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Los últimos druidas

Tierras verdes, cielos grises

Tomando los últimos apuntes para un libro sobre Babia, recorrí esta tierra verde, desde Torrestío a La Cueta: narcisos y lirios apuntando sus pétalos, cigüeñas reconstruyendo sus nidos y volando por un éter azul, los hispanos-bretones pastando, con los potrillos a punto de nacer, ríos plateados, nieve en las cumbres, faenas agrícolas y sus gentes despertándose del letargo invernal: Felipe, Javier, Ismael, Manoly y su madre, Basilio Barriada (el mejor alcalde después del Rey), clientes en el Ubiña, otros tantos en la Posada de Isabel y Pedro y la grata conversación con Nina Freire (alcaldesa de cabrillanes). Una variante a Sena de Luna, con la mirada puesta en el Castrín y regreso a Ventana.

Realmente, no fue un sueño: "Estuve en Babia". Todo el viaje en auto (mejor en bici), con el deseo de estirar las piernas me encaramé al alto de Socechares. Nieve abundante, pero con "barachones" la ladera se hace más benigna. Mi buen amigo Pepe Monteserín (cronista oficial de Pravia y buen escritor) había trepado más alto, hasta uno de los Huertos del Diablo. Él es más joven. Caía la tarde y sobre Los Fontanes el sol recogía sus últimas hebras para un canasto, mientras que por Poniente arreboles y cirros cromados eran un deleite para las retinas. Pero el alma se me encogió cuando, a pérdida de vista, contemplé el crespón negro que cubría las tierras del Norte y un cielo gris opaco invadido de humos. ¡Qué dolor después de una jornada tan bella! No heredamos la Tierra de nuestros antepasados; es un préstamo que nos hacen nuestros hijos. ¿Cómo lo devolvemos?

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