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Toda una vida

Paredano ha ganado el Norte

Luis García, que se marchó de Luarca para satisfacer sus ansias deportivas, regresó, tras cursar INEF en Madrid, para revitalizar la actividad en el Occidente

Paredano ha ganado el Norte

El de Luis García, conocido por todos como "Paredano", es un buen ejemplo de deportista hecho a sí mismo. A las penurias de su época, los años 60, en una España subdesarrollada deportivamente, se unía su lugar de nacimiento. Luarca sólo podía ofrecer un balón de fútbol a los guajes. Así que Luis García Rodríguez (Luarca, 24 de enero de 1955) se buscó la vida para pasar del desierto del occidente asturiano al oasis del Instituto Nacional de Educación Física (INEF) de Madrid. Fueron cuatro años intensos de una trayectoria que volvió a la casilla de salida para ganar calidad de vida. Y allí sigue, en Luarca, tirando de un club, el Recta Final, para dar a la juventud las oportunidades que no tuvo él.

Un loco en calzoncillos. "Empecé a correr con 6 años. Un día llegó mi padre a casa muerto de risa. Se había encontrado a alguien que le preguntó que si tenía a un hijo un poco loco porque lo había visto corriendo por ahí en calzoncillos. En aquella época corríamos los de mi familia, mis hermanos y yo, y cuatro más. Todos los guajes jugaban al fútbol. No había actividades, no había instalaciones, no había nada. Mi padre fue de los pioneros del fútbol y llegó a jugar en el Racing de Ferrol. A mi madre también le gustaba el deporte. Yo alternaba el atletismo con el fútbol y fiché por el Barcia. Jugaba de lateral y se me daba bastante bien. Un directivo me decía que corría mucho, pero que tenía que dar alguna patada porque un defensa tiene que hacerse respetar. A veces corría un cross por la mañana y al cruzar la meta me subía a un taxi que me ponía el club para jugar con el juvenil. Y por la tarde, con ficha falsificada, jugaba otro partido con el grande".

Fosbury en Luarca. "Cuando tenía 15 años leí en el periódico que se iba a celebrar la final de los Juegos Escolares. No había participado en las eliminatorias, así que llamé por teléfono a la Dirección de la Juventud. Me decían que no podía participar, hasta que me preguntaron qué marca tenía en salto de altura. Cuando dije que podía llegar a 1,75, me invitaron. Fui para Gijón, a la Universidad Laboral, y resulta que gané. Había visto a Fosbury saltar en los Juegos Olímpicos de México y decidí imitarlo cuando la mayoría seguía utilizando el rodillo ventral".

La carrera ideal. "Con 17 años ya puse el fútbol en segunda fila porque tenía más nivel en las competiciones de atletismo. Me enteré en el instituto de que había una carrera nueva que se llamaba Educación Física y decidí estudiarla, aunque entonces solo se podía hacer en Madrid y Barcelona. Empecé a prepararme para el ingreso sin ser consciente de lo que era aquello. Algunos habían estado tres años preparándose para eso. Pero entré. Había que ser completo y a mí se me daba bien la natación y muchas modalidades del atletismo".

Cuatro años a tope. "Soy de la promoción del 73. Empecé a conocer otros deportes y a deportistas de elite. Un compañero me llevó al Gimnasio Moscardó y, pese a que solo medía 1,75, acabé jugando al voleibol de rematador. Cogí como maestrías el atletismo y el judo. Del judo me gustaba más la técnica que el combate. En Madrid estaba todo el día pendiente del deporte. Fueron los cuatro años más aprovechados de mi vida. A veces nos pasábamos quince días sin pisar la calle. Estudiábamos y teníamos los entrenamientos dentro del INEF. Incluso antes de acabar ya nos rifaban porque no había profesores de Educación Física. Fuimos los primeros profesores específicos en los colegios. Cuando acabé la carrera me quedé en Madrid porque había muchísimo trabajo. Nos contrataron en los ayuntamientos y en la Diputación. Por la tarde hacía actividades extraescolares. Vivía de dar clases de judo".

Mejor en casa. "Después de tres años decidí volver a Asturias. Ganaba mucho dinero, pero no vivía. Salía a las 7 de la mañana de casa y llegaba a las 12 de la noche. En Madrid ganaba más de 400.000 pesetas al mes y me vine a Luarca por menos de 40.000. Pero tenía tiempo para entrenar, para programar y para vivir. Habían pasado siete años, pero el deporte en Luarca seguía igual. Me dediqué a las carreras de fondo. Había hecho la maratón de Madrid. Me junté con los fondistas mayores que había en la zona y fundamos el club Recta Final en 1985. Empezamos solo con la sección de atletismo y ahora tenemos un monstruo de cinco cabezas: atletismo, gimnasia, bandminton, tenis de mesa y montaña".

Badminton al rescate. "Después de unos años corriendo maratones empecé con problemas en el tendón de Aquiles. Lo había castigado mucho con el salto de altura y el voleibol. Hay que tener en cuenta que hacía un salto vertical de 1,05 con dos pasos de carrera. Aguanté con la tendinitis hasta que el rehabilitador me dijo que cambiara de actividad. El mejor recuerdo del atletismo son las carreras con mi colega de fatigas, Rodolfo Suárez Luiña. Sustituí el atletismo por el badminton y el tenis de mesa. Echaba de menos correr, pero alguna vez que me decidí a salir me suponía estar tres días cojo. Ahora el badminton me llena. Quiero seguir haciendo deporte mientras pueda".

La casa del deporte. "En casa vivimos el deporte a todas horas. Poco después de casarnos a mi mujer, Manoli, le empezaron a ofrecer cosas de gimnasia rítmica y aceptó sin tener ni idea. Llegamos a tener más de doscientas crías en la sección. El Recta Final es mi vida. En un día normal, por la mañana me dedico a hacer gestiones para el club. Por las tardes juego al tenis de mesa o al badminton. Los fines de semana acompaño a los peques a las competiciones. Yo creo que los gobieros se equivocan al no fomentar la Educación Física en los colegios. No para tener deportistas de élite, sino gente sana. El deporte que hacen ahora los críos es dirigido".

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