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El corazón de Noreña

El kiosco, centro de la vida comercial y social durante seis generaciones

Para Fini, Ana Mari y Mari Nieves

El kiosco de la música es el centro neurálgico de Noreña desde su construcción en los años finales del siglo XIX. En España eran tiempos de penuria, en los que Noreña comenzaba, aunque tímidamente, a preocuparse por servicios públicos básicos como el alcantarillado, la urbanización de las calles o la electrificación. Y no podíamos ser menos que la capital con su Bombé. ¡Faltaría más!

En sus inicios exhibió orgulloso los conciertos de la banda de música municipal, auténtico patrimonio cultural del momento. Desde entonces ha sido testigo silencioso del fluir de la vida cotidiana de seis generaciones de noreñenses.

A sus pies se celebraban concurridos mercados tradicionales los viernes y domingos, dejando el mercado de animales para la plaza de La Cruz.

Con preocupación observó la marcha de muchos vecinos a la emigración o a la guerra y la mili en África. Escuchó proclamas y soportó el desgarro social en años políticamente muy complicados que desembocaron en la Guerra Civil. Fue testigo de los lamentos de los zapateros ante el declive de su actividad y del compromiso de vecinos y vecinas con la industria cárnica para llevar el barco a buen puerto.

Más tarde vibraría con el resurgir comercial del concejo en la segunda mitad del siglo XX. La plaza palpitaba de actividad con la participación del pequeño comercio con numerosas tiendas de alimentación: María de "les pites"; José Río, "el curín"; Josefina "la pita"/ Mayuyi; casa Lustinda; Pepe Riestra; Pepe Olay; Pilín; la frutería de Jacinta; la carnicería de Emilio "el cuco"; textiles como "Les Carretones"; Anitina; casa Bernarda; la mercería de Enrique Ortea; la droguería de "les Rufines"; electrodomésticos Voltios; sastrería Callejo; la panadería de Etelvina; la tienda miscelánea de Lorenzo Villa y la ferretería de Emilio Colunga, previamente de Aquilino y Brígida, y a la que poco años más tarde se sumaría Fernando Valdés. ¡Ah! Y la relojería de Constantino Quirós. Todo bajo la atenta mirada de Mero y Senén desde la Caja de Ahorros. Nada menos que veinte pequeños comercios, sin contar bares ni confiterías, que convivían en pocos metros cuadrados.

A la vez contemplaba benévolo el paseo de novios y familias vestidas de domingo y soportaba estoicamente las multitudinarias verbenas de las fiestas con las parejas peligrosamente cada vez más cerca. Era el centro de cualquier actividad pública. Hasta el Ecce-Homo se detiene cada año en la procesión para escuchar por un momento sus cuitas.

Hoy lamenta que la globalización se lo haya llevado todo por delante salvo las terrazas que sustituyen a viejos conocidos como El Fusu, el bar Aller o las confiterías de Pepe el de Alicia y de Angelina, poco más tarde pujante cafetería Marián. Actualmente el entorno es menos favorable. Edificios sin restaurar e incluso derribados que dificultan su habitabilidad y en los que contados emprendedores mantienen abiertas sus puertas. Desde el bullicio de las terrazas, los sueños de los jóvenes que llegan al kiosco tienen un horizonte más lejano. Noreña se ha quedado pequeña para ellos.

Mi tío Gonzalo, que se consideraba un "exiliado voluntario", nos decía que lo que más echaba en falta cuando estaba fuera era no poder contemplar el kiosco de noche, en la soledad de la plaza. Entonces, en su latín del seminario, recitaba el inicio del poema del poeta romano Ovidio, escrito desde su obligada expatriación: "Cuando recuerdo la imagen tristísima de aquella noche en la / que estuve por última vez en Roma / Noreña ".

Para el kiosco, las ilusiones de ayer se están convirtiendo inevitablemente en preocupaciones por el futuro. Intuye que, incluso en esta sociedad cronocentrista, el tiempo continúa su ruta implacablemente. Se pregunta, quizás lo haga ingenuamente, si para nuestros jóvenes excelentemente formados no hará demasiado frío lejos de casa.

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