Cada vez que hay una tormenta un poco gorda o algún desmán meteorológico me pongo existencial. No puedo evitarlo. Me pasó el año pasado cuando aquel gran incendio en el Occidente oscureció el cielo y postergó un par de horas el amanecer, y me ha vuelto a pasar ahora, con ese pedazo de tromba que nos cayó a unos metros de casa. Me doy cuenta, no obstante, de que hay mucha gente que se pasa por el forro esa visión existencial, ese fatalismo del que, en cierto modo, deberíamos beber un poco todos, siquiera de forma preventiva, porque las veleidades del tiempo y los fenómenos naturales siguen quedándonos muy grandes por muy soberbios que nos pongamos respecto a nuestro dominio de la naturaleza.

Me encuentro a menudo gente que cree que el Ayuntamiento, el Principado o la Fundación Para la Ley y el Orden (los devotos de Michael Knight lo entenderán) tienen la llave de todas las puertas, y que si no domamos el mundo y una lluvia un poco abundante nos obliga a ir en piragua por el suelo es cuestión de incompetencia de quienes tienen la obligación de canalizarla.

En algunos casos quizá sea así. En otros, me extraña. Lo malo de esto es que quizá estemos siendo incompetentes a nivel macro. Quizá estemos yendo contra la naturaleza. Quizá esta emisión, este vertido o esta deforestación estén afectando de algún modo a cómo se comportan las nubes. Pero, como no se puede demostrar al ciento por ciento que haya una relación directa y, por otra parte, puede ocurrir que mis malas acciones provoquen daño en otra parte a gente que a mí me importa un carajo, lo suyo es que siga haciendo lo que me de la gana.

Por eso Donald Pelopaja no quiere oír hablar de estos asuntos. Prefiere que su gente -sólo su gente- siga llenándose los bolsillos, y lo demás es totalmente secundario. Los agoreros dicen que nos estamos cargando el planeta; hay quien dice que la propia agricultura es insostenible si seguimos creciendo como lo estamos haciendo, que estamos esquilmando la tierra, etcétera, y mientras tanto yo, que le doy al "me gusta" y apoyo en change.org una campaña fermosa para proteger el mundo, sigo aquí pegado a una máquina que consume energía, comiendo unos pastelitos hechos con harina de no sé dónde y azúcar de más allá y todo se me va de las manos en este erre que erre existencial.