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El Alumocho

Promesas en el aire y décimos premiados sin cobrar

Hace nueve meses el gobierno central, el gobiernín y el gobierno local expresaban su satisfacción por el acuerdo de venta de Alcoa al fondo suizo Parter Capital. La alcaldesa daba orden de retirar la pancarta que durante meses colgó de la fachada del ayuntamiento avilesino. Todo parecía ir bien. "Asunto resuelto", pensó. Hubo un momento en medio de las campañas electorales en el que el nudo no se soltaba y hubo quien empezó a escuchar con atención a quienes defendían la intervención pública y la nacionalización. Eso no podía ser, válgame Dios, no somos comunistas. Entonces apareció un suizo con un décimo de lotería premiado que no podía ir a cobrar por razones personales pero que por mucho menos de lo que valía estaba dispuesto a cambiarlo a quien lo quisiera. Un luterano de Pensilvania que había pasado 20 años en España miró el billete y dijo a todo el mundo "en efecto está premiado", "es un buen negocio". Los gobiernos compraron, los partidos de orden también, los sindicatos dudaron pero al final se animaron a entrar en el asunto.

El suizo se marchó con una maleta de dólares y una promesa de ayuda para pagar la luz, que está muy cara y en su casa se gasta mucha. El décimo de lotería no se podía cobrar hasta que no pasaran 2 años desde el intercambio y además el propietario original tenía que acompañarles a la ventanilla de cobro. Un día, el suizo dijo que se tenía que marchar a su pueblo a hacer relojes y que les mandaba a un primo suyo argentino con el que se iban a entender muy bien.

David, que así se llamaba el pibe, llegó con un chandal adidas montado en un BMW que conducía un gallego que había trabajado para el luterano de Pensilvania y en el asiento del copiloto iba un abogado, hijo de un juez famoso, molesto por el humo del tabaco que inundaba el habitáculo. Detrás, en un híbrido coreano, venían unos jóvenes que decían ser ingenieros pero un electricista de Cancienes aseguró que había visto a uno de ellos en un anuncio de ropa de El Corte Inglés. Las autoridades vinieron a recibir a la comitiva.

Habló el abogado y todos alabaron sus palabras mientras miraban de reojo al argentino que trataba de limpiarse una mancha de gasoil frotando con un pañuelo de seda empapado en vodka ruso. Fue un encuentro breve y protocolario. Las autoridades preguntaron por los relojes y el argentino por la factura de la luz, hablaron del tiempo y de fútbol, poco más.

A los pocos días un periódico publicaba el historial delictivo del ché chandalero. Las autoridades no daban crédito. La sombra de Vigil, aquel señor que pagó la entrada de una refinería de petróleo saudí a un francés que luego se hizo el sueco, planeaba sobre un barrizal. En los bares la gente se dividía entre los "deciateloyó" y los "nomelopuedocreer". Entonces habló el presidente y dijo a quien quiso escucharle "tenemos serías dudas sobre la autenticidad del décimo de lotería ". Ahora los de Vox tratan de borrar en redes los 'me gusta' del chandalero a sus publicaciones cayetanas, el Partido Popular exige que se haga una tortilla sin romper los huevos, y Javier Vidal, liberal convencido, dice que hay que dejar hacer y que al final todo saldrá bien.

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