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Francisco L. Jiménez

El último símbolo del Avilés fabril

La ciudad le debe a la industria un reconocimiento perenne para que futuras generaciones entiendan lo que aquí ocurrió

Según convienen sociólogos, economistas y filósofos, los símbolos son aquellos elementos cuyo valor inmaterial prevalece sobre el uso material; es decir, un símbolo vale más que la suma de las partes que lo forman. Es más fácil de entender si pensamos en "smiley" (el emoticono de la carita sonriente) o el logo de la manzana mordida, que inmediatamente identificamos, respectivamente, con la sensación de alegría y con la revolución que ha supuesto internet. Más reciente en el tiempo: la meteórica reacción mundial ante el fuego que destruyó Notre Dame solo es explicable por el fuerte simbolismo artístico de dicha catedral, amén de su identificación con París.

La Giralda de Sevilla, la torre de la catedral de Oviedo, La Cibeles... ¿Y Avilés? Quizás el Niemeyer, con su reconocible silueta curvilínea, identifica a una ciudad que mira al futuro desde un prisma de pretendida modernidad. Pero el níveo edificio de la ría no explica de dónde venimos y por qué Avilés es hoy así y no de otra manera. Al Niemeyer le falta el vínculo con el elemento que ha sido determinante -para bien, mal y regular- para modelar la ciudad y dar un modus vivendi a sus vecinos: la industria.

Avilés necesita un icono industrial, y quedan pocas oportunidades para buscarlo porque el tiempo apremia. Es tontería diseñarlo en un despacho porque los símbolos -al menos los exitosos- no se planifican a la carta, sencillamente surgen porque la gente les da valor. Ese símbolo bien podría ser -debería ser- uno de los gasómetros que a finales de este año quedarán fuera de servicio por el apagado de las baterías de coque. Una organización sindical, CC OO, y una coalición política, la formada por Podemos e IU, ya han pedido el indulto de una de esas estructuras, pero es preocupante el escaso eco que tuvo su propuesta. Sobre todo por los antecedentes: los hornos altos, la central térmica de Ensidesa... Todo arrasado.

Es cierto que en la anterior fase de desmantelamiento de la industria caduca del siglo XX se dejó en pie una chimenea (la del Sínter de Ensidesa) con la sana intención de convertirla en un símbolo, pero ni la estructura tiene la potencia visual necesaria ni la elección de un elemento evocador de la contaminación parece lo más adecuado. Y ojo con esto, porque los símbolos pueden serlo en positivo -que es de lo que se trata-, pero también en negativo.

A diferencia de la complejidad de mantener en pie un alto horno -y en Sagunto (Valencia) bien lo saben porque la jugada les costó un riñón-, un gasómetro no deja de ser un cilindro hueco. Es decir, desde un punto de vista arquitectónico el mantenimiento o una posible intervención en el mismo se antojan más asequibles -y baratos- que hacer lo propio en un laberinto de acero como eran los altos hornos.

Los gasómetros han acompañado la vida de los avilesinos desde la década de los años sesenta del pasado siglo. Son esa llamativa pieza que todo forastero mira con curiosidad para acabar preguntando qué objetivo tiene semejante construcción. A diferencia de la negritud asociada a la industria pesada, el ajedrezado rojiblancas que lucen los gasómetros los convierte en una nota alegre, colorista y efectista en un mar de grises; son como un faro en la noche. No conozco a nadie que deteste la imagen del gasómetro; al contrario, incluso a los niños pequeños les llaman la atención, posiblemente porque les parezca un juguete gigante.

Por su emplazamiento, cualquera de los dos gasómetros que quedan en pie se halla en un espacio estratégico desde el punto devista del simbolismo: a tiro de piedra del Niemeyer (símbolo de la industria de la cultura), colindante con las industrias transformadoras asentadas en el parque empresarial "Principado de Asturias" que dieron el relevo a Ensidesa y muy próximo al espacio que, políticos mediante, podría ser algún día la nueva centralidad avilesina con la ría como eje vertebrador.

Un símbolo, además, que no necesariamente tiene que ser una mera carcasa. A orillas del canal Rin-Herne, en Oberhausen, se levanta un gasómetro de 117 metros de alto y 67 de ancho reconvertido en 1993 en una de las salas de exposiciones más originales y espectaculares de toda Europa. En la misma cuenca del Ruhr, otro depósito similar ha sido adaptado como tanque de buceo.

El pan está en el horno y todos los actores implicados en el apagado, desmantelamiento, limpieza y reutilización del solar de baterías de coque han sido llamados al banquete. Veremos si la cuestión del gasómetro no se les atraganta.

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