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A mi aire

Jetas al cubo

Gente que se aprovecha del trabajo y la buena fe de los demás

Hace ya un tiempo, leí el incidente protagonizado por el clásico caradura, creo que fue en Gijón, que montó un pollo de aúpa cuando el camarero de turno le redondeó el precio de su cosechero con la cantidad de pinchos que se había metido entre pecho y espalda. Al final -encima- tuvieron que desalojarle, perdonándole el euro del vino, y con el "consejo" de que no volviera.

Esta historia me viene al pelo para contarles lo que una mañana de estas he podido comprobar en vivo y en directo. Me acomodo en la mesa con el vino de rigor, periódico, y aviso de que coja el pinchu que me apetezca. Todo normal. A la entrada ya me llamó la atención un individuo con la boca llena, pontificando en todos los temas, y si estos decrecían, él sacaba otros. Mi habitual lectura relajada se fastidió cuando observé sus constantes movimientos barra arriba y abajo -llena de variados pinchos- que eran toda una tentación por su variedad. Al principio sin ningún remilgo, y posteriormente esquivando la presencia de los camareros iba saltando de plato en plato. Ignoro cuantos llevaba tragados cuando llegué, pero en mi particular contabilidad hasta ¡siete veces! Lo controlé con las manos en la masa. Y vayan ustedes a saber los que llevaba antes.

Pero la guinda llegó al final, cuando tras radiar su vida y despedirse, apareció una nueva tanda con los de tortilla, así que sin cortarse un pelo exclamó: ¡coño los de tortilla, que son los que a mi me gusten!, y se tragó otros dos. Y se fue tan pancho.

Al final me resultó imposible leer el periódico, tal y como lo hago habitualmente, con la convicción añadida de que el individuo llegaría a su casa con la comida despachada, y tomaría un simple café, con el beneplácito de su señora.

No tan a lo bestia como el citado, pero me dicen que resulta habitual, e incluso que hay lugares en que los tienen fichados.

Tendré que cambiar a sitios donde no tienten con los pinchos, pues me temo que me voy a convertir en un maniaco controlador de gentes con exceso de fame fuera de casa, pero sobre todo con rostro de cemento armado.

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