No me caracterizo por ser benevolente con la fiesta del Xiringüelu, pero tampoco me parece justo el castigo mediático con el que se ha hostigado a la fiesta este año. Titulares que hablaban de millones de intervenciones de los equipos sanitarios, billones de borrachos y borrachas y de toneladas de basura y desperdicios trataban de ensombrecer una de las ediciones más controladas, dentro de su anarquía natural, de los últimos años. Datos descontextualizados y hasta manipulados, pero, sobre todo, nunca analizados de manera sosegada y objetiva saltaban constantemente en muchos medios.

Menos gente vi informando sobre el estado que presentaba el Salcedo impoluto, seis días después de acabar el Xiringüelu o sobre el hecho de que una concentración con cerca de 40.000 almas se solventase sin graves incidencias.