosa para elegir a los senadores es distinta y ahí puede usted reflexionar mucho más, aunque el común no lo haga. Debe usted coger la papeleta de color sepia, sin ningún miramiento, porque en ella figuran todos los candidatos de todos los partidos que se presentan. Lo de darle al magín viene después, ya que debe señalar con una cruz a los tres candidatos que a usted le parezcan mejor, pudiendo mezclar los que a usted le dé la gana, sin tener que atenerse a las listas que se presentan, porque son abiertas. Por lo que muchos dicen, parece que se les olvida que las listas del senado son abiertas, de modo que puede usted poner la cruz en los tres que a usted le dé la real gana, sin que tengan que ser necesariamente del mismo partido. Lo que ocurre es que una gran parte del personal lleva la papeleta cerrada desde casa, sin la más mínima reflexión sobre los sujetos cuyos nombres aparecen allí escritos, con las cruces seguidas marcadas en imprenta, como si se tratara de un calvario, por la propaganda que envían los partidos por los buzones.

No sé si usted se ha dado cuenta de lo horrendo que es esto de la reflexión, porque propiamente es el cambio de dirección de una onda que, al entrar en contacto con la superficie de separación de dos medios cambiantes, regresa al medio donde se originó. Así ocurre con la reflexión de la luz o del sonido. Mírese usted en un espejo por la mañana y se verá reflejado en él, aunque usted piense que es un señor o una señora mayor que tienen la bondad de darle los buenos días, pero que de ninguna manera es usted, que es mucho más joven y atractivo, y está carente de tantas canas y arrugas. Igualmente le ocurrirá si se pone a cantar, que a usted le parecerá que lo hace melodiosa y afinadamente, hasta que lo escuche en una grabación, que jamás reconocerá como suyos los gorgoritos, los gallos y las afonías que transmita.

Así parece con las reflexiones que enormes cantidades del personal hace para emitir su voto, que en muchos casos no es más que un reflejo de lo que otros piensan y deciden. Luego y al cabo del tiempo, puede venir el llanto y el crujir de dientes, el echar sapos y culebras por la boca contra los que han salido triunfadores y han ocupado el poder gracias a que una mayoría del personal les ha reflejado con sus papeletas bien cerradas desde casa, con cierta ayuda del señor belga antes citado y tan famoso, que con su sistema luego se recuentan.

Si no ha ido usted aún al colegio electoral que le toca, puede ser recomendable que haga alguna reflexión, siquiera sea corporal, doblando el cuerpo con una flexión y, luego repítala, y así habrá hecho ya una reflexión, que tal vez le sea más útil corporalmente. Si no está para tantos trotes, al menos flexione un brazo dos veces y, con esa reflexión, vaya a votar lo que verdaderamente le apetezca.

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