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In memóriam

La huella de Jordi Gibert en Valdediós

La aportación cultural del monje recién fallecido

Las cosas ocurren por voluntad y azar. Si Peridis no amara su pueblo natal y no sufriera viendo las ruinas de Santa María la Real, no se hubiera devanado los sesos pensando cómo restaurarla. Y si la crisis de entonces, aquella que había desorientado a tantos adolescentes y jóvenes que encontraban solaz en la droga, no hubiera dejado en la calle, realmente, a tantos sin oficio ni perspectivas, Peridis no hubiera podido justificar con tanto ardor y argumentos la creación de escuelas taller. Valdediós fue el buque insignia de un conjunto de escuelas en Asturias que integraron o reintegraron a muchos en el mundo laboral. Allí, en la reconstrucción de un monasterio que llevaba casi 50 años abandonado, aprendieron todos los oficios. Entonces, en ese pacto entre el Estado y la Iglesia, se restauró el Císter, la orden que había construido Santa María la Real en 1200 y que la había tenido que abandonar en 1836 con la desamortización de Mendizábal. Años más tarde pasó a ser propiedad del episcopado. Fue un azar que Jordi Gibert, un cisterciense estudioso de la liturgia, deseara y necesitara un nuevo espacio, un lugar para desarrollarse. Y aceptó refundar Valdediós. Esa fue su casa, su empeño, el espacio espiritual al que aspiraba. Y pronto se convirtió en eso, en lo que nunca había sido y hubiera podido ser, en una referencia para los asturianos, y para muchos otros, de la vida monástica, del ora et labora. Por aquel tiempo Lola Lucio y Juan Benito habían comprado una casita en las inmediaciones. Contemplaban con ilusión e interés la reconstrucción de Santa María. Pensaron que además de la recuperación de un centro espiritual, ese lugar debería fomentar la cultura. Conocieron a Jordi Gibert quien comprendió y apoyó la idea. Así nació el Círculo Cultural de Valdediós. Durante los años que la orden del Císter ocupó el monasterio, la simbiosis fue fructífera. Todos los años Jordi Gibert nos regalaba con unas reflexiones medidas sobre lo ocurrido. Su discurso era esperado por la precisión de sus palabras y la solidez de su contenido. Era tal la simbiosis que en la última asamblea de la era Císter, cuando el arzobispado los invitó a abandonar el monasterio, su casa, su hogar, muchos socios de Valdediós pidieron inmolarse con ellos. Desde su marcha, dolorosa para él y para tantos, el monasterio vivió de muchas formas, nunca como aquella donde se revivía el espíritu monástico. La obediencia debida llevó a Jordi Gibert al monasterio de Cóbreces donde fue acogido en la portería, lugar desde el que aún, durante años, estudió e impartió conocimiento sobre la liturgia. La última vez que regresó a Asturias fue para el homenaje póstumo a Juan Benito. Me senté a su lado. Mantenía su empaque, su dignidad que con la herida se hacía más visible. Noté que todo el mundo esperaba su discurso. Leyó una larga carta que hacía justicia a Juan Benito. Fue muy aplaudido.

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