A María le debe la Antigüedad un mito, una ensenada próxima a la palabra tiempo y el laurel más frondoso del silencio de Ítaca. De María fabrican en Fenicia fragancias y han puesto su acento a los mejores vinos. A María le ofrendan las estatuas su estima y, al escucharla, forman un esplendente séquito por su cadencia urdida con vocales marinas y tinte del instante más puro y más intenso. Por su voz invasiva como un bancal de niebla. Por su arraigo de olivo en las antiguas fábulas Por su pasión tan cóncava como un palacio inmenso.
A María le debe Virgilio unas proezas. Y Roma unas lucernas y unos mansos corceles y Alejandría epítomes donde prendan papiros en la humedad del verso. Y Tiro velos tenues tejidos con la estela de trirremes y naves. Y Micenas dos tardes de siroco y crepúsculo por los brazos de Homero. A María le gustan las diosas que se peinan en el humano espejo de la aurora y añoran la textura del agua y la resina. Las diosas que recuerdan su casa y su pasado, sus ocas vivarachas, sus matas de romero y el retorno tranquilo de los bueyes rendidos y el olor de los lienzos batidos por la brisa y el romper de las olas sobre las escarpadas riberas de Cartago y las manos de un padre veraz y consejero.
Le entusiasman las diosas que piensan con temor la muerte inexorable de sus seres amados y ambicionan la púrpura de los días comunes, los almuerzos que bullen en las humildes redes, los hermanos que aguardan con el pan en la mesa. Diosas desengañadas, anónimas y esbeltas como el ciprés de Jonia. Diosas de carne y hueso. A María le hechizan los dioses que sonríen y sueñan con sembrados de paz y espantapájaros, con los antepasados que les forjan sandalias bajo una higuera anchísima, y los fieles muchachos con los que recorrieron su infancia luminosa. Los dioses que aún lloran, sin pudor ni desmérito, al mirar las estrellas bajo una noche vasta de verano y chicharras y se encuentran tan solos que darían su reino a cambio de un abrazo o de una hora de vida verdadera.
A ella le fascinan los héroes que pierden un feudo y una gloria para ganar un beso. Las verdades perpetuas, los épicos mensajes de un hexámetro en flor; le inflaman los dialectos que desprenden salud, los príncipes que vuelven a su aya y a su pueblo.