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Cuñados, violines y matracas

Sobre los costes eléctricos y su impacto en la industria de la comarca

El asunto eléctrico es de los que más argumento cuñado mueve. A todos y todas nos preocupa el futuro de la industria en Asturies porque de ella depende nuestro futuro como pueblo. Vivir aquí y tener la esperanza de que nuestros hijos también puedan hacerlo o asumir la diáspora. En el diagnóstico parece que hay acuerdo, la discrepancia está en las soluciones.

El cuñadismo argumenta que por culpa de los jipis comunistas ecologistas hay que cerrar las térmicas y eso encarece la producción eléctrica. Que por culpa de las mamandurrias de lo público al precio en producción hay que sumarle la de dios de impuestos y el resultado final es la electricidad más cara de Europa. La industria electrointensiva asturiana no puede competir con esos precios y así andamos. Así suena la canción de la matraca.

La realidad suele ser más cromática. Para empezar, la vinculación entre energías limpias y sobrecoste energético no resiste el medio plazo. Las térmicas no producen más barato; al contrario, producen con gran coste de inputs, pero tienen la ventaja de que ya están amortizadas y por tanto incorporan muy poco coste por depreciación. Son como comparar un Renault 12 con un Clio. Con el tiempo, lo nuevo gana. Mientras las térmicas mantienen su coste estable, las renovables no paran de reducirlo conforme la tecnología abarataba las instalaciones. El año 2019 fue el del derrumbe de la producción eléctrica usando carbón, que pasó del 14% al 5% en solo un año. Lo curioso para el argumento cuñado es que en 2019 el precio de la electricidad se mantuvo en los mismos niveles que en 2018 y en 2020 bajó. El apocalipsis por el fin de las térmicas no llegó.

Dicen los cuñados que la luz son todo impuestos y en otros países no. El IVA que se aplica en la UE es el tipo general, así que los sumandos adicionales para el consumidor español deben ser otros. Fundamentalmente, los pagos a las centrales de gas y la deuda con las eléctricas. Es decir, el diferencial nace de un sistema de precios que desde hace décadas beneficia a las cinco grandes empresas que controlan el mercado. El cuñado no quiere hablar de nacionalizar el sistema eléctrico, los viejos políticos que se sientan en sus consejos de administración tampoco. La matraca echa la culpa al Estado de lo que justamente menos controla el Estado.

Los precios de la electricidad según uso son otro asunto a analizar, porque el cuñado no distingue entre el sistema de factura energética del señor Mittal y el que tiene una familia de Llaranes. Sin embargo, en lo que el mercado español gana es en dispersión de precios. Es el que tiene una mayor diferencia entre la tarifa de los hogares y la de la banda IG, la de consumo anual superior a 150.000 megawatios/hora. Para empezar, los impuestos y peajes suponen el 45% de la factura en hogares frente al 30 % en banda IG, pero es que, además, las empresas desgravan los impuestos y las familias no. Una familia pagó el kilowatio/hora a 30,4 céntimos en el segundo semestre de 2018 y una empresa de la banda IG, a 7,8 céntimos. Los hogares del estado español están entre los que más pagan y los consumidores electrointensivos, entre los que menos.

Y ahora viene el movimiento final. Justo en el segundo semestre de 2018 comenzó el descenso en los precios energéticos. En el primer semestre de 2020 el precio en la banda IG fue de 5 céntimos, de los más baratos de Europa, solo mejorado por Bélgica y los países nórdicos. La factura eléctrica está en mínimos, pero en Avilés no se hace aluminio primario, Cristalería amenaza con deslocalización y Arcelor y Azsa no pierden ocasión de abrir la caja de los miedos para llenar la otra caja. Las multinacionales siempre estarán tentadas de irse a países de coste laboral, social y medioambiental próximo a cero.

Al cuñado le dices que la única manera de dar estabilidad al mercado eléctrico y amarrar un poco a la gran industria es la participación estatal en la propiedad y el cuñado entonces te habla de Venezuela. Tú le dices que justo en los países nórdicos y Francia es donde practican esa política y entonces hace como que no te oyó. El violín es complicado, la matraca no.

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