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El insomnio de la crítica

El conocimiento que se adquiere escuchando historias en los aviones

Por razones de trabajo debo coger con frecuencia el avión y casi siempre me toca madrugar, con lo que procuro aprovechar el trayecto de unas dos horas para cerrar los ojos y sosegarme. Pero el interior de cualquier ruta aérea y de sus aeropuertos es una aventura draconiana.

Entre el calor humano (entiéndase literalmente) van las historias para dejarse apropiar por quien, simplemente, tenga oídos. Y lo más curioso es que muchos pasajeros no relatan su vida, sino la de otros.

Así, conocí sobre la estudiante universitaria enamorada de un hombre que le doblaba la edad; de la injustificada excarcelación de un aparente culpable; del durísimo examen de química y su profesor inepto; del jefe impopular que designaron en cierta empresa; y mucho más de todo lo ajeno.

Se sabe que la representación social sobre alguien se completa con lo que cada cual cree y dice de él, pues las historias ajenas siempre se construyen desde las subjetividades y los prejuicios.

Conozco a una supuesta enamorada de un hombre que le dobla la edad, sin que eso le impida ser una hija admiradora de su padre; soy amigo de buenos profesores condenados por vagos alumnos que no admiten más rigor que el impuesto por su propia mediocridad; he compartido con seres humanos excepcionales cuya humildad es tan alta que ni se reconoce a ella misma y que son jefes justos a pesar de algunas sórdidas campañas en su contra, aliñadas por la envidia y la antipatía a lo nuevo. He conocido culpables que son inocentes.

Sería más habitable el mundo si aprendiéramos a mirarnos primero por dentro; si descubriéramos, además de al ángel, al demonio que también nos habita. Si admitiésemos las tantas veces que hemos sido mediocres, autosuficientes, odiosos e injustos a los ojos de otros, quizá nos cuidáramos un poco al hablar de los demás.

Habrá que eliminar la costumbre de perturbarnos con lo desconocido, de subestimar las creencias ajenas sin conocer su trasfondo; en definitiva, habrá que eliminar la costumbre de hacer lo que no soportamos que nos hagan. Cada uno de nosotros, en alguna circunstancia de la vida, nos parecemos más a lo que despreciamos y menos a lo que queremos ser.

Sería más útil para la sociedad que en los aeropuertos, en los aviones (y en todas partes) cada quien haga ejercicios de introspección pues así se aprende a mirar mejor afuera, a ser críticos responsables, a crecer como seres humanos y de paso, cuando me levante temprano para viajar, quizá en la ruta pueda dormir.

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