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El amor, enemigo del mayor eucaliptón

Las comparaciones entre el publicitado Avó de Lugo y el árbol de las faldas de La Peñona

Visité el sábado el bosque Souto da Retorta, Lugo, cerca de Viveiro, o eucaliptal de Chavín. Al parecer, en el siglo XIX llegó el eucalipto a Europa, a Galicia concretamente, cuando un misionero gallego trajo las semillas de este árbol desde Australia. El recorrido por el sendero, entre el río Landro y un canal de agua florida, que viene de un embalse aguas arriba, me recordaba al óleo que pintó John Everett con Ofelia sumergida, la danesa que Shakespeare enamoró de Hamlet. La publicidad en los folletos, en las redes y en los propios letreros de la Xunta de Galicia, a lo largo del bosque, asegura que ahí crecen los eucaliptos más grandes del continente y el más grande de España, el Avó (Abuelo), eucaliptus globulus plantado hacia 1880, con más de 67 metros de altura, 75,2 metros cúbicos y 7,55 metros de perímetro.

Recordé entonces el Eucaliptón que desde niño visité muchas veces en las faldas de La Peñona, en el antiguo concejo de Pravia, que incluía Cudillero, Muros de Nalón y Soto del Barco, hasta 1836. Mi padre apartaba el Renault 4-4 de la N-632, pasado Somao y antes de Piñera, de la que íbamos a la playa de San Pedro de la Rivera; nos bajábamos los siete, tomábamos un caminín a la vera del arroyo de Aguilar y subíamos hasta cerca de la Fuente de Homero, para admirar el tronco enorme, escondido entre ramas y helechos. Hoy hay que pasar por debajo de la Autovía del Cantábrico, A-8, entre el túnel de Somao y el de San Juan.

Pues bien, dos días después de Chavín, la mañana del lunes, fui con mi amigo Juan Miranda a medir el perímetro del Eucaliptón, y aunque el árbol se yergue verticalísimo en un talud y no resulta fácil rodearlo con la cinta métrica, lo conseguimos, de tal manera que la medición no falseara, no fuera oblicua, no bajara por el desnivel meridional donde las raíces del árbol quedan a flor de tierra, sino que hicimos una medición horizontal y honrada, y ¡oh, sorpresa!, nos dio exactamente once metros de perímetro. Otrora se hablaba del número de hombres necesarios (las mujeres eran necesarias en otros menesteres) para abrazar el árbol, y aquí serían necesarios muchos más que en el gallego por la diferencia de rasante entre el borde occidental del Eucaliptón y el borde oriental.

Al de Lugo no permiten acercarse, aunque un vigilante me autorizó de manera excepcional. Con mimo abracé al Abuelo y besé su corteza. Nuestro pelado Eucaliptón, en cambio, es de libre acceso; carece de anuncios, indicaciones para llegar a él, y una vez allí no existe la menor indicación de su edad y su dignidad, y como Dánae, el lienzo de Rembrandt del Museo del Ermitage, en San Petersburgo, acuchillado dos veces y atacado con ácido sulfúrico, nuestro Eucaliptón se yergue herido con múltiples incisiones a navaja, tatuajes de parejas de enamorados, enamorados entre sí, no de los árboles. Yo le colgaría este letrero, por no decir epitafio: "El amor es mi enemigo declarado".

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