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El maestro que nos hacía reír

Ante la muerte de Eugenio Fernández Ardavín

Eugenio Fernández Ardavín, fallecido el domingo en Gijón a los 76 años, forma parte de una generación de maestros que forjaron generaciones de escolares de Nava, Bimenes y Cabranes en un tiempo transcendental de nuestra historia. Con raíces en Cereceda (Piloña), donde su padre tenía una fragua y un bar, y donde reposan sus restos, llegó a la escuela de Piloñeta en 1970. Su figura y su prestigio crecieron con el centro escolar de La Laguna y del equipo que encabezaba José María Villaverde.

Ciudadano ejemplar, buen católico, siempre dio más de lo que recibió. Combinaba su sabiduría profesional con gran sensibilidad, siempre dispuesto a echar una mano. Mirando atrás, cuando lo conocimos aquellos escolares sin pulir, era una persona a la que la inteligencia no le impedía ser sencillo. Noble, trabajador, competente, la biblioteca del Instituto de Nava lleva su nombre.

Los alumnos le recordamos por su actitud positiva, su calidad humana y su buen humor. Sus chistes nos hacían reír cuando otros colegas nos intimidaban. Maestro de la vida, buen conversador, como los clásicos de su gremio, se entregó con vocación a la formación de espíritus nobles.

Tuve la suerte de reencontrarle en Gijón. Feliz en su jubilación, un día, lejano ya, se presentó en la redacción de LA NUEVA ESPAÑA, con el deseo de saludar a Juan Ramón Pérez Las Clotas, figura del Oviedo de sus tiempos universitarios, en aquel familiar campus ovetense, en el que aprobó las oposiciones en 1966.

Aunque nuestro último saludo fue en el tanatorio de Nava, quiero evocar al gran maestro, inteligente, irónico y lúcido, y al esposo, padre y abuelo ejemplar, como lo prueban su inseparable esposa, Julita; sus hijos, y sus muchos discípulos, que nunca dejaron de saludarle por las calles y agradecerle su magisterio.

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