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Párroco de San Pedro (Gijón)

Adiós a "Suso el Candasu"

En la muerte del párroco de Perlora, muy querido y estimado

"Suso el Candasu" le llamaban Bardales y sus condiscípulos, de ellos lo aprendí, cuando le citaban en sus conversaciones normales, porque ya en el Seminario manifestó que Candás, donde nació el 6 de junio de 1937, pertenecía a su código genético, como todos los de esa villa marinera, donde su Cristo hace muchos milagros y donde nacen todos tan ahítos de mar que cuando la miran se les encienden los ojos, y desde su bautismo son devotos acérrimos de su Nazareno. Por eso cantan a pleno corazón "que soy de Candás y mi vida está en la mar" Otros le conocían como "Jesús el de Perlora", porque esta parroquia fue su Patriarcado durante treinta y seis años, sobre todo cuando se dejó crecer la barba, con aquel pose y voz grave que tenía y su tenaz sentido de la responsabilidad. Para él, el lema de su vida es que lo que había que hacer había que conseguirlo. Ponía voluntad de hierro. Eso le daba un cierto estilo severo, pero en el trato era entrañable. Hijo de marineros, podía decir con verdad lo de la preciosa canción, hoy ya tan universal: "Tú has venido a la orilla? has dicho mi nombre. En la arena he dejado mi barca?" Dejó la barca para ir al Seminario, escuchando aquella voz que convence pero no dejó la querencia de la mar, como aquellos primeros amigos de Jesús que llamamos los apóstoles.

Ordenado sacerdote, el 30 de marzo de 1963, anduvo primero por otros caminos limítrofes, distintos a los litorales. Tenía buen carácter, empatizaba fácilmente con las personas y le enviaron como coadjutor a Sama de Langreo, con aquel párroco venerado que fue D. Dimas Camporro, una de las mecas pastorales cuando la minería era la mayor fuente de riqueza de Asturias. ¡Qué cambios se han producido en menos de cincuenta años! Fue breve aquella misión. De allí pasó, en 1964, a la nieve de Pajares y dos años más tarde continuaba asomarse a la vecina León desde otro balcón montañero, en las parroquia de Casomera y Llamas. Allí se hizo muy amigo de D. Ramón Rodríguez Cuevas, que regentaba la Parroquia de Collanzo. Su madre Soledad, viuda, necesitaba su compañía y atención. Por fin se abre un claro en la marina, precisamente en los aledaños de su Candás, en aquella Perlora entonces vacacional y sindical, donde veranearon miles de familias obreras españolas, desde finales de los años cincuenta hasta lo comienzos de este nuevo bimilenio en que fue clausurada. La regenta un año en 1970, pero el párroco de entonces que decidía retirarse, volvió sobre sus pasos y se quedó un decenio más. Jesús, entonces, fue nombrado coadjutor de su parroquia candasina, caso muy poco frecuente, con el activo y dinámico párroco D. Valeriano, dedicándose también a la enseñanza de la asignatura de religión en el instituto y teniendo como alumnos a los hijos de sus amigos de toda la vida. Aunque nadie es profeta en su tierra, fue buen educador y maestro y tuvo su prestigio.

Despejada de nuevo la parroquia San Salvador de Perlora, recibe el nombramiento, primero de regente el 20 de octubre de 1982 y años después, el 15 de septiembre de 1986 de párroco. Al fallecimiento de D. Rosendo, el párroco de Albandi y Carrió, señero e incombustible arcipreste de Carreño, asumió la atención de esas parroquias. Querido, estimado, afable, muy de sus parroquias, los feligreses le tributaron un cariñoso homenaje cuando celebro el 50.º aniversario de la ordenación.

Cuidadoso en su ministerio, contando con la frecuente colaboración generosa e inestimable para la liturgia y la salud de su amigo candasín José Marcelino García, tuvo que afrontar las obras del templo parroquial que siempre son onerosas por el costo y por el arte. Recuerdo cuando puso la efigie imaginativa y futurista en la hornacina encima de la puerta de entrada, que le proporcionó algún dolor de cabeza. Y últimamente la techumbre. La enfermedad apenas le permitió la inauguración que presidió el Sr. Arzobispo hace tan solo tres domingos, el día 27 de mayo. Suso, aunque estuvo presente, apenas tenía ya fuerzas para mantenerse en pie. Quiso morir en su casa rectoral, como un testimonio más de su entrega y pertenencia a las parroquias y las personas a las que sirvió y acompañó en la fe. Hay signos que hablan por sí mismos. La mar siempre es frontera con el cielo y también los ojos ahítos se le iluminarán.

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