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Velando el fuego

El centro de gravedad

La frustrada huelga del fútbol y las diferencias salariales entre los trabajadores y los directivos

Hace unos días un buen amigo me preguntó cuál era mi opinión con respecto a la amenaza de huelga que se cernía sobre el fútbol. Para él -y puedo asegurar que no forma parte, precisamente, de las personas alérgicas a cualquier movilización- se trataba de una huelga de ricos, y, por tanto, mantenía muchos recelos sobre la misma.

Resulta difícil posicionarse, respondí. Es sabido que cualquier huelga clásica está urgida por quienes padecen más necesidades y, por tanto, su impulso surge de la parte subterránea de la sociedad, lo cual no es el caso. Pero, añadí a continuación, ésta se parece más a un trampantojo, en su sentido familiar de engaño, pues, depende por dónde la mires, los que forman parte del nivel más bajo pueden alcanzar también sus ventajas. Lo que quiere decir que cuánto más galácticos sean los futbolistas, se van a llevar la parte más suculenta de la tajada, por lo que se refiere a su situación fiscal, entre otros beneficios. Lo que no es óbice para que -y aquí reside la celada retórica de quienes alientan la huelga- los clubes modestos resulten también agraciados por el reparto. Es decir, concluí, se trata, una vez más, de conservar el necesario equilibrio que impida que el rectángulo de juego pueda resultar alterado por algún espectador impaciente al que se le ocurra saltar las normas reglamentarias.

Por si quedara alguna duda sobre esa necesidad física de mantener las filas en perfecto orden, estos días los medios de comunicación se han hecho eco de la firma entre patronal y sindicatos. Los trabajadores, es decir, el nivel freático del mercado laboral, verán aumentados sus ingresos en los dos próximos años en un 1 y un 1,5% respectivamente. Mientras tanto, en el otro extremo del manto salarial, las aguas continúan su curso sin interrupción. Para comprobarlo, no hace falta más que fijarse en las subidas salariales que han experimentado los cargos directivos durante el ejercicio de 2014, pues mientras las nóminas de la élite empresarial (consejeros y altos cargos directivos) crecieron un 10%, lo que les permite superar con holgura cualquier variación climática, la remuneración de los empleados sufrió una merma de un 0,6%. Y como muestra de tantos aluviones profundos y grados de desigualdades arcillosas que nos rodean, sirva el dato de que los ejecutivos mejor pagados del Ibex ganaron de media 104 veces más que sus plantillas.

Estos datos nos llevan a la conclusión, por muy paradójico que pudiera parecer, de que una probable recuperación de la economía traería aparejado un aumento aún mayor de la brecha salarial. Lo que indica, una vez más, que las capas económicas vuelven a quedar bien fijadas sobre el terreno, para que no quepa ninguna duda de quiénes deben servir de muros de contención para que no se resquebrajen los niveles establecidos.

Estos días el Banco Mundial ha dado unas cifras en las que se reconoce que 1.200 millones de personas viven en la actualidad con una renta máxima de un dólar diario, es decir, en condiciones de extrema pobreza. De inmediato, pensé en un circo, con sus correspondientes trapecios, por los que se deslizaba una cuarta parte de la población mundial en busca de su centro de gravedad. Una imagen difícil de asimilar, sobre todo cuando te das cuenta de que trabajan sin red. Y que a diario, muchos de ellos se hacen añicos contra el suelo. Eso sí, las filas delanteras del espectáculo siempre están ocupadas por los mismos.

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