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Ayer y hoy de nuestro patrimonio industrial

Sobre el cementerio de protestantes de Fábrica de Mieres

El camposanto surgió con la llegada a la zona de trabajadores extranjeros, con sus familias, a mediados del siglo XIX

Hasta los inicios del siglo XIX los difuntos de la Montaña Central, como los del resto de España, eran enterrados alrededor de las iglesias o en su interior. Aún se pueden ver en el suelo de numerosos templos de nuestros concejos las losas numeradas, a veces con sus correspondientes argollas, que señalan las tumbas de los feligreses. Más tarde, por razones de espacio y salubridad, empezaron a plantearse los camposantos alejados de las poblaciones.

En muchos de estos recintos un muro separaba a los católicos que habían muerto de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia de aquellos otros cuyo final les hacía indignos de reposar en tierra sagrada y junto a estos yacían también quienes practicaban otros cultos o simplemente no tenían ningún Dios. Afortunadamente, todo esto ya es una anécdota, que solo puede rastrearse en los archivos o en algunos lugares concretos -cada vez menos-, donde pervive todavía algún resto material de esta circunstancia. Mieres es uno de esto sitios.

El primer cementerio reglamentado de la villa se abrió en 1821 tras el ábside de la parroquia de San Juan cuando por la poca población no se precisaba una instalación de más envergadura, pero medio siglo más tarde la llegada de cientos de familias atraídas por la industrialización forzó la búsqueda de otro lugar más aislado. En 1881 la mortandad ocasionada por una epidemia de viruela hizo la situación insostenible y hubo que habilitar de urgencia para este fin la hermosa finca de La Belonga, que Vital Aza solía frecuentar en sus paseos veraniegos.

Los primeros en buscar la riqueza de nuestras minas fueron técnicos extranjeros que recorrieron este valle hasta que en 1844 el grupo financiero inglés que encabezaba John Manby estableció aquí su compañía metalúrgica, el embrión de lo que después de décadas y una compleja peripecia empresarial iba a transformarse en la Fábrica de Mieres controlada por Numa Guilhou.

La sociedad eligió como emplazamiento para sus instalaciones la ribera del río Caudal en las proximidades de Ablaña y la lógica nos hace pensar que en algún momento que desconocemos tuvo necesidad de dar sepultura a alguno de sus empleados de religión evangélica. Ese fue seguramente el origen del pequeño recinto cerrado que descansa sobre la ladera de La Rebollada y que con sus palmeras llama hoy la atención de los curiosos que se dirigen por la inmediata carretera hacia Oviedo haciendo que muchos se interesen por lo qué están viendo.

A lo largo del siglo XIX las diferentes leyes españolas, con mejor o peor ánimo, toleraron estos enterramientos que no seguían el rito romano. La Constitución de 1837, de tendencia progresista, considerando siempre al catolicismo como una de las características nacionales, permitió otras prácticas religiosas siempre que no se manifestasen públicamente; y lo mismo sucedió con la de 1845, que aunque era más moderada tampoco las prohibió expresamente.

Esta norma estaba vigente el 1 de julio de 1860 -la primera fecha concreta que podemos manejar en torno a este lugar- cuando fue sepultada en él Elizabeth Perry, una escocesa que llevaba el apellido de su marido Thomas Pool, trabajador en la Fábrica Nacional de armas de Trubia, y por eso figura en la certificación de este acto como Isabel Pool.

La mujer, de 48 años de edad, había fallecido en aquella localidad industrial el día anterior, pero su cadáver fue trasladado hasta aquí para ser despedido según el rito presbiteriano de la Iglesia de Escocia "en el cementerio de protestantes de la Fábrica de hierros de Mieres", como se explica en el mismo documento junto a una anotación posterior entre líneas "o sitio destinado por ella para enterrar a los mismos".

De cualquier forma, queda claro que aquel recinto ya era conocido por los cristianos evangélicos de otras zonas de Asturias y, a juzgar por los detalles que se hicieron constar por escrito en aquel momento, estaba perfectamente terminado en todos sus detalles arquitectónicos, lo que prueba que llevaba tiempo cumpliendo su función:

"?se colocó la ataúd (sic) que contenía el cadáver en una sepultura que al efecto se hallaba ya abierta en dicho cementerio, a la parte de la derecha según se entra en el expresado punto, y la última al saliente, colocada frente de los pasos de la escalera que al subir hacen el veintitrés y veinticuatro a la derecha de ellos y mirando de norte a sur guardando aún como dos pies de terreno franco a la barandilla del cementerio y otros dos a la paredilla de la derecha de la escalera, y para concluir la subida de esta quedaron tres pasales más."

Pero, si no conocemos cuando se inauguró este cementerio, lógicamente tampoco saber el número exacto de las tumbas que se abrieron en él.

En un croquis que se dibujó en la primera mitad del siglo XX a partir de lo que podía verse sobre el terreno y de los testimonios que se recogieron entre los trabajadores más veteranos del establecimiento aparecen señaladas cinco tumbas: el lugar más destacado lo ocupa Numa Guilhou; tras él su padre Santiago Guilhou. A su derecha en una misma fosa madame Medeley, suegra de Luis Garizábal y una hermana de esta, soltera; bajo ella otro doble enterramiento, el de "una señorita alemana y también un alemán". A la izquierda dos tumbas más, una sin ninguna referencia y la otra únicamente con la indicación "rumores de una asistenta francesa protestante".

El esquema que se conserva lleva el sello personal de Antonio Cloux González, del que sabemos que nació en Mieres en 1912 y luego residió en el Distrito Federal de México y lleva la aclaración de que si hay algún difunto más de la familia de don Numa debe estar enterrado en los nichos que ocupan él y su padre; de paso también reseña que "en la parte baja, o sea en la entrada, existen dos setos simétricos (que aparecen señalados en el croquis con los números 1 y 2) que bien pueden ser adornos de jardinería, ya que de haber sido tumbas, nunca conocí ninguna lápida".

Aunque en este caso se equivocaba, puesto que uno de los puntos se corresponde con el enterramiento de Isabel Pool que ya citado y el otro coincide con el de Esteban Félix Belugou, otro francés, natural de Bedarieux en el Languedoc, que residía como empleado en este establecimiento fabril.

La reseña oficial de este sepelio señala que fue sepultado a las diez de la mañana del 4 de octubre de 1872 en presencia del alcalde de la villa, otras autoridades y otras muchísimas personas "en el cementerio de protestantes que la sociedad tiene hecho en terrenos de la misma y en las afueras del recordado establecimiento, arrimado a cuarenta centímetros de cada uno de los lados que forman al ángulo nordeste de la mitad sur del referido cementerio que divide la escalera que la atraviesa de poniente a oriente y a un metro y cuarenta centímetros de profundidad, paralelo a la citada escalera".

Un año más tarde, el 29 de septiembre de 1875, se abría allí la tierra para Santiago Guilhou, al que en numerosos escritos se le considera como judío; mientras tanto, en junio de 1876 ya se enterraba en un terreno colindante al cementerio de Ceares en Gijón a otro empresario calvinista, el suizo Luís Truan Lugeon, dando origen al cementerio civil de aquella ciudad.

Santiago Guilhou, casado con Jeanne Marie Rives, había tenido tres hijos: Numa, Louis y Marcial. El primero es el más conocido de los mierenses por haber adquirido y transformado la Fábrica. Su enriquecimiento personal fue paralelo al crecimiento y desarrollo de esta villa y falleció el 22 de octubre de 1890, a los 63 años, dejando a sus herederos una inmensa fortuna, después de una vida plena en la que su dedicación a la industria no le impidió ser el hombre de confianza de Napoleón III en España y mediar a sus órdenes ante el general Prim con quien acabó teniendo una gran amistad.

Cuando murió Jean Antoine Numa Guilhou, la capilla ardiente con su cuerpo embalsamado por el médico titular de Mieres don Nicanor Muñiz Prada se instaló en uno de sus enormes talleres engalanado con lujosos paños negros que luego se regalaron a los pobres de la comarca para que los aprovechasen confeccionando chaquetas. Después fue depositado en un féretro hecho de zinc.

Su sepelio fue el más solemne celebrado hasta ahora en la historia de este concejo. Allí estuvieron los mayores capitalistas asturianos, banqueros, navieros, empresarios e industriales de apellidos que aún nos son conocidos: Herrero, Bailly, Bertrand, Suárez, Elvira, Juliana, Masaveu. Pedregal, Olavarria, Casielles, Faes, Bernaldo de Quirós, Cabal, Laviada, Alvargonzález, Escalera, Neville, Sela, Aza, Sampil, Lacazette? junto a ellos, condes, marqueses, capataces, ingenieros y también más de diez mil de sus obreros portando decenas de coronas de flores e incluso una de hierro, fundida en la misma Fábrica cuando la enfermedad se hizo irreversible.

Ahora, el cementerio evangélico de Mieres ha vuelto a recobrar la dignidad gracias al trabajo de la Sección de Arqueología Industrial de la Asociación Santa Bárbara. A ellos nuestro reconocimiento.

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