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El Cogollu

El cura

La nueva obra del naveto Alberto Torga tras una vida dedicada a los desplazados, tan de moda hoy

Se lee en "El cura y los mandarines" que Víctor García de la Concha es un ignorante. El heterodoxo oficial Gregorio Morán define así, sin comillas, al actual director del Instituto Cervantes y se queda tan pancho.

Pues bien, sirva esta incorrección sobre el inmortal académico de Villaviciosa para hablar de uno de sus compañeros de estudios en Valdediós y Prau Picón. El recordado José Luis Martínez, el cura bueno de Gijón, siempre destacaba la talla intelectual de los dos más sobresalientes de su generación: Víctor García de la Concha y Alberto Torga Llamedo. Las cabezas mejor amuebladas de aquellos tiempos eclesiásticos, ambos entones galardonados con el premio "Santamarina", distinción al mejor expediente académico en el Seminario Diocesano. José María Bardales, que se sepa, siempre añadía a estos dos el nombre de Ceferino de Blas.

"Alberto el cura", como le llaman en Nava, tanto los que van a misa como los que alternan en el Bar Plaza o en el Kopa, conocedor de Asturias de Tapia de Casariego a Gijón, y de Aller a Onís, presentó el viernes en la gijonesa parroquia de San Pedro el segundo tomo de sus memorias, una obra tan extensa en recuerdos como voluminosa en páginas.

Torga, lector insaciable y con una memoria prodigiosa bajo su reivindicativa boina, se mantiene en buena forma intelectual y aunque con menos soltura que aquellos veranos que regresaba de Alemania y sorprendía a los chavales de Nava en la piscina, hace buenas las palabras de Juan Pablo II que repetía que la Iglesia no se lleva con las piernas sino con la cabeza. Nacido en 1933 en Vegadali, en la parroquia de San Bartolomé de Nava, se hizo cura por una "chiquillada" y ahí sigue con la misma energía que en los esperanzadores años del Vaticano II, estimulado por la llamada del papa Francisco a "salir a la calle y armar lío".

Y líos, vive Dios, que los arma. Es un liante evangélico, un adelantado, un modelo de sacerdote que, con un salto en el tiempo, personifica un estilo que enlaza con los nuevos aires romanos. Emigrante retornado, vuelve tras una vida dedicada a desplazados y refugiados, ahora de tanta actualidad pero a los que ya atendía en los años sesenta del siglo pasado en Holanda y Alemania, españoles entonces, que también necesitaban acogida y papeles.

Ha traído nuevos vientos a sus hermanos del presbiterio, a sus amigos y a su familia naveta. Una enciclopedia andante como Alberto Torga ilustra a los que tenemos la fortuna de disfrutar de su amistad y a quienes tienen la oportunidad de escuchar sus palabras en las iglesias o en los chigres.

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