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Un ingeniero benefactor

La vinculación de Lorenzo de Solís con la colegiata de Murias

Al tiempo que iba abriendo caminos hacia una mejor comprensión de la colegiata de Murias, comencé a sentir curiosidad sobre la existencia de su fundador del que apenas había referencias. Lo más sobresaliente era un artículo publicado en 1960 en la revista "Archivum" acerca de otra importante manda que había dejado en su testamento de la que se había beneficiado la Biblioteca universitaria. Lo más novedoso del estudio realizado por José Ramón Tolivar Faes era la demostración de la naturaleza ovetense de Lorenzo de Solís echando por tierra la idea generalizada en Aller de que había nacido en Santibáñez de Murias.

En los años 80, durante el mandato de Antonio Masip , este médico e investigador histórico, merced a sus interesantes libros dedicados a la capital carbayona, fue nombrado "Hijo adoptivo de la ciudad"; poco después, gracias a mi condición de funcionario del Ayuntamiento, pude acceder al Alcalde a fin de que me facilitara una entrevista con aquel, pues suponía que podría servirme para iniciar el rastreo y búsqueda de informaciones sobre Solís. El Dr. Tolivar, casado precisamente con una nieta de "Clarín", me recibió en su domicilio con gran cordialidad -le recordaré siempre- y cuando entramos en materia pude comprobar que no podía darme noticias que yo no conociese en ese momento; sin embargo me hizo algunas sugerencias, me mostró una separata sobre ingenieros militares en las Indias y me disipó dudas sobre datos y abreviaturas que venían en aquella a pie de página. Todo ello me sería de mucha utilidad para añadir nuevas rutas a mi investigación y, transcurridos algo más de dos años, cuando creí tener reunido suficiente material, saqué a la luz la primera y única biografía existente hasta el momento de D. Lorenzo de Solís , que titulé "Un filántropo asturiano", vale decir, un librito de 200 páginas que publiqué en la primavera de 1991.

Biografía. En una siempre difícil tarea de síntesis voy a tratar de explicar su contenido en un par de folios. D. Lorenzo nació en la ovetense calle del Rosal en 1693 , realizando sus primeros estudios en el colegio S. Matías, situado donde actualmente se encuentra la "Plaza de la carne" en El Fontán, que estaba regentado por los jesuitas. Durante los veranos, su padre Tomás, natural de Santibáñez de Murias, le llevará a este lugar donde pasará largas temporadas en compañía de sus familiares. Aquel corretear alegre y despreocupado por los caminos y vericuetos del pueblo junto con otros niños de su edad grabará en su alma recuerdos indelebles. Pasa luego, en 1709, a la Universidad cuyo edificio estaba a escasos metros de su casa y del colegio que acababa de abandonar pero, hacia 1713, un suceso inesperado va a torcer su destino: un lance de honor o fuertes contradicciones amorosas, según otras versiones. El resultado es el abandono de Oviedo y su posterior ingreso en el ejército en la ciudad de León.

Estabilizada su situación, pronto ve en el naciente Cuerpo de Ingenieros su propio porvenir. Consciente de su capacidad para las Ciencias, solicita el traslado a Galicia iniciando los estudios de Matemáticas en la academia de Santiago de Compostela, empeñándose en adquirir una sólida formación en esta materia que le permite obtener en 1724 en Madrid el grado de subteniente de Infantería y la patente de Delineador que le hacía apto para el ascenso a ingeniero extraordinario. En 1733 ya es ingeniero en segundo y con el empleo de capitán se enrola en las tropas comandadas por el conde de Montemar camino de Italia, guerra propiciada por las pretensiones territoriales de Isabel de Farnesio, que sirvieron de laboratorio para probar sus dotes técnicas.

Una vez regresado a la metrópoli y finalizando el año 1738, es enviado a Ceuta como ingeniero comandante dirigiendo importantes proyectos como el de la cala de Tolmos, obras en la fortaleza del Hacho, en el campo de Gibraltar y el de Tarifa que estaba a su cargo y otros muchos.

Después de varios años en Andalucía pasa en 1749 a la dirección de la provincia de Guipúzcoa con la graduación de coronel y finalizando el verano de 1752 hizo un viaje a tierras asturianas. Después de visitar a sus parientes de Oviedo se desplazó a Murias de Aller en espera de un nuevo destino. Y quiso volver a estos lugares para empaparse hasta el alma del verde inmenso de sus praderías, de la serrona, del río cristalino que pasa cerca de Santibáñez para evocar sus recuerdos de infancia. D. Lorenzo venía a despedirse para siempre -lo sabía muy bien- de la tierra de sus ancestros. Fue una calurosa acogida la que le dispensaron los murienses pues un halo de leyenda envolvía la figura de aquel militar, que había alcanzado altas cimas, contribuyendo con sus conocimientos técnicos a la salvaguarda de las posesiones de la Corona en no pocos puntos del dominio español. Cohetes, salvas y aplausos. Allí estaban para recibirle, la representación más genuina del Ayuntamiento, del clero, de la nobleza del concejo y, en fin, todos los vecinos del contorno encarnados en los Solises que eran sus raíces, los Trapiello, los Moro, los Robezo, los Fernández Cantarines... que aguantaron los discursos de rigor ante un sol de justicia.

Centro educativo. No consta ninguna documentación acerca de su compromiso futuro con Murias, ni que haya manifestado a sus vecinos el deseo de favorecer la parroquia de alguna manera pero estamos seguros que durante aquel mes largo que permaneció en el pueblo se fraguó en su mente la idea de crear un centro educativo para mejorar el nivel cultural de sus paisanos merced a los arraigados sentimientos hacia sus raíces y al espíritu propio de un hombre de la Ilustración como era Solís. Pero el 25 de noviembre recibió del Marqués de la Ensenada la noticia de su ascenso a ingeniero Director con el grado de brigadier y destino en Cartagena de Indias (virreinato de Nueva Granada). A principios de 1753 ya se encontraba en Madrid haciendo los preparativos del viaje y el 12 de junio partió de Cádiz llegando a la ciudad americana seis semanas más tarde. Al hacerse cargo del nuevo destino, sin pérdida de tiempo, diseñó un "Proyecto general" con el fin de fortificar debidamente aquel emplazamiento que era vital para salvaguardar los intereses económicos que tenía España en toda la zona circundante y que eran objeto de codicia por parte de los ingleses pues, pocos años antes, dirigidos por el almirante Vernón, habían bombardeado Cartagena y destruido la ciudad de Portobelo, situada ésta en el actual estado de Panamá. Cuando estos planos se estudian con detalle se puede observar fácilmente la capacidad y la altura de los conocimientos técnicos del militar ovetense.

Estos y otros nuevos trabajos son reconocidos por la Corona y en octubre de 1757 D. Lorenzo es nombrado ingeniero Director de las fortificaciones de la ciudad y puerto de Veracruz en el virreinato de Nueva España adonde arribó el 2 de febrero del año siguiente fijando su residencia en el fuerte de San Juan de Ulúa, islote situado frente al puerto que servía de defensa de aquella plaza. Desde su recién estrenado estudio, auténtico nido de águilas con fuerte olor a salitre, volvió a encontrarse con los instrumentos de trabajo y, otra vez, el compás y el tiralíneas, gobernados con mano maestra, surcaron nuevas trayectorias sobre el papel, unieron puntos y alcanzaron coordenadas, que, previamente, habían sido medidas de la realidad. El resultado fueron novedosos proyectos pero, ahora, su labor se vio obstaculizada, sucesivamente, por los virreyes Cruillas y Cagigal, quienes le paralizaron varias obras y todo ello por el descubrimiento de algunos casos de corrupción en los que aquellos estaban implicados. Esta firme posición del militar asturiano prueba su integridad moral y su lealtad inquebrantable al servicio de la Corona.

Electo mariscal de campo en la promoción de julio de 1761 D. Lorenzo falleció el 16 de noviembre sin haber podido tomar posesión del cargo. En su testamento, entre otras disposiciones, dejó 20.000 escudos de vellón para la librería del colegio de S. Matías de Oviedo que, por diversas vicisitudes, pasarían a la Biblioteca Universitaria, y una segunda manda de 12.000 escudos para la construcción y mantenimiento de una "Escuela de primeras letras y Latinidad en la feligresía de Murias de Aller". Pues bien, ésta es la historia. Para terminar debo confesar que durante años viví obsesionado, esa es la palabra exacta, no sólo con Murias, sino también con la Colegiata y el brigadier Solís. Recuerdo una de tantas veces en que mi mujer me acompañó al pueblo, cuando ella me ayudó a tomar medidas del solar de la Colegiata para luego levantar un dibujo sobre la misma (que ilustraba el artículo que salió a la luz en este periódico en el mes de julio pasado). Primero hice el boceto a lápiz y luego pasé a tinta china, sillar a sillar y teja a teja de la cubierta. Aquella miniatura me ocupó unas vacaciones pero lo hacía con un enorme entusiasmo. Cuando llegó 1993, a instancias mías, la Universidad publicó un folleto conmemorativo del tricentenario de su nacimiento del que formé parte.

Placa. Asimismo, a mi requerimiento, el Ayuntamiento de Aller colocó una placa en la antigua "escuelina" de Murias con la siguiente leyenda "Al brigadier Solís, fundador de la Colegiata de Murias". Me emocionaba cada vez que iba al pueblo y la contemplaba. Estuve tan concentrado en ésta, para mí, trepidante aventura, que cuando surgía el tema con algún amigo siempre terminaba diciendo que yo era un "tifosi" del brigadier Solís. Lo cierto es que con el paso del tiempo esa pasión por su figura se ha mitigado un poco pero mi admiración por el personaje permanecerá siempre pues en él se conjugan tres valores que definen su personalidad, más valiosas sin duda, que las importantes obras de fortificación por él realizadas a lo largo de su intensa vida profesional, como son la honestidad, el amor a la cultura y el sentimiento hacia la tierra madre.

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