La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El termómetro

El ruido en todas partes

Sobre las cosas a las que no me acostumbro con el paso de los años

Una de las cosas más sorprendentes cuando vas cumplendo años es que cambias en aspectos que no te esperabas y en otros te estancas o vas para atrás. En mi caso, hay ejemplos palmarios.

Por ejemplo, no esperaba llegar a ser tan comprensivo con la estupidez ajena como creo que ahora lo soy. O con ciertas injusticias menores.

Y por otra parte, estoy viendo que hay dos cuestiones que, a pesar de que debería acostumbrarme porque estoy inmerso en ellas, cada vez las llevo peor.

La primera de ellas es el ambiente del fútbol base. No lo puedo evitar. Esos cabreos gratuitos y ansiedades sin fundamento me enervan cada vez más.

La otra es el ruido, que me crispa muchísimo. Pero hay un matiz. Ahora que las discotecas y discobares están en horas bajas, entiendo que ese sobrante de decibelios se haya ido a los chigres. El otro día estaba comiendo en la terraza de una sidrería y era como estar junto a un altavoz de La Real (que en gloria esté).

Y aunque aquello no me gustó nada, porque prefiero estar comiendo en un sitio en el que no haya que gritar para entenderse, todavía lo comprendo, lo acepto en cierto modo.

Lo que me cuesta cada vez más aceptar es que haya un ruido de casi la misma intensidad en un tanatorio. Todos lo hemos comprobado. Ir a dar un pésame y sorprenderte, de repente, gritándoles a los dolientes para que te entiendan, porque el ruido es infernal, y no es porque haya una radial arreglando la acera de enfrente: son voces.

O en un hospital, un centro de salud, lugares donde el recogimiento, el silencio, no solo implica respeto sino también, si me apuras, hasta salud. Pero no. Cada vez hablamos más alto, estemos donde estemos. Y yo voy cumpliendo años. Y no lo llevo nada bien.

Compartir el artículo

stats