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Tribuna

Estupidez voladora

La "bonita" costumbre, en la víspera de las bodas, de hacer un alarde de pirotecnia durante la madrugada

En la romería tradicional asturiana, la inminencia de la celebración se anunciaba con música y voladores. En algunas parroquias la pirotecnia solía estar a cargo de un vecino al que le correspondía el cargo de mayordomo, puesto que rotaba anualmente. Era él quien se encargaba de comprar la pólvora, hacer los voladores y también de contratar a los músicos. En otros lugares solían ser los vecinos más entusiastas quienes eran designados por el párroco para tal labor, poniendo incluso dinero de sus bolsillos. Generalmente algún vecino acaudalado del pueblo ayudaba a la financiación de los festejos, siendo frecuente que lo hiciese un indiano retornado contento de su vuelta pero también ansioso del reconocimiento social. Sobre la presencia de cohetes en la fiesta se cuenta con testimonios destacados en literatura regional como los de Pérez de Ayala en "El ombligo del mundo" o los de Palacio Valdés en "La aldea perdida".

También la ocasión de consumo sidrero por excelencia, la espicha, solía contar entre alguna de sus atracciones con los fuegos artificiales, tal como se colige de anuncios como este publicado por la cabecera gijonesa "El Noroeste" en 1902:

Al "tonel". / Bebedores á Xove, i del secañu / Non sentiréis jamás desazones / Pues limpia el cuerpu y ensancha los pulmones / la sidra que el Primeru de esti añu / El sábado de noche se rompe el "Tonel" / Al son de la gaita y los organillos, / Habrá fogarata, muchos farolillos, / Voladores y fuegos a tutiplén. / El sábado y domingo os espero en Xove; [...] / A ver si en dos días de buenos apuros / todos mis amigos acaban con él (sic).

Viene este exordio inicial a colación de la bonita costumbre que parecen haber adoptado algunos animosos vecinos de Laviana de anunciar las vísperas de unas nupcias haciendo un alarde de pirotecnia sobre las cuatro de la mañana, exhibición que se repite en varios puntos de la trama urbana y cuya potencia parece ser directamente proporcional al grado de imbecilidad de los ejecutantes. Considero que en su estulticia, guidada sin duda por una cándida bonhomía, no alcanzan a entender (seguramente debido a algún tipo de limitación para nada reprochable) que los efectos que pueden llegar a causar entre sus paisanos pasen por desear algún tipo de contrariedad a los contrayentes. Por mi parte, sólo aspiro a que se les indigeste la tarta.

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