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La sabiduría de Falo Cadenas

El recuerdo de una conversación con el constructor recientemente fallecido

Pocas personas han dejado en Langreo un sello tan personal e inconfundible como este empresario nacido en Les Llanes, en el seno de una humilde familia, que ha dedicado los últimos cuarenta años de su vida a cambiar la fisonomía del concejo de Langreo, con su peculiar marca, y que ha sido merecedor, también por razones más altruistas, a la distinción de "Langreano de Honor 2010" hecha por la Corporación Langreana y la Sociedad de Festejos del Carbayu. Rafael Velasco Cadenas, "Falo" como todos le llamaban, fue al Colegio de los Frailes en Ciañu y empezó a trabajar en la Bayer a los doce años, lo que era Productos Químicos Sintéticos (Proquisa). Se casó cuando volvió de la mili y cogió la zapatería de sus suegros en la Torre de Abajo de Sama. De ahí empezó con la venta de calzado al por mayor, sobre todo en economatos, y al mismo tiempo a construir con un socio. Disuelta la sociedad, desde entonces hasta su muerte, siguió construyendo, no sólo en Langreo, sino también en Oviedo, Avilés, Siero, Noreña o El Entrego. Sin embargo, siempre antepuso la inversión en su concejo, dejando la prueba de ello en Langreo Centro.

Acerca de la burbuja inmobiliaria afirmaba que "hubo mucha gente que se metió en la construcción con dinero fácil. Antes para comprar un solar debías de tener dinero. Yo tenía algo del calzado y, siendo hijo único, mi padre me dio en vida sus ahorros para crear mi propia empresa. Fueron tiempos en los que se ganaba el dinero fácilmente. Como todo se vendía bien, hasta hubo directores de banco que daban los créditos y luego participaban en las sociedades. Entre el año 2000 y 2006 se construyó desaforadamente. Y de ahí vino la hecatombe que tenía que venir y se esperaba. Mucha gente pensaba que esto iba a continuar así y lo que hicieron fue comprar terrenos que si entonces les costaron cien, hoy no se venden a veinticinco. Los bancos exigen y los intereses hay que pagarlos. ¿De dónde lo sacan? Eso es lo que pasa a mucha gente, que no pueden pagar porque no se vende. Así de sencillo".

Hablando sobre el hotel y la residencia geriátrica de Langreo me dijo: "Lo tenemos todo pagado. Si la inversión por entonces fue de dieciocho millones de euros, hoy día vale veinticuatro. Algunos lo llamarán suerte, pero nosotros siempre trabajamos sin hipoteca, con nuestro dinero. Eso fue lo que nos salvó. Si hubiéramos trabajado con créditos habríamos caído como los demás. Además estamos manteniendo un empleo de setenta y cinco personas entre hotel y residencia".

Nunca hubo amaños políticos: "En eso sí que te puedo asegurar que nunca he entrado. En nuestra empresa jamás entró una peseta o un euro adquiridos por amistades o influencias políticas y, al contrario, de ella tampoco salió ningún dinero para favores, recalificaciones o cosas ilícitas como las que desgraciadamente estamos acostumbrados a ver. Nunca fue mi teoría porque no es agradable. Yo dejé muchas operaciones por no entrar en esos juegos. Alguien me dijo que si tenía pensado seguir así poco iba a lograr. Mal ejemplo le habría dado a mi hijo, recién terminada su carrera, cuando es él quien ha de tomar el relevo. Cualquier día podría haberme dicho que a eso le había enseñado y acostumbrado yo. Mis padres siempre me dijeron que si quería ser algo en la vida debería de empezar por mantener ante todo la honradez. Yo seguí ese libro y así lo he querido trasmitir. Llévalo recto, le insisto. Porque hoy lo principal que debe de hacer un buen empresario es preparar su sucesión, y desde muy temprano ir dando cancha a aquel que esté llamado a ella. En este momento el hotel, la promotora y la empresa que administra los arriendos son responsabilidad de mi hijo. Tengo dos, pero siempre estuve convencido de que en casos así no conviene una corresponsabilidad, las cosas no suelen ir bien de esa forma. Hay mucha gente que no traspasa sus poderes hasta que se muere, y yo por ahí no entro".

Tras esta conversación bajamos a su bodega y me obsequió con una botella de Rioja Gran Reserva que tuve el placer de compartir con él al tiempo que dábamos buena cuenta de un extraordinario chorizo casero, mientras continuábamos con nuestra conversación. En ese momento me confesó que su pasión era la bebida. Quiso decirme que le gusta tener buenos vinos y tomarlos con sus amigos. Días después, en su hotel, volví a abusar de su generosidad y a disfrutar de la charla informal en compañía de su buen amigo, Enrique Mencía, antiguo periodista de LA NUEVA ESPAÑA. Volvimos a vernos en El Carbayu, su devoción, y en tres o cuatro ocasiones más. Y ahora que, ha se ha ido, me cabe el honor de despedirle con respeto y admiración. ¡Adiós, Falo!, hasta siempre.

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