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Mente plena

Las mujeres no somos liebres del monte

Algunas ideas sobre la lacra de las agresiones sexuales

"En Las metamorfosis de Ovidio parece que los dioses pasan el tiempo queriendo tirarse a mujeres que no están de acuerdo, consiguiendo lo que quieren por la fuerza... La violación es la guerra civil, la organización política a través de la cual un sexo declara al otro: yo tomo todos los derechos sobre ti, te fuerzo a sentirte inferior, culpable y degradada" ("Teoría King Kong", Virginie Despentes).

Las agresiones de tipo sexual han existido siempre, han sido, incluso, legitimadas a lo largo de la historia. Entrar, por ejemplo, en un museo es asistir a multitud de sublimes representaciones de mujeres violadas. Sin embargo, la violación como un acto de violencia punible es un fenómeno demasiado reciente. Durante siglos la falta de consentimiento apenas sí tuvo relevancia jurídica, es más, las víctimas solían recibir la misma pena que el agresor. Hasta épocas bien recientes, las mujeres agredidas sexualmente eran culpabilizadas de haber provocado su agresión (sentencias actuales indican que quizá esto no ha cambiado tanto después de todo).

Resulta aberrante observar cómo la realidad de las mujeres violadas ha sido sistemáticamente silenciada. Dice Amnistía Internacional que "las mujeres que han sobrevivido a la violencia sexual, en las diferentes culturas, guardan silencio ante la vejación cometida en su contra. Por vergüenza, por dolor, por el castigo social y el de sus familias, que a menudo las culpabilizan y aíslan e incluso las responsabilizan del ataque".

Sabemos que el impacto psicológico que se produce en las víctimas de una agresión sexual depende de variables individuales tales como la edad, las habilidades de afrontamiento, el apoyo familiar y social, la autoestima o el conocimiento o no del agresor. Sea como sea, suelen generarse una serie de secuelas, como el trastorno de estrés postraumático, numerosos síntomas psicosomáticos, pesadillas recurrentes, conductas evitativas, trastornos de ansiedad y de depresión y dificultades en la vivencia de su sexualidad. Y, por si fuera poco, sufren lo que las investigadoras Burguess y Holmstron denominaron "segunda violación", al tener que enfrentarse a un sistema judicial plagado de estereotipos, de tal modo que tienen que defenderse, además, de ser acusadas de no pelear hasta la muerte, de ir vestidas de forma atractiva o de haber bebido más de la cuenta.

Sirvan como ejemplos los casos de la manada de Pamplona, cuya sentencia quedará para la posteridad por el infame comentario de uno de los jueces al afirmar que "en los vídeos sólo veía cinco chicos y una chica practicando actos sexuales en un ambiente de jolgorio y regocijo"; y el de la manada de Manresa, cuya condena por violar por turnos a una cría de 14 años no ha sido de agresión, ya que no emplearon la fuerza al estar la chica inconsciente...

El 25 de este mes de noviembre seguimos levantando la voz (un poco más que el resto de los días) para denunciar la violencia que se ejerce sobre las mujeres por el simple motivo de serlo, pues el asesinato, la invisibilización, el menosprecio, las agresiones y la discriminación forman parte, por desgracia, de la cotidianeidad de muchísimas mujeres. La cultura de la violación está tan incrustada que las estadísticas del Ministerio del Interior hablan de 1702 agresiones sexuales con penetración a lo largo del año pasado. Añadamos los abusos sexuales que no se computan legalmente como violaciones y añadamos además todas las agresiones sexuales que no llegan siquiera a los juzgados y obtendremos una realidad muy, pero que muy cruda.

En la década de los 80, la psicóloga social Martha R. Burt se dedicó a estudiar lo que denominó las actitudes facilitadoras de la agresión hacia las mujeres en el terreno sexual. Mencionaba como variables causales los mitos y las visiones estereotipadas relacionadas con la violación, los agresores y las víctimas. Mitos como el que sostiene que, "en realidad, las mujeres piden ser violadas", justificación idónea para los agresores, que lavan así su conciencia.

Y es que banalizar en los medios las agresiones sexuales aún sigue siendo una constante: en una de las películas de la saga de Torrente, hay una escena en la que el personaje de Segura viola a una chica desvanecida, una escena creada para provocar las risas cómplices con el agresor, creada para no sentir ningún tipo de empatía por la mujer agredida; hace un par de meses Albert Boadella afirmaba ufano que "las manos de un macho no están para estar quietas"; casi cada día periodistas y presentadoras son acosadas y manoseadas mientras realizan transmisiones en directo ante el silencio de los testigos presentes; o podemos recordar cuando Umbral escribió en un suplemento dominical aquello de "la hembra violada parece que tiene otro sabor, como la liebre del monte. Nosotros ya sólo disfrutamos de mujeres de piscifactoría"...

¿La solución?

La que más esfuerzo requiere: Educación. Educación en todos los contextos, educación para erradicar mitos, para cambiar estereotipos, para que no haya hombres cómplices que refuercen con su aplauso o su silencio las conductas de agresión hacia las mujeres, para que las mujeres no sintamos más dolor, vejación, humillación, rabia y miedo. Porque las mujeres podemos ser muchas cosas, pero, desde luego, no somos liebres del monte.

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