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¿Hacia un mundo mejor?

Si no pretendemos derrumbarnos tampoco debemos descuidarnos; el miedo tarda mucho en desaparecer

Con el final del estado de alarma vuelve la normalidad al corazón del hombre recuperando la sociedad su ritmo habitual.

Lo peor ha quedado atrás, hemos vivido angustiantes situaciones inesperadas y miedos injustificables como salidos de horrorosas pesadillas, aunque quieran muchos no podrán olvidar jamás lo que pasó.

Si no sacamos las lógicas y adecuadas conclusiones cometeremos un grave error de funestas consecuencias: el miedo, una vez instalado en el alma, tarda mucho tiempo en desaparecer.

Si no pretendemos derrumbarnos no podemos descuidarnos un segundo: hay que estar en estado constante de alerta.

Las enseñanzas que hemos sacado no son baladíes, no pueden quedar en saco roto, debemos llevarlas con nosotros hasta el final de los tiempos.

Si no abrimos bien los ojos corremos el riesgo de que nos los cierren para siempre.

Tenemos que estar preparados para enfrentarnos a situaciones similares o aún peores. Los enemigos del hombre y del progreso espiritual no pararán hasta conseguir sus objetivos: eliminación de la libre voluntad, esclavitud moral y ceguera material. Con sus artes y ensayos aprendieron muy rápido que a través del miedo y la opresión pueden llevar al hombre donde quieren con plena eficacia.

La humanidad ha dado un gran paso hacia atrás casi irreversible. No somos mejores de como éramos antes de lo sucedido: la desconfianza, el recelo, la sospecha y el pánico al contagio que hay ahora no existían con anterioridad.

La pérdida de los derechos individuales y la supresión repentina y sin discusión de las libertades fundamentales deben hacernos pensar sobre las debilidades de la democracia y la seguridad y el poder tremendo de los que mandan de verdad.

Cuando se sufre una gran convulsión, una debacle moral o una experiencia fuera de serie sin una fe verdadera o una creencia arraigada el ser humano sale mal parado, vive más cerca de la tierra que del cielo.

En nombre de la ciencia y de un virus desconocido nos han impuesto y hemos aceptado una forma de vivir indigna y peligrosa echando por los suelos el patrimonio de muchos valores indiscutibles.

Si las oscuras golondrinas vuelven a colgar sus nidos en el balcón de la realidad lo pasaremos mal, muy mal con un futuro bastante negro.

O volvemos a Dios y a una vida más tranquila y natural o lo peor nos estará esperando.

Las crisis económicas y las epidemias no están al servicio del hombre, solo sirven para que deje de serlo.

Cuando aprendamos a leer en el libro de la vida con humildad y sencillez empezaremos a levantar la cabeza.

Que así sea.

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