Al igual que sucede con los villanos de las películas, cada cierto tiempo aparece un virus que es la maldad personificada. Un virus malo, malísimo, como ese que apareció en China y nos trae de cabeza por lo que pueda afectar a nuestra salud y ya está afectando a las tiendas de baratijas, al Ibex y a Wall Street. Algo que no me explico, pero hay tantas cosas inexplicables que ya ni pregunto. Lo acepto como acepté lo que me pasó hace poco.

Hace poco fui al médico y no había acabado de ponerle al tanto de mis dolencias cuando me dijo: "No se preocupe, ya he atendido a varios pacientes con los mismos síntomas, así que lo más probable es que sea un virus".

Salí de allí con la sensación de que el médico no supo qué diagnosticarme y apuntó lo del virus, convencido de que así me tranquilizaba. Pero ahí no acabó la cosa. A la vuelta de la consulta, cuando llegué a casa, me sucedió algo parecido. ¿Qué te dijo el médico?... Que es un virus. Ah bueno, entonces nada? Mi mujer también se quedó más tranquila, sabiendo que era un virus. Yo no; yo quedé con la incertidumbre de si aquello no sería un cuento chino inventado por el médico para perderme de vista. Aunque, por otra parte, también pensaba que, dentro de lo malo, con tantos virus sueltos por el mundo, lo mejor que podía pasarme era que me tocara un virus anónimo, uno de esos virus a los que ni siquiera ponen nombre, tal vez porque vienen a cumplir la función que para los antiguos cumplía el demonio; que nadie lo había visto ni sabía qué era, pero le echaban la culpa de todos los males.

Eso pensaba. Lo que pasa que no lo comenté con nadie y menos con el médico porque si llego a insinuar que dijo un virus por no decirme que era cosa del demonio, seguro que me cruje.

A vueltas con aquella historia, puse el telediario y confirmé mi sospecha. Según las noticias, el presidente de China, Xi Jinping, le había dicho al máximo responsable de la Organización Mundial de la Salud, que el coronavirus era un demonio, pero que tenía plena confianza en que iban a derrotarlo porque no le permitirían esconderse y lo combatirían con todos los medios.

Otro como mí médico, dije para mis adentros. Otro que no sabe de qué va la vaina, solo que este es más sincero. Le echa la culpa al demonio y se acabaron las especulaciones. Primero elude su responsabilidad y luego intenta tranquilizarnos diciendo que el coronavirus tiene una mortalidad menor, incluso, que la de la gripe. Será verdad, pero tampoco me fio. No sé yo si los chinos serán de fiar contando muertos. De todas maneras, apunto lo del demonio. No descarto que alguien tuviera la demoniaca idea de manipular un virus anónimo como el mío y, por accidente o quien sabe si para hacer negocio, acabara provocando lo que ha provocado. Una crisis sanitaria cuyo impacto en la economía mundial ya ha supuesto unas pérdidas de 40.000 millones de dólares. Los chinos dicen que no tienen culpa de nada, que los alarmistas somos nosotros, pero está por ver que el mundo acepte esa versión de un virus del demonio como yo acepté el diagnostico de mi médico.