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Pedro Menéndez y los franceses (II)

Los encuentros armados del marino de Avilés con la flota del país vecino se atuvieron a las leyes de la guerra de la época

En mi anterior artículo sobre Pedro Menéndez, publicado a raíz de la reflexión que se está provocando como consecuencia de la revisión de su figura, a la luz de las protestas surgidas por reivindicaciones en contra del racismo y la colonización, me centré en el pretendido nacimiento icónico y decimonónico de Menéndez, como símbolo de la memoria nacional española. También en esa sociedad avilesina y occidental de entre siglos, y sus desigualdades e injusticias.

Dejaba para nuevas entregas el análisis de la propia figura del Adelantado y la de aquellas tres acciones que Pablo denunciaba, a modo de ejemplificación, y que ponían sobre la mesa para su consideración afirmando que, como es lógico en la trayectoria de todo personaje, histórico o no, no todos son luces, no todo es gloria, sino que también hay sombras y miserias, también hay un pasado, afirmaba mi colega, más cruel y menos digerible. A la luz de esas denuncias se abre el debate público sobre lugares de memoria, espacios democráticos que transmiten valores, y en el caso que nos ocupa, se dejaba planteado si el mensaje que transmite el conjunto escultórico de Pedro Menéndez en el parque del Muelle, conserva hoy su validez.

Los tres ejemplos que se ponen encima de la mesa para su consideración son: el primero, con la que se encabeza el artículo, "Menéndez y sus 500 esclavos, la utilización de esclavos negros para sus fundaciones". El segundo, lo que en el artículo se menciona como "acciones brutales contra los hugonotes"; y el tercero, "esclavizar y vender a los nativos, incluso a los niños".

Quiero empezar por expresar dos tachas, repito una vez más que sin ánimo de polémica, sino con espíritu didáctico y conciliador. Todos sabemos que guardar objetividad absoluta en el relato o el análisis histórico es muy difícil, por no decir imposible. Pero esa ha de ser la tendencia que se debe perseguir, por quien se dedica a la Historia. No conviene que el historiador exprese de forma descarnada sus juicios, emociones o sentimientos en el relato, y menos si estos sentimientos son viscerales. No contribuyen a un análisis sosegado de contraste de pareceres y de datos, y no aportan nada cuando analizamos épocas, circunstancias y valores ajenos a nuestra actual situación social y personal. La segunda tacha, es el inconveniente de establecer paralelismos imposibles entre personajes o hechos totalmente diferentes. Traer a colación a José Menéndez, cuya historia sería digna también de analizar, en relación a Pedro Menéndez, es totalmente extemporáneo, pues salvo el apellido, nada tienen en común ambos personajes.

Dicho esto, entramos en harina. Y quiero dejar sentado una vez más, que Menéndez es un marino del siglo XVI, posiblemente el mejor marino del XVI, y uno de los mejores marinos de todos los tiempos. No expreso una opinión personal, sino la conclusión de los múltiples estudios realizados por conspicuos especialistas en la materia, que son coincidentes en esta apreciación. Menéndez nace pobre y muere pobre. Pertenece a una familia de linaje, como lo eran el ochenta y cinco por ciento de las familias asturianas, y en mayor medida aún las cántabras de la época, pero pobres al fin y al cabo.

En Avilés, además, con el fuero en pleno vigor, todos los aforados en la villa eran depositarios de privilegios y Menéndez era uno más. Tuvo una infancia mala. Muere su padre cuando tiene ocho años y su madre se vuelve a casar, y decide con su nuevo marido apartarse de Menéndez y de sus cinco hermanos, que se van a vivir a casa de unos parientes. El niño no acepta esta situación y se escapa de casa. Cuando tiene catorce años, con una mano adelante y otra detrás, se pone en camino de Santander y se enrola como grumete en una armada cuyo cometido era la vigilancia de la costa, para proteger puertos y barcos españoles de los ataques de los corsarios y piratas franceses. Era su inicio como marino. Catorce años, grumete, pobre y luchando para defensa de vidas, haciendas, barcos y puertos propios que eran atacados, seguramente que con suma educación y sin brutalidad alguna, por los exquisitos corsarios y piratas galos.

Pedro Menéndez, después de dos años en esa flota, y de otros cuatro como capitán con la de Álvaro de Bazán, capitaneó su propio barco en el que enroló a sus hermanos y amigos, avilesinos y asturianos, cántabros y vascos, dedicándose al cabotaje y al corso. Se hace famoso con hechos excepcionales que lo enfrentaron a los franceses, que seguían, con suma elegancia y refinada educación, atacando nuestros barcos y puertos. Son renombradas en esta etapa, la que libra en la ría de Vigo con su patache contra cuatro naves piratas francesas que, atacaban dentro de la ría a una chalupa que transportaba a una novia y sus invitados en su travesía a la otra orilla a celebrar su ceremonia. También, por citar otra de sus aventuras destacadas, la persecución del pirata francés Jean Alphonse de Saintonge, que había apresado "pacíficamente" a dieciocho naves vizcaínas que transportaban mercancías desde Zelanda, y las escoltaba al puerto de la Rochelle para hacerles el favor de aligerar de mercancías sus bodegas y que pudiesen regresar más ligeras de equipaje a los puertos españoles. Y haciéndolo además, en un momento en que España y Francia estaban en un período de paz, firmado por sus respectivos monarcas. Menéndez penetra en la rada francesa y Jean Alphonse, no solo no se allana y devuelve "lo incautado pacíficamente", sino que planta cara al avilesino que, tras terrible lucha a espada sobre la cubierta de la nave capitana del francés, de nombre "Le Marie" , lo abate liberando a barcos y tripulaciones.

He tenido oportunidad de dar una conferencia en el Centro de Servicios Universitarios sobre los piratas y corsarios franceses del Caribe, sus ataques a los puertos y barcos españoles y sus métodos "nada brutales". Eran muy educados y corteses cuando incendiaban, robaban, violaban y asesinaban durante días, incluso semanas, los puertos españoles en el Caribe, y también cuando ahorcaban o mandaban al fondo del mar atados por el cuello a grandes piedras, a los prisioneros españoles, bien fuesen soldados, colonos, comerciantes o misioneros.

Pedro Menéndez experimentó lo leales y sinceros que eran sus comportamientos cuando fue apresado, mediante la mentira y el engaño por dos barcos franceses en el Caribe. Lo habían invitado a comer y a una copa de vino en su barco y, cuando Menéndez puso pie en cubierta, lo apresaron, lo apalearon y lo encadenaron en las bodegas. Después pidieron por él un elevado rescate, que fue recaudado por su hermano Bartolomé, no sin antes ejecutar lo pedido por Menéndez, de que liberase en primer lugar a la tripulación y al barco y, una vez conseguido lo anterior, buscar el dinero para conseguir su propia liberación.

No, Menéndez no luchó contra los franceses con guante de terciopelo. No los expulsó de Florida, con besos y caricias. Eran las leyes de la guerra y Menéndez estaba en guerra con los franceses. Fue a Florida con una misión, la de expulsar a los franceses de un territorio en el que se habían asentado ilegalmente. Las crónicas francesas recogen claramente la decisión del Rey Francisco, el cual, ante las sucesivas bulas papales que reconocían la preeminencia española y portuguesa en América llegó a afirmar: "El sol luce para mí como para otros. Querría ver la cláusula del testamento de Adán que me excluye del reparto del mundo y lo deja todo a castellanos y portugueses". Por eso, no tardó en querer tomar por la fuerza lo creía que le pertenecía en América.

Primero lo intentó en Brasil, con los portugueses. Los primeros protestantes franceses, perseguidos por sus compatriotas en Francia, conciben la idea de organizar una colonia en Brasil. El proyecto obtiene el apoyo de Juan Calvino y del Almirante Coligny. Se asientan en el territorio que hoy ocupa la ciudad de Río de Janeiro en 1555, pero fueron rechazados y expulsados, muy educadamente, por los portugueses. En 1562 los franceses lo intentan de nuevo en Florida. Como el territorio y los indígenas eran hostiles, su supervivencia se supedita al apoyo que recibían desde Francia, a los ataques de pirateo de costa a los buques españoles que naufragaban, o a los ataques a aquellos barcos que se descolgaban de las flotas por efecto de los huracanes en su paso por el Canal de Florida.

El objetivo francés, era la creación de una colonia, a la que ya denominaban "Nueva Francia", en territorio americano. Sin embargo, ni la nación francesa ni el Rey galo reconocía a los hugonotes asentados en la costa americana como compatriotas o ciudadanos suyos, dado que no quería entrar en guerra con los españoles. Ante el peligro que para la flota española de retorno suponía la presencia francesa en el canal de Florida, paso obligado para la misma, el rey de España, que en 1561 había prohibido realizar más expediciones a la Florida, por ser un territorio pobre, selvático y con una población indígena muy belicosa, decide revocar su cédula de prohibición y encargar a Pedro Menéndez que expulse a los franceses, colonice al territorio para la Corona y evangelice a los indígenas.

Pedro Menéndez se enfrenta a los franceses, con los mismos métodos que los franceses se enfrentaban a los españoles o a los portugueses. En todo caso, Francia era consciente de que las ejecuciones eran completamente legales, dentro de las leyes oficiosas de la guerra. Se trataba de matar, en opinión de Menéndez, a piratas y luteranos, no a colonos o a súbditos. Entre los aliados que apoyaron a la colonia francesa, estaba el esclavista y pirata inglés John Hawkins, un cercano colaborador de la reina Isabel Tudor, primo de Drake. Eso sin olvidar que los franceses se habían dedicado a saquear y asesinar a cuantos españoles se toparon por los puertos cercanos, lo cual iba en contra de la exigencia de la regente Catalina de Médicis de no emprender actos de guerra contra los intereses de Felipe II.

En definitiva, los encuentros armados entre Menéndez y los franceses se atuvieron a las leyes de la guerra de la época. Y si cupiese alguna duda, baste recordar la expedición del francés Dominique de Gourge a San Mateo, ayudado por el cacique timucua Saturiwa, ejecutando a todos los españoles de la colonia, en combate o después de haberse rendido. Y no con el objetivo alguno de asentamiento o de conquista, solamente por venganza.

Pero antes de seguir, decir que el episodio de Florida casi es una anécdota en la vida profesional del marino Menéndez. Sin ese episodio, que ciertamente ha marcado al avilesino, Menéndez sería considerado igualmente, si no el mejor, uno de los mejores marinos del siglo XVI y de todos los tiempos. Obtuvo la confianza y distinciones del Regente Maximiliano de Austria, del Emperador Carlos y sobre todo de Felipe II, por sus virtudes como marino y por su lealtad. Fue Capitán General de las Flotas de Indias y de Guarda del Norte. Limpió de corsarios el Cantábrico, el Atlántico y el Caribe. Levantó portulanos y mapas del Caribe, fue gobernador de la provincia de Cuba, decisivo en las batallas de San Quintín y Gravelinas, diseñador de la Flota de Indias, diseñador de barcos, inventor, elaboró memoriales sobre el diseño y distribución de fortificaciones para la defensa de los puertos del Caribe y muere con los despachos regios que le nombraban Capitán General de una Armada de mar y guerra, la mayor conocida hasta ese momento, cuyo cometido era auxiliar a Luis de Requesens en los Países Bajos y, posiblemente atacar Inglaterra.

Cuando le sorprende la muerte está ocupado en la fortificación del puerto de Santander, muere precisamente cuando está en esos menesteres en el castillo de Anno, encargo que también había recibido de Su Majestad, junto con el diseño de las defensas de La Coruña y Lisboa, por miedo a ataques ingleses. Por cierto, sus restos tuvieron que esperar en Llanes, diecisiete años, porque su familia no tenía dinero para cumplir su voluntad de enterrarse en Avilés. Tal es la herencia de riqueza que el Almirante del mar océano les había dejado a sus deudos, después de cuarenta y un años de servicio a la Nación.

Los máximos honores que le son concedidos por la Corona, el hábito de Caballero de Orden de Santiago y la Encomienda de Santa Cruz de la Zarza, son expedientes que se abren en 1557, cuando la empresa de Florida ni se vislumbraba en el horizonte. La Florida le ocupa desde 1565 hasta 1574, y durante este tiempo visita España en tres ocasiones. La primera en mayo de 1567, para dar cuenta de sus acciones. En esa fecha es nombrado Gobernador de Cuba y Capitán General de la Armada del Caribe y de Tierra Firme. Regresa a América, arribando a San Agustín en junio de 1568, más de un año después de haber partido. El 20 de agosto de 1569 lo encontramos otra vez en España donde permanece hasta mayo de 1571 en que vuelve a América. Nuevamente se le ordena regresar a España a finales de 1573, y en septiembre de 1574 muere. Es decir, que permanece en América cinco años desde 1565 hasta su muerte, y de ellos, casi dos los dedica a cumplir su misión de cartografiar el Caribe, limpiar sus aguas de Corsarios y tratar por todos los medios de conseguir ayuda para los asentamientos de Florida. Tiene que nombrar un Gobernador auxiliar en la Habana, circunstancia que aprovechan los oficiales de la Casa de Contratación para hacerle una inspección de servicios y cesarle en el cargo.

En definitiva, y aunque Menéndez siempre sorprendía por la rapidez al tomar y ejecutar decisiones, lo cierto es que no tuvo mucho tiempo, en principio, para ocuparse demasiado en explotar haciendas, esclavizar, o perseguir indígenas. Pero de eso nos ocuparemos también, en una próxima entrega.

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