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Velando el fuego

Respiremos tranquilos

La literatura, el asma y la contaminación

Quienes hayan leído el hermoso relato de Benedetti, "El final de la disnea", saben que el asma proporciona múltiples complicidades entre quienes lo padecen. Hasta el punto de que acaban formando una tribu unida por fuertes lazos solidarios. En la "Masonería del fuelle", como define Benedetti a esa comunidad, sus miembros se reconocen pronto: un leve hundimiento en el pecho; un par de ojos demasiado brillantes; unos labios resecos y entreabiertos... Confieso que la primera vez que leí el relato no me costó ningún esfuerzo integrarme en sus filas, dado que desde los cuatro años comencé a conocer, y a veces muy a fondo, ese ritmo dificultoso y entrecortado de aspiraciones e inspiraciones (sobre todo por las noches), que, inevitablemente, acabó convirtiéndose en sustancia literaria, de la que di cuenta en varias ocasiones. Mas como todo en la vida aboca a su fin, también los personajes afectados de disnea en la ficción de Benedetti (el uruguayo la sufrió de un modo muy severo en la realidad) terminaron por desaparecer cuando un medicamento denominado Cur-Hinal hizo su entrada en el mercado. De modo que, paradojas de la vida, la fatídica aparición de un medicamento milagroso acabó con la felicidad de los protagonistas.

En estas andaba yo estos días, rememorando el relato, y a la espera de que se pusiera a llover o que disminuyera el intenso tráfico de vehículos o de que las partículas contaminantes que están depositadas en el aire decidieran batirse en retirada, cuando de pronto me di cuenta de que quizás estuve siempre equivocado, y que la alergia que sufro ahora -alergias y asma penden de un mismo árbol-, compartida también con otras muchas personas: picores en los ojos; estornudos continuados; tos persistente y peculiar; cansancio y decaimiento general? no sea en realidad más que una parte de esa sustancia literaria que me persigue a todas partes. De modo que ya he comenzado a dudar de mí, pues la respuesta de las autoridades del Principado a las denuncias de la Coordinadora Ecologista de Asturias ha sido tajante: "Nada de nada. Déjense ustedes de meras ocurrencias. No hay nivel de partículas alarmantes; el cielo está limpio y despejado; todo es un bulo propagado con la intención de perjudicar a las autoridades regionales". Y, como es lógico, nada de adoptar restricciones de tráfico, como hizo el Ayuntamiento de Madrid (con excelente resultado, por cierto), no sea que nos contaminemos de populismo (esa palabra tan interesadamente defenestrada desde hace un tiempo).

Así que nada de nada, me digo. ¿De dónde habré sacado yo las noches en jaque, a punto de perder el último vagón de oxígeno mientras mis padres me calentaban un tazón de leche y me daban una pastilla de Piridasmín (en aquella época aún no existían los modernos broncodilatadores); los jadeos y sudores fríos y calientes a la vez, seguidos de unos mareos que amenazaban con derribarme al suelo; tantas angustias en la cama mientras intentaba consolar mi sufrimiento con alguna emisora nocturna; la flojera actual en forma de esputos y toses continuadas; los silbidos en el pecho cuando me acuesto?

Nada de nada, me repito. Todo forma parte de una ficción que me he inventado. Lo aseguran ellos, los responsables de humos y contaminaciones, de gripes de distintos nombres según las cepas farmacéuticas más convenientes, los que miden las enfermedades por ratios económicos? Calma. No pasa nada. Abramos los pulmones y respiremos tranquilos.

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